Stoner
Stoner
es una obra maestra desde cualquier punto de vista. Sus páginas revelan a un
autor, John Williams, poderoso y delicado al mismo tiempo.
En una cafetería de Madrid encontré hace unos
días a un viejo amigo que no veía desde el instituto. Entonces era un chico
pausado y tímido, que pasaba inadvertido en la vorágine adolescente de la que
el resto éramos presos. Aunque siempre me cayó bien, perdimos el contacto
cuando saltamos a la universidad. Sin embargo, una vez nos separamos, las
noticias sobre él no dejaron de circular entre los que le conocimos, a sorpresa
de todos. El chico había heredado de su tío una gestoría familiar y la había
transformado de la mano de la era digital en una multinacional coordinadora de
los servicios legales, fiscales y de recursos humanos de otras empresas.
Después la vendió por una suma espectacular y diversificó sus inversiones en
otras compañías en crecimiento. Su figura ocupaba páginas en los diarios y
revistas de emprendimiento e inversión, tan de moda, y bastante a menudo
nuestras conversaciones giraban en torno a él. Se había convertido en un
referente de éxito, al fin y al cabo, a la velocidad que permiten las nuevas
tecnologías y su poder disruptivo.
Como llegaba pronto a mi cita pensé que sería
buena idea saludarle. Lo encontré en su mesa leyendo y se mostró alegre de
verme por lo que nos sentamos a charlar. Cuando le pregunté qué estaba leyendo
me enseñó un volumen desgastado de Stoner, de John Williams. Tuve que
confesarle mi sorpresa de que tuviera tiempo para leer novelas ya que no era
muy difícil suponerle jornadas interminables de trabajo. Era a simple vista, le
dije, una de esas personas que apenas arañan unos minutos para leer los
balances, entre reuniones y llamadas.
Su respuesta me pareció muy reseñable y por eso
la transcribo con la mayor exactitud que recuerdo. Me dijo:
“Leo novelas para conectarme, para encenderme. Cuando
recibo una historia, inmediatamente la hago mía, busco dónde estaría mi lugar y
cuáles serían mis movimientos. Me sitúo según avanza la trama en la piel del
protagonista o en cualquier otra, no desde la mera imaginación sino desde la
identificación más auténtica. Soy incapaz de verlos construir el relato sin
involucrarme. Extraigo a los personajes y los analizo, los siento a mi lado
para comprenderlos pero también los zarandeo en busca de inspiración. Pero no
es solo eso. La lectura, lejos de evadirme de la realidad, me enfrenta
directamente con ella, con lo más profundo de mí mismo. Porque cuando me
encamino por el mundo de los otros, no puedo evitar las comparaciones, los
paralelismos con la vida propia y con su lentitud. Tal desasosiego, lejos de
molestarme, consigue excitar la chispa interior de manera que cuando aparco el
libro mantengo la llama y trato de protegerla y alentarla en la vuelta a mi
realidad.
La inspiración es, en su punto definitivo,
puramente individual. No tengo nada en contra de las publicaciones mal denominadas
de autoayuda,
más que acaban siendo una imposición. Además me repele su abundancia o la
privilegiada posición que ocupan en algunas librerías. Por lo demás, puedo
entender que éstas quieran vender lo que la gente quiere comprar, principio
básico para cualquier negocio y que, al fin y al cabo, todos vamos buscando el
atajo que nos haga felices o millonarios, a poder ser en pocas páginas. Pero la
inspiración concluye una búsqueda interior de gran exigencia, y en lo profundo
de nuestro ser no caben las directrices de otros, por muy valiosos que sean sus
consejos. Ahí dentro solo suena la voz de uno. Las novelas me fuerzan a
hablarme con sinceridad, ahí está el secreto.”
Luego vino mi cita pero estuve ausente el resto
de la tarde. Al volver a casa paré en la librería, compré Stoner y me obligué a no hacer
nada más hasta haberla leído de la manera que me había mostrado mi amigo. Me
ocupó la noche entera. Con la inmersión, la novela creció y los personajes se
fortalecieron de manera que cada movimiento me afectaba profundamente. Creí
sentir la emoción de la novela por encima de la historia. Sentí por el propio
Stoner piedad, orgullo, amor y odio. Fui Stoner. Serlo me transformó, una vez
dejé de leer, en alguien mejor, nada parecido a él pero distinto también a
quien empezó a leer.
Stoner es una obra maestra desde cualquier punto de vista. Sus páginas
revelan a un autor poderoso y delicado al mismo tiempo. Una obra de exquisita
temporalidad y ritmo que fluye sobre la vida banal de William Stoner, haciendo de
ella una historia memorable.
“En su tierna juventud, Stoner había pensado en el amor como en una
manera de existir absoluta a la que podría acceder si fuera afortunado; en su
madurez había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que se debía
mirar con sosegado descreimiento, benévolo y crónico desprecio y vergonzante
nostalgia. Ahora, a su mediana edad, empezaba a entender que ni se trataba de
un estado de gracia ni de una ilusión; lo veía como un acto humano de
conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día,
por la voluntad y la inteligencia del corazón.”
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