Imagen que persigo, sólo exacta en mis ojos. /Bebo del
espejismo, de tu agua inventada.
Un agua
desbordada, que rezume de sus madres como un reboso capaz de remontar hasta sus
fuentes, o incluso más allá, al interior de esa tierra escondida donde sólo la
palabra, con su hacho tembloroso, nos permite alumbrar.
BdS.- Da la sensación de que cada palabra, cada verso, ha
experimentado un proceso de destilación hasta quedarse prácticamente en la
esencia de lo poético, ¿era esta tu intención?
RHB.-Esa
tendencia a la condensación, a la brevedad, ha sido siempre una característica
de mis poemas, en los que la anécdota poética es prácticamente inexistente
o está reducida a la mínima expresión.
Quizá en este libro sea aún más evidente por la propia naturaleza de su
contenido: ese deseo de exprimir la sed, lo que va quedando de ella en los
sequeros de la vida, hasta hacerla manar de nuevo en el flujo regenerador de la
palabra. Soy consciente de que de esa búsqueda de lo esencial, de eliminación
de todo lo que pueda desviar del sentido, resulta un lenguaje intenso, casi en
los huesos, de difícil apertura. Pero es
lo que me pedía este libro, aun a riesgo a veces de ahogarme en el silencio.
RHB.-Seguramente mi
predilección por el arte japonés del haiku
proviene de una íntima afinidad con sus principios estéticos. Me seduce su
condensación, su capacidad de concentrar la mirada, de desvelar lo pequeño y hacernos
apreciar, en palabras de Luis Corrales, la grandeza de “los innumerables
acontecimientos mínimos que cada día el mundo despliega ante nuestros ojos”. Es
una estrofa que encaja a la perfección en mi idea del poema como plasmación de
una imagen- extraída de la naturaleza muchas veces- y ejercicio de precisión
lingüística ajustada a una forma. No sólo me atrae el haiku como creador, sino que lo utilizo con mis alumnos de
Secundaria y Bachillerato, ya que sus posibilidades didácticas son muy
interesantes. Fruto de ese trabajo escolar es el libro cartonero Haikus del almendro en flor, (Cartonera Island, 2014), realizado por
estudiantes del IES Puntagorda.
BdS.-El libro tiene cinco partes, la última de ellas se titula
"Lugar de la palabra", ¿es allí donde querías llegar?
RHB.-Llegar a la
palabra, sí, a esa tierra imperfecta que nace de la sed y que es la sed misma, en
tanto generadora de más sed. De cuanto se nos niega hago cimiento. /
Destilo de mi sed. Esa tierra en la que ahondar como un viejo cabuquero
hasta hacerla brotar desde sus más profundos diques.
- ¿Cómo definirías tu lenguaje poético?
Escarbo la palabra, como el hoyo en la arena donde un
niño quiere apresar el mar.
Creo que mi
lenguaje poético-por supuesto, también en Los
posos de la sed-está marcado por ese impulso: la necesidad de conservar la
inocencia en la mirada, la capacidad de asombro, los ojos del niño en su visión
inaugural del mundo y el milagro de esa palabra original, balbuciente e
incomprensible a veces, pero exacta en su nombrar maravillado: La del crío es mi sed, la que agita los
posos. / Su incesante inquirir, su acuciar desandado.
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