Aitor Francos.- A llegar al
reencuentro con las propias desapariciones de uno y a buscar coincidencias. Lo
decía Beckett, ser no es otra cosa que
ser percibido. Al escribir el propósito es reflejar el mundo como lo haría
un extraño, pues el eje de todo es la
discontinuidad; no podemos pretender estar siempre, sólo a veces, de un modo
intermitente. Recuerdo un verso de José Luis Rey: No hay otra opción que ser un invitado.
BdS.-Nos encontramos
con un universo propio en el que da la sensación de que te haces muchas
preguntas. ¿La poesía te ayuda a encontrar respuestas?
A.F.-Mis preguntas
son seguramente las respuestas de otros. Entiendo la literatura como
reciprocidad. Como la búsqueda de puntos en común.
BdS.-La mayoría
de los poemas son breves y certeros, ¿piensas que la economía del lenguaje
beneficia la potencia del significado?
A.F.-La poesía es ante todo un lenguaje de síntesis. Concisión y
sugerencia, puesto que la capacidad de deslumbramiento se sostiene sobre lo que
no se dice. Casi es una teoría de la no
escritura. Cualquier
exceso es defecto. Recuerdo una frase de Chesterton. Hay una cosa
necesaria: todo. Yo añadiría: Y ese todo es desechable.
BdS.-¿Cuáles son
tus referentes?, ¿de qué manera te influyen tus lecturas en el modo de
escribir?
A.F.-Como diría
Castilla del Pino: Todos aquellos que uno puede representar. Uno es
dueño más que de sí mismo, de sus imitaciones y, por tanto, de lo que no
escribe. No tengo referentes absolutos, son intercambiables, como copias.
Borges completa a Kafka y éste a Pessoa, que es hermano de Rulfo.
BdS.-¿Cómo definirías tu lenguaje poético?
Heteronímico y plural. De mis libros
sólo me interesa el modo que tienen de no escribirse, que es su manera de no
dejarme intervenir, lo que subyace en ellos de lo ajeno. En el caso de Libro de las invitaciones los poemas son del
lenguaje. La idea desaparece atrapada en la palabra. El peso de lo poético acaba
siendo ejemplar.
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