Hay un aforismo de Bruno Mesa que recuerdo especialmente: viene a decir que existen dos tipos de escritores, los iluminados y los que iluminan. Ismael Cabezas pertenece a la raza de estos últimos; escritor claro sin caer en obviedades, pero recordándonos evidencias del día a día que normalmente no vemos o no queremos ver. De ahí parte este libro, su título nos sitúa en una escenografía de patética cotidianidad, que remarca la primera cita que encabeza estos poemas, de Joan Margarit: “Llega del sótano a la nieve sucia”; de una negra oscuridad a una blanca oscuridad; o como dice Nick Cave en el último poema: “Oscura es mi noche pero más oscuro es mi día”. Este título, estas citas, nos sumergen en la atmósfera que envuelve estos poemas como una niebla, evidente pero no obvia, que casi siempre se resuelve en los sugerentes últimos versos de las piezas: como en ese “Viejas negruras”, en el que una efímera historia de amor de bar nocturno, se termina con estos versos: “amarnos en cualquier sucio lecho,/ como dos ángeles ciegos/ que se tocan por primera vez.”
Cuando hablo de evidencias me refiero a las vidas de los personajes que recorren este libro, esos derrotados del día día, enfermos mentales, jubilados con una exigua paga, desempleados, mujeres hastiadas por el devastador paso del tiempo, pobres, yonquis, etc. La expresión utilizada por el poeta es la narratividad, insertada en la mejor tradición norteamericana y ampliada con la poesía de la experiencia de tan buen resultado en nuestro país, desde que uno de los maestros de nuestro autor, Jaime Gil de Biedma, importara sus postulados teóricos y prácticos. Esta narración de esas pequeñas vidas ha sido lo que ha hecho decir a Alberto García-Teresa que hay cierto costumbrismo en estas páginas. La intención al narrar estas vidas la muestran perfectamente las otras dos citas que enmarcan el libro: “Yo cuento lo que hay” de Thom Jones y: “En toda mirada hay ideología; la hay en la selección de lo mirado; como también la hay en la elección de mirar hacia otro lado”, de Miguel Tomás-Valiente. Esto expresa la conciencia crítica del autor con ese Statu Quo (lo que hay), y el lugar desde el que el autor escribe: esa conciencia de clase que es como se llamaba uno de los poemas de su anterior libro, Paisaje para un ciego, y que terminaba diciendo: “sin duda, sé donde están los míos”. En el primer poema de esta nueva entrega, “Carro de la compra”, termina diciéndonos el poeta: “gente a la que le presto mi palabra,/ como antes de mí hizo un poeta vasco que ya ha muerto”; lo que nos hace pensar en dos ilustres de la poesía social castellana: Blas de Otero y Gabriel Celaya. Digamos que todas estas vidas se resumen en uno de los primeros poemas del libro: “Excluidos”. También hay que decir que esta claridad narrativa con la que cuenta estas vidas no excluye la sugestión, pues lo que suele contar el poeta son anécdotas de la vida cotidiana que sugieren al lector, al terminar el poema, un trasfondo oscuro, una melancolía, y que también nos congracia con esas vidas, nos hace compadecernos de ellas y, tal vez, querer ser mejor personas al terminar la lectura, virtud no desdeñable de este Pisadas en la nieve sucia. Estas anécdotas trascendidas por el sentido último o primero del poema, dejan en el aire del lector como un dulce dolor de estómago, de conciencia.
Una de las marcas de la casa son las referencias culturales, tanto de la alta cultura como de la popular (el autor no hace distingos), y que no son una pose o mera muestra de petulancia, sino que también ayudan a crear la atmósfera idónea y el sentido del poema.
Se ha dicho de este libro que traza un arco de lo social a lo íntimo, y es cierto, cuya transición es los tres poemas dedicados respectivamente a su abuelo, a su padre y a su madre. En estos tres poemas la anécdota que se relata tal vez sea la más seca del libro y, paradójicamente, cosas de la poesía, su resultado sea el más emotivo, rubricando los poemas con unos versos sobre el melancólico paso del tiempo, uno de los motivos latentes en todo el libro. De cualquier forma hay que decir que en Ismael Cabezas la crisis colectiva y la individual no se diferencian, pues la crisis individual lo es por ser colectiva, resaltando esa empatía también marca de la casa.
Voy a terminar con los últimos versos de su”Poética”: “no se trata de postestructuralismo/ de Foucault o Derrida/ o de hiperrealidad,/ sino de un simple y ligero ejercicio/ de la mirada, de observar a fin de cuentas/ todo eso que a veces,/ como las lágrimas y la sangre,/ hemos acordado en llamar vida.” Poesía y vida son lo mismo para Ismael Cabezas: he aquí la realidad desde el punto de vista de un alma sensible, donde compromiso ético y estético también son lo mismo.
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