Published on octubre 6th, 2014 | by Ismael Cabezas
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Fotografía: Julia D. Velázquez
Gsús Bonilla, para quien aún no lo conozca, es un francotirador apostado con su verso para defender a los más desfavorecidos, a los que no tienen voz, a los nadies, como afirmaba Eduardo Galeano. Es el heredero directo del Blas de Otero más social y combativo, practica una poesía del adoquín arrancado en la calle para construir la barricada, para construir el nosotros desde el yo. Puede que su nombre, junto al de otros poetas como David González o Ana Pérez Cañamares, no sea pronunciado en las aulas de las facultades de filología, pero sí es nombrado en las calles, en los bares, en los mercados, lugares que a él le son más propicios.
Comida para perros es su último poemario, publicado en Baile del Sol, sello que se ha caracterizado por editar algunos de los libros más brillantes, de eso que los exégetas han venido en llamar, “poesía de la conciencia crítica”, aunque a Bonilla, junto a otros poetas encuadrados en esa tendencia por la crítica, le interesa más la palabra desnuda que las meras etiquetas.
Es Bonilla un autor en el cual el poema no se decanta simplemente por esa mitificación de corte pequeñoburgues que es la inspiración, sino por el ejercicio de la concienzuda escritura poética y sus muchas lecturas donde ha aprendido el oficio, no en vano acota su material poético con citas de Nicolas Guillén, Enrique Falcón o Juan Carlos Mestre, por citar sólo a algunos.
El territorio poético, el mapa por donde figuran los personajes poéticos de Gsús Bonilla, es el de los excluidos, los sin voz, los outsiders, los que viven al margen; por el hollín de sus chimeneas comprendí el fuego en los orfelinatos, de los asilos, de las casas de acogida… en los sanatorios, afirma en el primer poema en prosa que abre la primera sección del libro, “Los perros policía”. Existe una clara dialéctica en este poemario, un claro enfrentamiento entre opresores y oprimidos; el que se sitúa en el vértice de la pirámide de explotación, es el que mete a los perros en las asambleas y en las reuniones de las comunidades de vecinos, el que escarba en el pecho del enfermo, el que hurga en su sonda. El animal es de naturaleza bondadosa, capaz de la más extrema empatía hacía el ser humano, sin embargo es el poder el que lo pervierte: sus perros ladran, olisquean a nuestros niños, a menudo babean y se orinan en los bastones de los ancianos. El perro policía deviene como símbolo de la tiranía en el poemario; tu perro confunde a sus vecinos, ladra a la tercera edad; a la vecina de enfrente, a su hijo parapléjico, mordisquea los tobillos a la infancia. Pero ante el poder opresor se erige la fuerza salvadora y redentora de la palabra: seremos sinceros / y escribiremos: Asco, /con nuestra caligrafía de mierda / con toda la violencia de la poesía. La palabra poética sirve para maldecir, especialmente a todos aquellos sin entrañas, que idolatran / las cuchillas de las alambradas / en las fronteras.
Pero el poeta, además de esta mirada de combate, crítica, también adopta otro registro y es capaz de encontrar la belleza en la irrupción de lo cotidiano: la grandeza de los pájaros no estaba en su vuelo sino en el / descanso sobre los cables eléctricos, empapándose de agua de lluvia. El poeta, ante el hecho trivial, casi sin trascendencia, denota una mirada que va más allá de lo convencional, y es esto, entre otras cosas, lo que le concede a un hombre la categoría de poeta.
No es Bonilla un poeta que esté en su torre de marfil ajeno a lo que sucede a su alrededor, sino que vive en contacto con la realidad más inmediata; acontecimientos como la convocatoria del 25 de septiembre para rodear el congreso asaltan sus poemas y una vez más son los excluidos, los marginados, a los que presta su voz, afirmando así: un ejército de agonizantes. los desprovistos. los finalizados, el colectivo de los consumidos. todos ellos forman un corro. es el baile de los terminales y os hace gracia.
El enemigo del pueblo es el capital, pero a un tiempo se siente una especial emoción cuando un individuo se dispone a defender lo que honestamente considera que es justo: consigo entender que mi cuerpo se prepara para la defensa de una causa justa; es emocionante que una parte de mi pueblo sigue preparada y planta cara a esta bestia capital que nos clava, día a día, sus uñas.
En Comida para perros, encontramos a un poeta que antepone el nosotros al yo, dándole voz, como ya hemos afirmado, a los que no la poseen, pero no por ello deja de practicar una poesía con una voz muy personal y que intenta deconstruir los entresijos del poder, cómo éste se infiltra en el día a día cotidiano, para subliminalmente, casi sin que nos demos cuenta, someternos y sojuzgarnos. En su último libro, Bonilla viene a confirmarse como una de las voces críticas más importantes del panorama poético español.
Autor: Gsús Bonilla, Título: Comida para perros. Editorial: Baile del Sol, Año: 2014, Páginas: 93
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