Por Miguel Baquero
/ Autora: Inma Luna.
Editorial: Baile del Sol.
Nº páginas: 74
Editorial: Baile del Sol.
Nº páginas: 74
/ Autora de extensa trayectoria (el que reseñamos es su sexto libro de poemas, y cuenta además con una novela y una colección de relatos que alcanzó gran proyección: “Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero”), Inma Luna (Madrid, 1966) publica en esa ocasión un poemario, “Divina”, donde parece ajustar cuentas con su pasado. Ignoro si parte de una realidad o se trata de una historia fingida, “ambientada”, pero en todo caso lo que sí parece cierto de todo punto es la calidad del desgarro, la sinceridad y valentía con que la autora vuelve sobre sus días de infancia y adolescencia. “Este es el relato…”, dice en la contraportada del libro, y, en efecto, “Divina” tiene mucha naturaleza de relato, en la manera en que no sitúa en un colegio de monjas y nos va mostrando cómo, progresivamente, las religiosas van coartando la libertad de las internas; cómo, “engordando a merced / de cada una / de mis tristezas pedagógicas” (aprovecho para hacer notar aquí la calidad y la atracción que tiene la música que se desprende de los versos) la autora-protagonista va deshaciéndose de su espontaneidad, de su alegría, de su afán de atrapar el mundo, de todo lo que suponga relaciones sanas con su exterior y, un poco más adelante, con los chicos “que sabían hacerse felices con las manos”.
“Los versos del amor eran agua podrida”.
Fruto, sin duda, de esta educación restrictiva sobreviene, al parecer, un embarazo no deseado, un matrimonio forzado por las circunstancias, un fracaso evidente… Sin embargo, mientras la autora va avanzando en esta penosa ruta personal que parece le va apartando de la vida, así aumenta paralelamente su compromiso con la poesía. En un hermoso poema como “Vía de escape” (“Podría haberme escapado entre las páginas…”) el lector asiste (sobre el fondo de ese tono musical, que, insisto, Inma Luna sabe susurrar en sus poemas) a una poesía que va creciendo mientras la realidad en torno es cada vez más insulsa y hasta emite chirridos desagradables: (“…las ganas de llorar / sobre la ropa recogida, / los gusanos diminutos y blancos / debajo de la alfombra, / la miel endurecida, / y el sonido del módem / agrietando la tarde y mi cabeza”).
Vienen páginas luego de descubrimiento, la poesía como símbolo de esa vida que se resiste a agotarse y morir en el interior de uno, los versos como único escalón al que subirse e intentar mirar por encima de la rutina cotidiana. Así, igualmente, página a página, los poemas van cogiendo forma, profundidad, el tono incluso (esa música al fondo) que sonaba inocente va haciéndose cada vez más duro, las frases más largas, pero sin perder ese color personal de la autora. En este sentido, “Divina” puede ser un libro excelente para mostrar, en un solo poemario, la evolución de una voz, desde el ingenuo silabeo del principio hasta este final desgarrador y escalofriante (por lo hermosamente rasgador —esa j, esa z—que suenan las palabras): “Aunque me hubieses arrancado de cuajo los cabellos / habrías sido incapaz de conocer mi historia”. Ignoro, como creo que he dicho arriba, si este “Divina” está compuesto, sobre una base verdadera, de versos guardados desde la infancia y ahora reunidos, o si la autora ha recurrido a volver a “meterse en situación”; en todo caso (en este segundo mucho más) la manera en que vemos avanzar, aunque sea a oscuras, pero avanzar, a una poeta a lo largo de estas páginas es una emocionante lectura de poesía.
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