José Luis Puerto
16/04/2016
La incandescente mirada sobre lo que queda del mundo
Bruno Marcos es un 'Raro de tiempo', alguien que "se registra los bolsillos desiertos para saber donde fueron aquellos sueños". 'Dakovika', fue una entrega a esos registros. En poesía ha publicado el `Libro de las enumeraciones',un adiós a la razón antes o luego de que nos despidiéramos de tantas cosas. Ya hace tiempo que comenzó a publicar en papel sus diarios de internet, acompañados de dibujos de factura propia, es el caso de 'Suite Voltaire'...
Bruno Marcos, Últimos pasajes a la diferencia, Tegueste (Tenerife), Baile del Sol Ediciones, Col. Dando Pata/14, 2016.
‘Está siendo abolida la diferencia del mundo’
‘¿Un futuro sin alma?’
Cuando terminamos la lectura de Últimos pasajes a la diferencia, de Bruno Marcos, nos queda la sensación de que el autor hubiera paseado su mirada, su espejo (como pedía Stendhal a la novela) por lo otro, por los otros, por lo diferente, o –como el mismo autor indica– “por lo colosal del mundo, por la incesante labor de la vida en toda latitud”; aunque –y aquí aparece la inevitable paradoja– tal colosalismo, que tanta extrañeza nos causa, esté construido por “las minúsculas vidas de los seres humanos que viven y laboran”, que, con su existir, edifican civilizaciones y culturas tan diferentes como las que siguen existiendo hoy mismo sobre la faz de la tierra.
No se desprende, en el fondo, Bruno Marcos de una mirada occidental sobre lo otro y sobre los otros, sobre esa diferencia –amenazada desde hace tiempo por la llamada globalización– hacia la cual parece que todavía tuviéramos la suerte de poder sacar los últimos pasajes, para conocerla y contemplarla.
Constituyen los ágiles y breves capítulos de la obra, rematados por unos 'Apéndices' finales, en los que se introducen elementos reflexivos, una suerte de calidoscopio, un dechado de lo que es la variedad del universo mundo, que está contemplada con una mirada post-colonial y moderna; una mirada de quien sabe que, hoy, el eurocentrismo ya no es posible en un mundo tan complejo y de quien sabe percibir “lo absurdo del colonialismo” europeo y occidental, como una desembocadura a la que hemos terminado arribando.
Recorre el autor, en los distintos textos que, a modo de capítulos, configuran el libro todas las escalas de los viajes, sin prescindir de nada: primer y último mundo, lo próximo y lo alejado, lo actual y lo ancestral... Todos los continentes y todas las categorías de espacios y lugares. Sin embargo, en la lente del autor, en su mirada, hay una indagación siempre en lo otro.
Pero, cuando uno contempla y mira lo otro, lo diferente, lo hace desde sí mismo; y, al darnos sus visiones, al enfocarnos la realidad contemplada y ofrecernos su punto de vista, con todo lo que ha seleccionado del mundo, para verbalizárnoslo, nos está hablando, en el fondo también, de sí mismo.
No es extraño que, en un momento determinado, el autor enuncie, en un contexto de auto-reflexión, en sus devaneos por Montmartre: “Todo es autobiografía.” Que es, en el fondo, como decir: toda elección que hacemos nos está definiendo, está hablando de nosotros mismos. También la elección de los viajes y los destinos que seleccionamos para ellos.
Acuden a mi memoria, tras la lectura de Últimos pasajes a la diferencia, otras dos miradas europeas, también post-coloniales y que, de un modo agudo, aunque muy diferente, enfocan esa complejidad, esa extrañeza, esa inmersión en lo diferente. Una es la de Claude Lévi-Strauss, en Tristes trópicos, donde la mirada analítica del antropólogo escudriña los entresijos del mundo, ya sea en comunidades ancestrales de la selva brasileña o en mega-urbes asiáticas, para decirnos qué es el ser humano y los contextos en los que vive. La otra, Las voces de Marrakesh, de Elías Canetti, donde el escritor afila sus percepciones sensoriales para verbalizarnos toda esa atmósfera de ese ámbito de la diferencia al que acude. El resultado es sutil y deslumbrante, tanto en Lévi-Strauss, como en Canetti.
Uno y otro, en el fondo, todavía llegaban a tiempo para percibir y mostrarnos lo diferente, lo otro…, esa otredad que, a lo largo de nuestra contemporaneidad, tanto nos ha fascinado, y nos sigue fascinando, a los europeos. Ya Antonio Machado hablaba de “la radical heterogeneidad del ser”.
¿Sigue siendo esto válido? ¿Sigue estando vigente? No. Hoy asistimos a una aniquilación de los valores, de las jerarquías, de las peculiaridades, de las diferencias… Bruno Marcos, en el texto que cierra el libro, de título homónimo, 'Últimos pasajes a la diferencia', lo enuncia de modo explícito: “Está siendo abolida la diferencia del mundo”; vayamos donde vayamos, cada vez más, hoy ya, “estamos en idéntico sitio”; ya no hay trayecto posible a ninguna parte. En la uniformidad, en la uniformización de todos los lugares lo que está construyendo la globalización es el “no lugar”. Y posiblemente todos estemos hoy habitando ya sobre la tierra en un “no lugar”.
Y, quizás, acaso lo único que quede de lo otro, de la diferencia –como expresa el autor– “no sea otra cosa que el viaje a la pobreza”; por ello, lo distinto no son “los paisajes, ni los monumentos, accesibles en infinitas reproducciones, sino el verdadero espectáculo de la miseria.”
De ahí, que, por ello, la mirada de Últimos pasajes a la diferencia sea, en el fondo, una mirada melancólica, con no poco de elegíaco. Melancolía y elegía, acompañadas siempre por una mirada lúcida, que no se desborda, porque nunca abandona ese espejo que nos ata siempre a la memoria de lo real.
Pero ya no podemos articular, en nuestra visión del mundo, cuando viajamos, una mirada adánica, nueva, nuestra. Bruno Marcos, de hecho, se apoya en distintas miradas literarias –lo cual, de modo implícito, nos habla de una suerte de homenaje– para afianzar la suya.
Así, desfilan por las páginas de Últimos pasajes a la diferencia, sobre todo en los textos de los “Apéndices”, Paul Bowles o Albert Camus, cuando evoca el norte de África; Pierre Loti y su viaje a Angkor; Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez, José Hierro o Paul Auster, cuando de Nueva York se trata.
Pero la tesis implícita del libro –y en ello consiste la aportación de su autor no solo a la literatura viajera, sino también a la concepción del viaje y al sentido de la ciudad contemporánea, entre otros aspectos– es que ya apenas es posible hoy el viaje como itinerario (han desaparecido los espacios intermedios); el encuentro con la diferencia, que se ha vuelto una quimera, ya que –y aquí pone el autor el dedo en la llaga– “está siento abolida la diferencia del mundo”, porque estamos alumbrando “un futuro sin alma”, que está ya ahí, a la vuelta de cualquier esquina.
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