domingo, 13 de enero de 2019

Entrevista a Ken Bugul


36 AÑOS DESPUÉS
Ken Bugul, la malquerida de Dakar

La escritora senegalesa reedita su primera novela, ‘El baobab loco’


Ken Bugul durante su conferencia en Canarias (Casa África)

ÁNGELES JURADO19/06/2018



Escribió en las calles senegalesas, desahuciada por su familia y repudiada por la buena sociedad, y se las ingenió para encontrar la luz en un cuaderno que garrapateaba a lápiz, rodeada de otras almas perdidas. Ken Bugul, la que nadie quiere, acaba de presentar una nueva edición de su primera novela, El baobab loco, traducida por Antonio Lozano y publicada por Baile del Sol/Casa África. En su puesta de largo en la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, recordó cómo la violencia del patriarcado la redujo a una triste caricatura de sí misma, un animalito éxotico y complaciente al que se dirige a golpes. No pasó en Dakar, Nairobi o Yuba: sucedió en la civilizada París. El mensaje final que dejó flotar en el aire amable de junio tenía el dulce perfume de una pasión por la vida que rompió barreras, escandalizó a sus contemporáneos y abrió vías de libertad urgente para otras mujeres.

Dos euros. O, lo que es lo mismo, 1.315 francos CFA. Esa fue la limosna que un excompañero de clase depositó en su sucia mano un día, al verla mendigando en una calle de Dakar.

Ella vivía en la calle desde hacía un tiempo. Enferma mental y desahuciada por su familia, ignoró el estigma de “sintecho” y se concentró en todo lo bueno: disfrutaba de una constelación de estrellas como dosel de su cama imaginaria, del poder absoluto sobre su tiempo y de la libertad que da el saberse meticulosamente extirpada del rígido mapa social de una ciudad provinciana, pacata, casi reaccionaria. Llegaba de Europa y de vuelta de todo: drogas, soledad, prostitución, amor libre, abandono, violencia de género, racismo y enfermedad mental, entre otras cosas. Tomó aquel puñado de francos CFA con los que podría procurarse un plato de comida caliente para adquirir un cuaderno y un lápiz. Armada con ambos, vomitó todo el dolor que la quemaba por dentro y así nació Ken Bugul, la malquerida. Hoy confiesa que echa de menos vivir en la calle, amarrada a su cuaderno, con una lluvia de estrellas fugaces reflejándose en sus gafas.

Ken Bugul se llama en realidad Mariètou Mbaye Biléoma y abrió sus desmesurados ojos castaños por primera vez en Ndoucoumane, Senegal, en plena temporada de lluvias de 1948. “Allí siempre hace calor y siempre hace frío”, escribiría después, recordando que su padre sacrificó dos corderos para festejar su llegada al mundo, última hija de un anciano matrimonio musulmán. En su texto rememoraría cómo, de niña, la dejaban jugando sola al sol, embalsamada en “un calor murmurador como el canto del grillo en los matorrales del Nguer”. Describiría cómo se extendía en la arena junto a un baobab protector, buscando tesoros entre los hierbajos resecos y las piedras con sus dedos curiosos.

Ken Bugul eligió su infancia como punto de partida de El baobab loco y de su trayectoria como escritora, con diez títulos y el Gran Premio Literario del África Negra en su haber. En su primera novela vertió el desvalimiento con que la impregna una soledad acuciante y dolorosa, olvidada por un padre decrépito y abandonada por su madre a los cinco años. También se reconcilia con el mundo, adoptada por la escuela colonial francesa y los antepasados galos, que le pintaron de blanco el corazón. Y llega a la demencia en el momento en que descubre el bruñido ónice de su piel en la mirada ajena y sufre el racismo y la violencia de género en la pretenciosa Europa.

“Escribir este libro fue una cuestión de necesidad personal”, explica Ken Bugul.

En una época en que los estudios poscoloniales, el feminismo o la identidad no eran parte de las preocupaciones de muchos escritores, de manera autodidacta e instintiva, Ken Bugul se volcó en el impacto sobre las africanas de la alienación cultural de la colonización francesa. No era una reflexión habitual. Sobre todo, si procedía de la pluma de una mujer negra.

“Una mujer no debía plantear la cuestión identitaria: era como si una mujer no pudiera tener otra identidad que ser simplemente una mujer”, expone, recordando la época en que publicó su primer libro y de paso, rompió con todas las convenciones y los tabúes. “Mi novela fue muy escandalosa, pero eso también le procuró éxito. Ese libro tiene 36 años y sigue funcionando, planteando cuestiones contemporáneas”, dice.

La historia de El baobab loco se despereza entre el período colonial en el que nació Ken Bugul y el de las independencias, en la década de los 70 del siglo pasado. “La situación de la africana se alteró durante el período colonial”, precisa la autora. “Antes, las mujeres no tenían un problema mayor, ya que representaban una gran fuerza en África. Pero la colonización afecta especialmente a las mujeres, a las que había que acallar. Hablo no sólo de la colonización occidental, sino también de las nuevas religiones. Ya teníamos el Islam, que vino a quebrar a las africanas. Enseguida, llegó el ciclo colonizador occidental con el catolicismo, que quiso hacer lo mismo. Hubo una colonización mental: la alienación y asimilación de las africanas al sistema patriarcal occidental y la alteración de su posición social, que era fuerte en el continente”. Y concluye: “Nuestros problemas de hoy en día vienen de la religión y de la colonización”.

Además de reivindicar la vigencia de su texto y recontar su historia personal y literaria desde la sabiduría de la distancia, Ken Bugul aprovechó su visita a Canarias para proclamar la universalidad de las letras que nos empeñamos en etiquetar como africanas. Se quejó de que las condenemos a un huequito especial, segregado, de nuestros salones del libro y de que en ocasiones representemos a todo un inmenso y variado continente con un cartel en el que se puede apreciar un exótico león dibujado. “Es como si existiera una manera de escribir africana y otra europea”, protesta ella. “Incluso en la francofonía, hay debates que se están volviendo cada vez más violentos, porque a los africanos se les pone siempre aparte. Eso significa un prejuicio, una falta de visibilidad y que no se conozca mejor al continente ni su literatura, que se exotiza. Hay una nueva generación de escritores africanos contemporáneos que hacen cosas extraordinarias en materia de escritura, pero siempre somos víctimas de la etiqueta”.

Ken Bugul significa “la que nadie quiere” en wolof, su lengua materna. Pretendía ser un seudónimo que confundiera a los censores al disfrazarla de hombre. A cubierto de él, podía dinamitar los fundamentos del patriarcado en varias sociedades y explicar las experiencias traumáticas que le quebraron el alma: la violencia machista, la prostitución, el racismo, las drogas. El anonimato duró poco, gracias al éxito de sus palabras impresas. Hoy, la adoptan como referente muchas africanas que descubrieron que se puede salir del corsé de los prejuicios y las normas ajenas y experimentar el hecho de ser mujer desde la libertad. Mujeres, africanas y de otras tierras, que se apropian de su refrescante locura, su independencia y una pasión vital a prueba de cataclismo



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