JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ. LLEGADA A LAS ISLAS
(Baile del Sol, Tenerife, 2014)
por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
No estoy cantando, ¿no lo ves?
Sólo trato de hablar de cómo hacerlo.
Llegada a las islas, el último poemario de José Óscar López, es un libro inmenso, ambicioso y, como ya habrán deducido de los adjetivos anteriores, arriesgado. Más de cien páginas, combinación de verso y prosa, citas infinitas, samplers, poemas de tres páginas y poemas de un verso... Podría pensarse en una anomalía, en un libro raro de alguien que ha tenido un repentino rapto de inspiración delirante. Pero no. Tomemos su anterior libro de poemas. Pongamos Vigilia del asesino junto aLlegada a las islas, y nos daremos cuenta de que, lo que pasa, es que José Óscar López es de una especie de poeta que escasea. Es de la especie de los genios, de los grandes de verdad. De esos que conciben la poesía como un proyecto infinito, como un arte inmenso y sin límites; que no se conforma con exprimir una imagen brillante, o con mimar un sentimiento íntimo entre los algodones de un estandarizado concepto de belleza. José Óscar pertenece a la estirpe de los grandes vanguardistas, de los osados, de los héroes exploradores que, alucinados, cavan trincheras en la noche, mientras todos duermen, y disparan contra eso que, invisible, se mueve ahí delante, en la oscuridad.
Pero lleguemos a las islas. Los primeros islotes que nos encontramos en esta alucinada travesía tienen nombres propios; estamos en el arrecife de las citas previas: Barthes, Ashbery, Deleuze, Derrida, Valente, P.I.L., Rimbaud… A través de estas citas, o mejor dicho, de las firmas de esas citas, podemos entresacar, de entre la gran sinfonía de ruido que es Llegada a las islas, algunos de los vectores que suenan ahí dentro y que sostienen los principios estéticos de la obra.
Empecemos por Derrida, y metamos ahí también a Deleuze y a Barthes. Con estos nombres como brújula podemos intentar entender un poco el planteamiento filosófico y literario de esta obra. Y ahí está la primera clave. Significado y lenguaje. Los tres autores citados pertenecen a esa corriente de la filosofía de la sospecha y la deconstrucción, empeñada en demostrarnos que no hay pensamiento sin lenguaje, que no hay realidad que no sea construcción; que ese mito de un significado previo, ideal, que luego el escritor intenta plasmar de la mejor manera posible a través de la “herramienta” de la palabra, es una ingenuidad heredada del platonismo que llevamos de serie. La manera de escribir de José Óscar, el estilo de Llegada a las islas responde de una manera radical a ese planteamiento, en mi opinión. El significado se genera después de cada verso, de cada imagen, de cada giro. El significado se va creando y destruyendo verso a verso, el significado es un mito, una Ítaca inexistente que hace zarpar nuestro barco y lo mantiene en un movimiento perpetuo, en un continuo cambio de rumbos, para llegar, finalmente, no a Ítaca, sino a las islas, porque el hogar, o el sentido inamovible, son siempre una ficción.
Si Derrida ha sido durante mucho tiempo el filósofo favorito de los escritores, es porque nosotros, más que los filósofos, hemos sabido eso desde siempre. Y para José Óscar, ese ha sido su principio estético: el lenguaje manda. El significado siempre va detrás, y siempre es una cadena infinita de referencias, de metáforas que hacen referencia a otras metáforas; y cuando encontramos tierra firme, seguimos avanzando y nos encontramos de nuevo con el mar, y nos damos cuenta de que estamos en otra isla.
(pero se trata de buscar un río y no un muro, y todo va a seguir moviéndose igual que un río que no existe, y sin embargo fluye)
Así nos sentiremos en este libro, que lleva esa propuesta también al estilo, a las interrogaciones continuas, preguntas que no esperan respuesta alguna, que son simplemente una forma de enunciar un contenido que se niega a sí mismo, que revela la ignorancia. Y también a las oraciones larguísimas, infinitas, llenas de paréntesis, de digresiones que postergan el sujeto del predicado, que predican sin sujeto, que se enredan en sí mismas y progresan hacia lugares en espiral o en fuga y que terminan muy lejos de donde parecía que iban a llevarnos al comienzo.
(Una inquietud mueve las fontanelas de la Tierra. Una conversación que no se acaba está abocada, irremediablemente, al estertor de los monólogos. A todo lo que dice, imperturbable, su vacío. Parto en la multiplicidad, voces imaginarias, que suplen al que espera.)
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
Pasemos a otro de los islotes que nos daban la bienvenida al libro. Elijo ahora a Rimbaud. Es decir, elijo la imagen. El poeta francés ha quedado como el liberador de la imagen. El visionario que desliga el poder de la imagen de su anterior trabajo de ejemplificadora o ilustradora de un pensamiento previo. El alucinado. Y José Óscar es un poeta (y un narrador) de una imaginación inmensa. Lo demuestra en cada uno de sus libros. Este está lleno de ellas.
(Pasaban cielos como escualos sin dientes)
Imágenes que se suceden y abren de repente cielos, mares y tierras con la velocidad de un relámpago, que iluminan trozos de rutas que desaparecen inmediatamente, para dar paso a otras posibles rutas, porque todo es posible e imposible a la vez en esta travesía. Cada imagen inventa un mundo, pero los mundos son infinitos, y no hemos de esperar estar mucho tiempo en ellos, ni conocer su historia y leyes.
(Y un tipo con orejas puntiagudas nos instaba a volar)
Podríamos, no obstante, destacar la cantidad de imágenes referidas al origen, a la fuente, al manantial, a la raíz, así como a lo ambiguo, lo anfibio, lo que es al mismo tiempo una cosa y otra. Me interesa destacar ese conjunto de imágenes, que van surgiendo en el libro una y otra vez, en muy variadas formas, y que estarían ya anunciadas por la cita inicial de José Ángel Valente, uno de los grandes poetas del espacio del origen. En este viaje extraño estas imágenes nos sitúan en un espacio muy conocido también para los escritores que no aceptan que sus palabras deban traducir un sentido previo. El espacio en que la imagen libre, sin el horizonte de una Itaca a la que dirigirse, crea ella misma un espacio de indeterminación que abre mil caminos y, a la vez, destruye cualquier posibilidad de un camino o un sentido único. Muchas veces ese espacio vacío y múltiple a la vez, es el propio yo, la individualidad del poeta que intenta afirmarse, definirse como algo sólido, como un sujeto estable, pero que se convierte una y otra vez en ausencia, en caos, en vacío en el que caben todas las voces, payaso y carnaval. En este libro habitamos muchas veces ese espacio, que es confuso, peligroso, caótico, pero es también un espacio donde se puede sentir una especie de revelación, aunque la revelación sea al final la de la insignificancia, la de la ausencia.
(Antes de entregarle un ligero trozo de ébano, le dijo: escucha y luego agárralo bien, pues ésa es toda tu porción del misterio. // Y al estrellarlo contra el basamento de unas columnas cercanas, se escuchaba hueco.)
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
Por último, está el islote de P.I.L., el grupo punk. Más adelante encontraremos también la isla de Jesus and Mary Chain. Caos, ruido, música. La negación convertida en música, el caos convertido en arte; el ruido, convertido en melodía. Sería la música de este libro. Una música, si se me permite, derrideana. Para Derrida, el problema de los filósofos idealistas es que pensaban que el lenguaje era un “ruido” que molestaba la pureza de la idea: él reclamó el ruido del lenguaje como única realidad del pensamiento. Así la música de José Óscar (Él amaba el ruido, lo amaba enfebrecido) y de este libro, el punk y el noise: el ruido de la guitarra no es el problema que hay que evitar, sino el auténtico cuerpo de la música, que hay que hacer sonar a todo volumen. Uno de los versos más sintéticos del libro, con el que cierra gloriosamente un poema, dice simplemente: Guitarrazos, guitarrazos. Este es un libro punk, un libro noise.
El ruido y la confusión llegan también al género. Yo estoy hablando todo el tiempo de poemario, de conjunto de poemas. Pero José Óscar López siempre ha tenido problemas con los géneros. Aquí los ha vuelto a tener, y la editorial, ante lo inclasificable y radical del texto, optó por publicarlo en su colección de narrativa, en lugar de la de poesía. Y en cierto modo han acertado, por varias razones.
La primera, es que José Óscar, casi siempre, es un poeta épico. Lo era en Vigilia del asesino, y lo es también enLlegada a las islas. Este libro es épico en varios sentidos. En primer lugar, ya desde el título, y desde las referencias de muchos de los poemas (a La Odisea, a La Ilíada, a La Eneida…), puede considerarse este texto como una variante de una epopeya originaria. Una epopeya del lenguaje y de la poesía, una epopeya individual que, como la variante de James Joyce, asume que todo viaje, y que todo lenguaje, que toda narración, ya está contada, que la vida es un conjunto de personajes y de voces que no son nuestras, o lo son como parodia, como imitación o variación. También es fácil ver la idea borgiana de El inmortal, todos somos Homero, la cadena del lenguaje y sus mitos es infinita y múltiple.
No obstante, no solamente es un libro épico por estas referencias a la épica clásica. Es una épica del ruido, o el ruido de la épica. Porque el libro está lleno de personajes, de escenas de cine o de literatura de género: detectives, novela gótica, terror, cómics, ciencia ficción…
(¿Y si, después de todo, esta nada apacible, hospitalaria, constituyese/ una nueva y paranoide Eneida, formulación nueva y a la vez antigua/ de vistas fulgurantes bajo el cuádruple atardecer de Star Wars/ mientras tú, sencillamente, la estabas jodiendo -que es lo mismo que decir/ que te preocupabas en vano, tontamente- todo el rato?)
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
Pero no hay historias, sino fragmentos de historias, como si el barco de todas las ficciones literarias o fílmicas de la historia se hubiera hundido, y José Óscar fuera recogiendo fragmentos, a veces grandes y con cierto sentido: un planteamiento completo (Se conocieron una noche en el desierto, en un club de jazz del Sahara), o un desenlace (Salió del trullo, le dio un libro ilustrado de Jack London / y un poco de dinero, antes de afeitarse y despedirse.//Las tardes son largas en los aeropuertos, desde entonces); a veces mínimos, extraños, piezas de algo mayor que no sabemos realmente para qué pueden servir, pero que explotan en la imaginación (Él vacilaba en las preguntas pero parecía honrado. / Ella era peligrosa como un jaguar en nochebuena).
Este libro es, en definitiva, un viaje que hay que hacer, un peligro que hay que correr.
por HÉCTOR TARANCÓN ROYO
La selección de la información tergiversa, en alguna medida, los libros y condiciona al lector. Si esto es cierto, lo es en la medida en que cualquier recuento -reseña, crítica o artículo académico- implica una selección interesada de la información (…) Toda lectura, como nos enseña la Escuela de Yale, es una misreading, una lectura sesgada, y toda interpretación es, en alguna medida, ficcional.
Eloy Fernández Porta
Falsa, el teatro de esta conversación se abre una vez más como una caja diminuta. La vida es una acumulación de imposturas y errores de los que sólo te acabas dando cuenta después, de manera parcial, cuando los cimientos han cedido y la torre ha caído haciendo un ruido sordo del que deja, apenas, unos pocos marcos rotos y unos cristales demasiado afilados, senderos sin oxígeno: un recorrido anfibio, abierto por cuchillos. Sin hogar, te llegaría una carta que pondría: destinatario ausente / desconocido. Esto sería, efectivamente, un camino por recorrer y, lamentablemente, los obstáculos serían numerosos. No importaría nada más que la mirada puesta en el horizonte. El futuro es pura incertidumbre,sé justo, porque sé que no serás benévolo.
Por eso, quizá, era mejor centrarse en el pasado. Todo, incluso la escritura, parte de la experiencia. Me veía escribiendo sobre el propio acto de escribir mientras intentaba recordar algo que valiera la pena ser contado a la vez que transformaba todos aquellos recuerdos en algo ficticio que fuera capaz de imprimir un movimiento acorde con la historia de, a saber, una suerte de persona que, matando monos y animales, llegaba al final del camino, apesadumbrado por su dificultad lingüística (mataba para expresarse), y entre sollozos se convertía en un escritor que, transformando la sangre y el dolor, relataba la vida normal en un pueblo haciendo un retrato de costumbres, añadiendo por encima de todo, por algún devenir azaroso, la necesidad de dar vueltas para no decir la verdad, la injusticia, la necesidad del amor, y la dificultad para expresar lo inexpresable, por algún casual, quién sabe, todo lo que intentamos traducir de nuestras experiencias a las palabras, sean escritas o habladas, no importa, si al final no ¿va a quedar nada? (añade en su delirio esquizo-paranoide).
Como aquel viaje, sí. El callejón estaba oscuro, no había nadie en aquella zona. Si me llegara a pasar algo, lo cual era muy probable, serviría de pasto en un kebap, lo que confirmaría aquello de “lo que no te mata engorda”. Estaba buscando una solución para los numerosos problemas que me estaban asaltando últimamente. Situaciones desesperadas requieren medidas urgentes. Tenía la dirección apuntada en aquella carta, llamé a la puerta con cierta reserva, que no miedo, un asesino nunca lo tiene, y me abrieron. Estoy bien jodido esta vez.
Fue muy extraño, la puerta estaba entornada y al fondo de la habitación había alguien en un sofá, pero no había nadie más. Ni un alma. ¿Quién me había abierto? Pero con el primer paso que di la voz del fondo me llegó por resonancia: «me llamo Ulises, encantado de conocerle».
Podría haber salido corriendo, pero eso habría significado caer en lo normal: me gustaban demasiado las paradojas. Me senté junto a él, aunque su mirada estaba dispuesta hacia el infinito, como si pudiese ver el cielo, las estrellas brillar, o una zarza sagrada llameante que le hablaba revelándole el sentido de la vida. Sin previo aviso comenzó a hablar, de manera nerviosa e ininterrumpida, sobre muchas cosas. Yo apunté lo que pude, acaso un leve fragmento de todo: «me atropello sin parar, no sé por dónde empezar y me está dando la sensación de que ya lo he dicho todo, No puedo hablar con nadie, ni verlos —a ellos, a ninguno de ellos, pero sé qué están ahí, al otro lado, que aguardan resultados, y trabajo: sumo, resto, rehago; me esfuerzo, se me va la vida en ello—. Doy por finalizado, y vuelvo a comenzar, ¿el qué? Y vuelvo, sí, ¿pero hacia dónde?
Me pasó algo envuelto en una servilleta, «es la sustancia definitiva, Ítaca, pero es altamente volátil, así que ten cuidado. No sé si lo sabes, pero es una pasada, ir y volver, partir hacia la Nada, ir hacia algún lugar, llegar a una dimensión completamente distinta, terminar en otro sitio diferente, sufrir la iluminación, el instante de revelación. Merece la pena. A veces lo ves claramente, es decir. No sé. A ver. Casi siempre, después de vagar y vagar, haces un círculo, el último lugar es el inicial. La casilla de salida siempre es el punto cero».
Aquella persona estaba obsesionada por algo, se llevaba algo entre manos, y hasta que no terminara de decirlo todo no se iba a quedar tranquilo. Yo creía que era un escritor, pero ahora no lo sé, rememorarlo es como destapar la fragancia de un sueño. Con la droga, eso sí, había algo escrito: sólo si olvidas que has llegado habrás llegado. Me estaba empezando a cabrear, me habían prometido la solución a todos mis problemas y lo único que me estaba entrando era un dolor de cabeza descomunal. Le dije, ya un poco cabreado, invierte la energía que te dicte costumbre o corazón. Era una frase tonta, lo sé, pero tampoco me veía capaz de interrumpirle del todo. Se ataba y desataba, y mi intervención lo había abierto en canal.
Las gotas de la tubería caían al suelo.
«¿Me estás escuchando? siento borracho de palabras, como entonces febril y agradecido, lejos de mí, hablando por hablar, brillando para nadie. Estoy comenzando a dudar, me paro pero eso es peor, retrasa el discurso y luego no sabes cómo concluir aquello porque tus amigos están aburridos, tú has perdido el ritmo y el tema se ha difuminado. Y seguimos moviéndonos, viajando, tan despacio, pero también tan necesariamente».
Una rata corría por alrededor buscando comida.
«Espera, lo estoy viendo. Todavía no la ha consumido. Guárdala, buscaste una mentira que ayudase a vivir, ¿verdad? ¿En qué estabas pensando, qué todo se iba a solucionar, así, mágicamente? Si sólo pueden decirse fragmentos, ¿no debiera recurrirse a aquellos que mejor explican todo o nada?».
La luz no paraba de parpadear.
Estaba ahí sentado, en ninguna parte, ¿qué puede hacer cualquiera?, pensé, ¿había salvación?
El rumor del calefactor acompañaba el discurso.
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
«No he terminado. Por favor, no sigas el camino de la enésima generación de héroes mandados de vuelta a casa. No es una buena idea. No sé. Sí. Vale. Quizá. Ya no sé cuál es mi voz. Oigo demasiado, y guardo silencio en demasiadas ocasiones. Ni habla plena ni círculo perfecto. Más y menos, ni más ni menos. Acaso una pregunta completamente diferente».
La respiración se hacía más intensa.
«Lo sé, lo sé, aquí no hay nadie. Apunto sin parar en mi cuaderno rojo».
Y el ambiente se estaba cargando.
«Te lo prometo, iba a hacerlo todo en mi cabeza: no me llevé papel, piedras, tijeras, nada. Ahí estaba yo, era lo único que iba a construir».
Guitarrazos. Guitarrazos.
Ficción y realidad se estaban fusionando, si es que alguna vez llegaron a estar separadas. El cuarto era una gigantesca caja de resonancia en la que los ritmos se habían convertido en una serie de sonidos remezclados que acompañaban toda aquella situación en conjunto, in crescendo, impulsándolo todo hacia una última nota que, sin embargo, como buena historia de iniciación, no sería el final de sus días sino el principio de todo un universo que respirar, experimentar y tocar, algo así como…
«¿Un sampleo? Una cierta deficiencia que todavía no es, o no es ya ausencia, la simulación es la mejor arma para penetrar en la complejidad del mundo. ¿A decide marchar en dirección a B o es B quien deja que A se acerque? ¿Puede A atraer a B y hacerlo A, o viceversa? ¿Han sido A y B siempre distintos?».
«¿Puedes imaginar mi soledad mientras creaba el mundo? En realidad, la vida sólo dura cierto tiempo, ¿entiendes? Todo lo demás está aquí en este cuarto, con mi oscuridad, con mi lenguaje, mis gritos y mi sufrimiento. Aquí lo soy todo, algo hermoso que brilla y lo inunda todo. Quizá pueda recordar algo que merezca la pena, no lo sé. Soy José Óscar López. Ése no es mi verdadero nombre. Muchas gracias».
Se había hecho ya de noche en el cuarto.
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
--Me miró como si fuese idiota. Papá, todo eso está muy bien pero no se parece mucho a un cuento, la verdad. Redactas como el culo, y no se entiende nada (risas), ni siquiera tiene ecos poéticos. ¿No me ibas a contar cómo os conocisteis?
—Sí, llevas razón, em, lo siento. Me he embrollado, hay tanto que contar y tan poco tiempo que a veces… No sé. La verdad. He intentado explicar todos los efectos colaterales, los problemas… Para llegar a esto. Allá va, esta vez de verdad.
«Había un faro, al fondo, aquella torre, ¿no presagiaba a un mimo bajo la luna dando una vuelta por un campo de minas falsas?, se oía el rumor de las olas, las estrellas parecían brillar, esta vez sí, por nosotros. Quizá no fuera nada, aunque en nuestro interior sabíamos que aquello iba a ser para toda una vida. Los obstáculos, y las malas experiencias, nos habían servido para desembocar aquí, en esta isla tan particular. Sucedió de pronto, en esa típica iluminación cotidiana, cuando le dije: solamente los actos expresan un sentido, y yo te he amado con todo lo quehe tenido».
© JOSÉ ÓSCAR LÓPEZ
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