lunes, 1 de diciembre de 2014

Bailando con Ricardo Hernández Bravo: "Llegar a la palabra, a esa tierra imperfecta que nace de la sed y que es la sed misma".



http://bailedelsol.org/index.php?option=com_booklibrary&task=view&id=674&Itemid=427&catid=116
 
Baile del Sol. - Los posos de la sed es un libro de poemas breves, casi sentencias en algunos casos, en los que el agua aparece como hilo conductor, ¿qué te ha llevado a utilizar este elemento como eje?, ¿qué simboliza el agua en el poemario?

Ricardo Hernández Bravo. -El agua está en lo más íntimo de nuestra esencia, es casi nuestra razón de ser.  El agua o más bien algo tan humano, tan nuestro, como el deseo, la necesidad de ella: la sed. Una sed capaz de crear el agua misma, la propia idea del agua. Una sed que no se agote en la efímera saciedad, que sea capaz de resurgir, más intensa aún, de los posos a que va quedando reducida en la merma diaria:

Imagen que persigo, sólo exacta en mis ojos. /Bebo del espejismo, de tu agua inventada.

Un agua desbordada, que rezume de sus madres como un reboso capaz de remontar hasta sus fuentes, o incluso más allá, al interior de esa tierra escondida donde sólo la palabra, con su hacho tembloroso, nos permite alumbrar.

 
BdS.- Da la sensación de que cada palabra, cada verso, ha experimentado un proceso de destilación hasta quedarse prácticamente en la esencia de lo poético, ¿era esta tu intención?

RHB.-Esa tendencia a la condensación, a la brevedad, ha sido siempre una característica de mis poemas, en los que la anécdota poética es prácticamente inexistente o  está reducida a la mínima expresión. Quizá en este libro sea aún más evidente por la propia naturaleza de su contenido: ese deseo de exprimir la sed, lo que va quedando de ella en los sequeros de la vida, hasta hacerla manar de nuevo en el flujo regenerador de la palabra. Soy consciente de que de esa búsqueda de lo esencial, de eliminación de todo lo que pueda desviar del sentido, resulta un lenguaje intenso, casi en los huesos, de difícil apertura.  Pero es lo que me pedía este libro, aun a riesgo a veces de ahogarme en el silencio.

 
BdS.-Algunos de los poemas también parecen querer captar un instante, recuerdan de algún modo a la poética japonesa del haiku.

RHB.-Seguramente mi predilección por el arte japonés del haiku proviene de una íntima afinidad con sus principios estéticos. Me seduce su condensación, su capacidad de concentrar la mirada, de desvelar lo pequeño y hacernos apreciar, en palabras de Luis Corrales, la grandeza de “los innumerables acontecimientos mínimos que cada día el mundo despliega ante nuestros ojos”. Es una estrofa que encaja a la perfección en mi idea del poema como plasmación de una imagen- extraída de la naturaleza muchas veces- y ejercicio de precisión lingüística ajustada a una forma. No sólo me atrae el haiku como creador, sino que lo utilizo con mis alumnos de Secundaria y Bachillerato, ya que sus posibilidades didácticas son muy interesantes. Fruto de ese trabajo escolar es el libro cartonero Haikus del almendro en flor, (Cartonera Island, 2014), realizado por estudiantes del IES Puntagorda.  
http://bailedelsol.org/index.php?option=com_content&view=article&id=287&itemid=426
 

BdS.-El libro tiene cinco partes, la última de ellas se titula "Lugar de la palabra", ¿es allí donde querías llegar? 

RHB.-Llegar a la palabra, sí, a esa tierra imperfecta que nace de la sed y que es la sed misma, en tanto generadora de más sed.  De cuanto se nos niega hago cimiento. / Destilo de mi sed. Esa tierra en la que ahondar como un viejo cabuquero hasta hacerla brotar desde sus más profundos diques.  

 BdS- La naturaleza, la armonía también aparecen en el libro, a veces en contraposición a la agitación y la tecnología. Háblanos de este contraste.

 RHB.-Como bien apuntas, la naturaleza es otra de mis constantes; ese paisaje rotundo de la isla y el mar que impresionara mis sentidos desde niño y que forma parte de mi imaginario vital. Es una naturaleza en la que el elemento paradisíaco y el modelaje humano han mantenido un frágil equilibrio, una difícil armonía de siglos que cada vez se ve más amenazada. Y la amenaza viene por muchos flancos, pero se me antoja que la principal es también nuestra propia sed. Esa otra sed artificial, sujeta al mercadeo, a la novedad en serie, a la expropiación de los instintos, la uniformación de la mirada prisionera en una red de ocultamientos en la que lo virtual es superior a lo vivo, donde navegamos aparentemente saciados por un agua llena de brillos,  pero sin verdadera luz. Una palabra simplificada, vaciada de su rica complejidad, limitada a su simpática función “guasapera” o a su baboso reclamo publicitario y politiquero; un verbo incapaz de decir, de ser agua, de producir auténtica sed. La desintegración de la naturaleza, de nuestra convivencia armónica al compás de sus ritmos, va a la par de nuestra propia desintegración como seres capaces de sentir sed y de apreciar el valor del agua que nunca sacia.

- ¿Cómo definirías tu lenguaje poético?

 RHB.-No soy amigo de hablar de mi poesía. Cuando me han pedido poéticas, siempre he preferido que sean mis poemas-si algo logran decir- los que hablen por mí. En la antología  Poesía canaria actual, de Miguel Martinón, utilicé esta imagen:

Escarbo la palabra, como el hoyo en la arena donde un niño quiere apresar el mar.

Creo que mi lenguaje poético-por supuesto, también en Los posos de la sed-está marcado por ese impulso: la necesidad de conservar la inocencia en la mirada, la capacidad de asombro, los ojos del niño en su visión inaugural del mundo y el milagro de esa palabra original, balbuciente e incomprensible a veces, pero exacta en su nombrar maravillado: La del crío es mi sed, la que agita los posos. / Su incesante inquirir, su acuciar desandado.

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