“Maldito y bienamado bibelot” de Heberto de Sysmo: El rabino Löw y la
feliz piñata del lenguaje
Título: Maldito y bienamado bibelot
Autor: Heberto de Sysmo
Editorial: Baile del sol
Calificación: ** (Interesante)
Por: José Carlos Rodrigo Breto
Quizás alguien pueda pensar, a estas alturas,
que ser un poeta influido por el culturalismo como lo es Heberto de Sysmo puede ir en
detrimento de la creación de una poesía, no ya comprensible, sino bella. Sería
un error habitual y asociado a los tiempos que corren. El poeta ha reducido su
tarea lírica (cuando existe) a la mínima expresión de dos o tres versos
minúsculos previamente publicados en Twitter oInstagram, o a una chafardera actividad
poética desplegada en Facebook como
quién despliega las velas de un gran buque al viento por los cuatro confines
del universo cibernético para que, después, los lectores con criterio (que
alguno queda) comprueben que aquella promesa de velas de goleta no ya es que
simplemente sean las de una discreta chalupa: se tratan de un trapillo, menos
que un soplamocos cargado de lugares comunes y decepciones adheridas.
Poetas culturalistas extraordinarios hay
algunos y de nómina bien ilustre. Podría empezar por Góngora, Julian del Casal,
Cavafis, Eliot o Ezra Pound, influencias gozosas de Heberto de Sysmo,
terminando por el venecianismo luminoso de Gimferrer, además de un par de
Luises —de Villena y de Cuenca— y mi admirado Jose Emilio Pacheco, entre otros.
Estos nombres representan a la Poesía con
mayúsculas, y son los grandes olvidados en esa poesía de consumo que se estila
hoy en día, poesía de influencers e instagramers, poesía avalada por un
gran número de seguidores en las Redes Sociales que celebran cualquier chisposa
ocurrencia, más o menos inteligente, como el gran hallazgo que les alegrará no
ya el día, sino los próximos quince minutos, masajeando su intelecto y haciendo
que se sientan muy profundos al notar como restalla su percepción poética que
creían atrofiada.
Por eso, la nómina de poetas citados
anteriormente es una lista negra de textos intrincados que no sólo le exigen al
lector una atención imponente y un ejercicio de descodificación, sino también
un grado de cultura para comprender los referentes —y “comprender” aquí
significa disfrutar— para la que ese público potencial de 280 caracteres y
tópicos no está en absoluto preparado; ni quiere estarlo, porque la cultura
poética vive anclada en la inmediatez de la pereza.
El grupo de rock sinfónico Genesis sostenía una
máxima a la hora de componer sus canciones: si eran fáciles de interpretar no
las querían; si eran sencillas no eran divertidas. En esto de la poesía actual
ocurre justamente lo contrario. Al primer signo de esfuerzo, de complejidad
lírica, de oscuridad, de un pequeño problema de interpretación, el consumidor
de lo obvio cataloga a ese poema y a ese poeta de insufribles. Los tiempos
actuales serían muy malos tiempos para los Montale, Ungaretti y Quasimodo, esa
Santísima Trinidad el hermetismo.
Heberto de Sysmo se encuentra en la categoría
de los poetas inteligentes, de esos poetas que también exigen un grado de
talento a sus lectores. Los poemas de su último libro, Maldito y
bienamado bibelot, publicado por Baile del
Sol, ponen en pie un entramado complejo y casi ensayístico acerca
del lenguaje como personaje, como misterioso caballero embozado que nos
acompaña al lado, o en nuestro interior, en el viaje de nuestras vidas, pero no
como una herramienta de la que podemos servirnos a nuestro antojo, sino como un
ente poderoso que se apodera de nosotros, que habla por nosotros.
Poetas y lectores de lo inmediato y de lo
obvio, me despido de vosotros. Lectores avezados, continuamos desde aquí
juntos, tratando de desentrañar este ejercicio lingüístico y reconfortante que
Heberto de Sysmo ha expandido sobre las páginas de su bibelot: porque no nos
engañemos: el poemario es, en sí, todo él, también un bibelot.
A Sysmo, el asunto le viene de lejos. Su
anterior poemario titulado La flor de la vida, elogio de la Geometría Sagrada (Lastura), presentaba un profundo
análisis lírico del fractalismo y de las leyes que rigen el universo
contemplado desde lo micro-cuántico hasta lo macro-cuántico. Eso es demasiado
para Instagram. Puedes leer una
crítica sobre esta obra excepcional que realice para este blog de Verde Luna aquí:
Pero volvamos al bibelot. En primer lugar,
puede sorprender la estructura del libro, que se articula en cuatro grandes
apartados: Physis, Mathesis, Mímesis y Semiosis. Sin embargo, en cuanto
comprendemos que es un poemario sobre el lenguaje, elaborado con lenguaje para
reflexionar sobre el lenguaje, es decir, metalenguaje, empezamos a atisbar la
verdad poética que se alberga oculta en ese bibelot. Y si hablamos de bibelots
con verdades ocultas, qué mayor bibelot que aquel Caballo de Troya.
Empecemos partiendo de la idea que tiene
Heberto de Sysmo respecto al bibelot: somos nosotros, una especie de figurillas
vacías, desprovistas de toda vida y que nos activamos gracias a la irrupción en
nuestro interior del lenguaje. El poeta entiende nuestra naturaleza humana como
la del Golem creado por el
rabino Judah Loew Ben Bezalel, más conocido como el rabino Löv, el Maharal de Praga. Este rabino
construyó un homúnculo a partir de hojas y barro que se activaba a través de un
juego de palabras: se escribía la palabra hebrea Emet,
“verdad”, en su frente, y el Golem tomaba vida y obedecía órdenes. Para
desactivarlo, bastaba con borrar la primera letra de emet y
convertirla en met, es decir
“muerte”, y el Golem se desplomaba en un montón de hojarasca. Nunca el lenguaje
cumplió una función tan poderosa como dador de vida.
¿Nunca? Podríamos retroceder hasta los tiempos
del Paraíso Terrenal, incluso un poco más allá: En el principio era el Verbo.
Heberto de Sysmo lo poetiza: “Si antes que el ser/ fue el pensamiento”, escribe
en el poema Tendencia de copista.
Es decir, era logos, un logos o pensamiento racional explicitado mediante la
palabra, es decir, lenguaje, que entró en nosotros para convertirnos en humanos.
La palabra antecede a todo. Antecede incluso a
la vida. Y el Verbo es, además, el corazón de la frase. Y la frase ayuda a
construir: el hombre y la mujer proporcionan los nombres a las cosas que no
existen hasta que no son nombradas por ellos, se trata de un sagrado juego
léxico de creación. Todo: animales, plantas, cosas…, comienza a existir cuando
adquiere su nombre. De nuevo, tenemos al lenguaje como dador de vida, como
motor primigenio de creación: “Para que todo sea/debemos expresarnos”, nos dice
el poeta.
Por lo tanto, la naturaleza fue cobrando forma
mientras era nombrada por el hombre y la mujer, artífices y colaboradores de la
creación divina. Hombre y mujer eran dos poetas, yo quiero imaginarlos como
tales, guiados muy de cerca por el poder de la Luz. ¿Acaso existe una función
más cercana al poeta que levanta mundos con sus versos y estados de ánimo con
sus metáforas? Y, además, esta forma de nominar aleja al hombre de su estado
animal primigenio, lo eleva al plano de las ideas y connota así su humanidad.
Tal y como se afirma en el poema Las fuerzas
de la literatura: “Resistirse a decir, convierte al hombre/ en el
bruto animal del que proviene”.
Renunciar al lenguaje nos alejaría
definitivamente de Dios, de la deidad o del demiurgo en el que creamos, de esa
Luz, al declinar esa tarea creadora que se depositó en nosotros cuando todavía
habitábamos el Paraíso o el Estado Ideal. Sin lenguaje, o con un lenguaje
deturpado, involucionamos desde el plano elevado de la deidad hasta el fango
animal, conectando directamente con la brutalidad.
Porque la poesía es un lenguaje divino. La
Pitia en el Oráculo de Delfos, a quien se le preguntaba la duda, interiorizaba
esa frase y consultaba a Apolo para responder en hexámetros. Contestaba con poesía,
y ese lenguaje descendía directamente del lenguaje divino.
Heberto de Sysmo indaga en esta función
creadora, como primer motor y misterio. Así, la primera parte del poemario, Physis, abunda en el lenguaje como
misterio inherente al ser. El primer poema del libro, Dicotomía saussureana, plantea el
enigma de un origen natural lingüístico, de que tal vez estemos ante un Dios
primordial de la Naturaleza, del Ser al principio de los tiempos que se apodera
de nosotros, entra en el interior de la conciencia y nos transforma.
El primer verso del poema define al lenguaje
como “patria, trinchera y escondite”, relacionándolo de inmediato con la idea
de que los sistemas lingüísticos son la razón identitaria primordial del ser
humano. En obras como El regreso del húligan(Tusquets) del rumano Norman Manea, se concreta el
desarraigo de los exiliados del régimen totalitario de Ceauşescu como una
completa pérdida del idioma original en el que se expresaban, al verse
obligados a escribir en otras lenguas en el extranjero. Además, el manoseo
criminal al que someten al lenguaje los sistemas totalitarios termina por
quebrantar el concepto de identidad nacional y se extravía la idea de patria o
refugio primigenio, de escondite.
Tal y como prosigue Heberto de Sysmo en esta
primera poesía saussereana, el
lenguaje es “herramienta”, incluso “arma”; no en vano, en mi novela El vaso canopeuno de los personajes
argumenta que una imprenta clandestina hizo mucho más por derrocar a Ceauşescu
que las pistolas y los cuchillos. Sin embargo, esta herramienta armada encierra
un enigma fundamental para el poeta: “es más allá de mí”, y en ello radica el
discurso que se extenderá por todo el poemario. El intento de descifrar los
misterios —con raigambre en lo divino— de lo que claramente se muestra como
“una arquitectura afín a la conciencia”, un constructo, un artificio que muchas
veces puede resultar letal y cuyo origen desconocemos, o tal vez no conocemos
tanto como la ciencia y los estudios parecen asegurar.
Artificio letal, en efecto, tal y como se
describe en el poema (Dis) función estética.
Las palabras pueden provocar grandes alegrías, como las primeras pronunciadas
por los niños, pero también grandes tristezas, como las últimas, esas que
prorrumpen misteriosas en el agostamiento de la vida de alguien. De esta forma,
el lenguaje se mueve ubicado a horcajadas entre “la belleza y el espanto”,
aumentando exponencialmente su capacidad de misterio.
Un misterio que se emboza en las cualidades de
la metáfora, tal y como muestra el poema Atavío:
“Sabes que en la metáfora sucede/algo nunca ocurrido;/que la ficción es hueso
que vertebra/la entintación de otra mentira”. Ese misterio mentiroso de la
metáfora conecta con aquella idea que dio Vargas Llosa sobre
la literatura, a la que denominó como “la verdad de las mentiras”. Por esa
senda, el poeta interroga al lector al final de Atavío:
“Si en algo aprecias la sinceridad/ ¿por qué sigues leyendo?”.
Ser poeta es adorar y acariciar el misterio de
esa lengua que ha penetrado en nosotros apoderándose del bibelot humano, de
nuestro Golem propio al que resucita. Ser poeta viene definido en el poema Desopercular: “Rebañas la colmena,
aunque tu vida/arriesgas por la miel de la palabra;/nada te importa ya, /morir
buscando, /yacer en el sendero de los héroes”. Así que ser poeta, hacer poemas,
es eso, un remover las celdillas de la vida, como si fueran un panal, y obtener
en los versos las esencias, ceras y mieles, palabras que desentrañen el hermoso
misterio que dota de vida al bibelot.
La segunda parte del poemario, Mathesis, abunda en el proceso del
aprendizaje, con un fondo en el modelo matemático de Descartes y Leibniz, esa Mathesis Universalismediante la cual,
porque la lengua son signos como las matemáticas, se puede buscar y alcanzar la
perfección lingüística.
El primer poema de este segundo tramo, Ergógrafo del alma, nos trae al
bibelot, presente, como esencia del lenguaje: “Maldito y bienamado bibelot, /insuficiente eres,
imprescindible, /nuestras vidas constriñes y constelas”. Somos Golem, somos los hombres huecos de T.S. Eliot, somos la criatura de
barro y hojas aterrada, esperando ser desactivada por el hacedor, esperando
para convertirnos en un montículo de polvo, dominados por esas palabras y ese
lenguaje que nos convierte en todo y en nada.
Además, el poeta, el escritor, prolonga la
vida en sus palabras, incluso en la tinta con la que las escribe. En el poema Dicterio se consolida esta
relación vital: “En el dibujo, /una delgada línea limita/la carne, del vacío.
// En la escritura, /la tinta es la frontera/de la fragilidad de nuestra vida”.
La perspectiva es aterradora, tan sólo queda refugiarse tras la poesía si se
tiene la fortuna de poder utilizar de esa forma el misterio del lenguaje. El
poeta es El cobarde embozado: “Mi verdadero yo
es quién se oculta/detrás de este atavío de fonemas…”. Y la poesía, el
lenguaje, es un virus “que en tinta se propaga”, se nos advierte en Huésped.
Heberto de Sysmo, con esta transición hacia el
impulso poético como sufrimiento, está abriendo la vía al lenguaje como
enfermedad, incluso como maldición. La poesía provoca dolor y además “nacido
del dolor/un verso escapa;/como lamento, /como respuesta al daño/que su herida comporta”
(poema Asunción). Tal vez la raíz de este mal
tan doloroso provenga de que el poeta intenta un imposible mediante el uso del
lenguaje: “quiero inventar más mundos/y tan solo los nombro” (poema Cláusula del Arte).
El tercer tramo de Maldito y
bienamado bibelot es el titulado Mímesis,
es decir, imitación, estética. De esta forma, las referencias a técnicas
artísticas cuyo objeto buscan copiar la realidad, se convierten en el leitmotiv de la parte. Ya sea en
pintura o en arquitectura, la cuestión es, mediante la recreación de la
realidad, intentar descubrir una zona misteriosa que se encuentra oscurecida,
que quizá pueda explicar el misterio del bibelot. Así, el primer poema presenta
un título muy significativo, Esbatimiento, técnica
pictórica mediante la cual un cuerpo deja en penumbra parte de otro al
entorpecer la luz que incide sobre él.
Heberto de Sysmo entiende que hay zonas del
lenguaje en penumbra, que necesitamos iluminar. En Apostema lo
afirma con certeza: “El pensamiento abunda/en los ángulos muertos del
lenguaje”. Para encontrar esos misterios hay que trabajar la forma poética,
“las trilladas semillas/del verbo” (en Mies
poética), porque es indudable que “Entre los versos/arden palabras
libres/nunca escritas” (Caligrafía oculta).
Parece que en esta parte de Mímesis será
en donde el poeta se sienta con mayor control sobre este misterio del lenguaje,
una vez que ha concluido que todo forma parte de un código ante el cual es
imposible oponerse.
De esa forma, solo admitiendo eso, puede
aparecer, ahora, la estrofa clave de este Maldito y
bienamado bibelot. Y será en el final del poema Isoyeta: “Somos en el lenguaje, /a
través suyo urdimos/cartografías de la mente”. Quizás este sea el gran
descubrimiento que habitaba en esa zona en sombra, entre las aristas de la
penumbra. Porque urdiendo esas cartografías de la mente, así, podemos alcanzar
cierta forma de inmortalidad: “Dramática belleza la del signo;/sobrevive a su
autor/y aun sin testigos/se inmortaliza” (en poema Magma
etéreo).
Un momento… Desengañémonos, lo que es eterno
son las palabras, nosotros no podemos aspirar a competir con su longevidad.
Serán las palabras quienes nos sobrevivan, en una dulce derrota.
Por último, Semiosis,
cierra el poemario. De las cuatro partes, la segunda, tercera y cuarta se están
refiriendo a las potencias de la Literatura: Mathesis, Mímesis y Semiosis, mientras que la primera parte
del poema se ha basado en la Physis, como
una potencia particularmente humana que se suma a esas mismas potencias.
Ahora, esta Semiosis o
creación de signos con significados, esta forma de construcción de la realidad,
buscará reafirmar al poeta en su poesía, a Juan Antonio
Olmedo López-Amor en
su heterónimo de Heberto de Sysmo,
del cual disfruta como si hubiera obtenido una canonjía. Tal es el título del
primer poema de esta última parte, Canonjía,
en donde se firma una declaración de lo que es ser poeta: una “declinación a la
locura”.
Una locura en la que se debe creer con toda la
fe. El poema Retribución de fe muestra
los beneficios que se derivan de aceptar ese uso del lenguaje, o de permitir
que el lenguaje nos haya penetrado a la búsqueda de la belleza en nosotros, los
seres huecos: solo creciendo en la escritura y creyendo en la escritura los
“párrafos se convirtieron/ en dolientes estrofas”. ¿Acaso no va de eso ser
poeta? ¿De que duela cada verso empalado en cada estrofa?
Volvemos, mediante este dolor de las estrofas,
o a través de este dolor de las estrofas, hacia atrás en el tiempo y en el
poemario, porque el bibelot-Golem está cercano a desarmarse, el lector está a
punto de terminar la lectura y con ello dibujar la palabra met en la frente del poeta. Por
ello, es necesario establecer la palabra, de nuevo, como el inicio de todo, de
ese big bang semántico,
del estallido de la materia oscura en colores que luego nos hizo humanos. Esto
queda fijado en el poema Falso hohlraum,
que se remonta al destello de la palabra como faro de las entrañas del Universo
y que tiene su continuación en el poema Espiral de
vida, donde el fractalismo de lo que es “Decir para vivir/vivir
para decir” es sinónimo de vida. Y en Óbelo esta
vida propiciada por la palabra poética revienta incontrolada: “Soy tantos como
pueda imaginarse”, afirma el poeta.
Sin embargo, el bibelot que también es el
libro de Heberto de Sysmo desemboca en su poema final: bien podría componerse
de solo esa palabra met que
lo desactivaría, pero aún tiene fuerzas de sellar su epitafio en Sagrada evanescencia: “Morir en la
Palabra/es justa aspiración/ para aquellos que “solo” / han vivido por ella”.
Expira así este bibelot animado por la
posesión del lenguaje poético, con abundante carga catafórica en los títulos de
los poemas que, así, conforman parte misma de ellos. Eso significa que cada
poema es un pequeño bibelot poseído por sus propios títulos que lo animan,
creando una constelación de bibelots que se replican a sí mismos para conformar
el gran bibelot del poemario que a su vez proviene del bibelot-poeta, en un
panorama de fractales que toma su dirección hacia la macro-cuántica.
Todo posee un significado que va más allá de
lo simple, de lo visible, en la poesía de Heberto de Sysmo, eso es lo que la
convierte en algo tan apasionante. El lenguaje se introduce en nosotros como su
fuera un Caballo de Troya, consigue pegar fuego a nuestras defensas, y justo
desde ese mismo instante comienza a gobernarnos. Sysmo, en su poesía, intenta
apoderarse de las riendas de ese Caballo, de ese lenguaje, aunque tan solo sea
por un momento y poder crear, así, belleza.
Y no debemos olvidar que el poemario se llevó
el Premio Nacional “Isabel
Agüera”Ciudad de
Villa del Río, un mérito más de este texto, pero que a mí me
interesa traerlo al final de mi análisis por un motivo: Heberto de Sysmo
presentó este poemario al concurso bajo el pseudónimo de Scardanelli. Y este es el último guiño
que nos hace el poeta, ya desde la concepción primigenia de su bibelot.
Bajo ese nombre de Scardanelli firmaba,
hace más de siglo y medio, el enfermo, el poeta Hölderlin desde
sus treinta y seis años de encierro en la torre de Tubingacuando era víctima de la
locura, de una esquizofrenia que lo atravesaba obligándolo a desencadenar una
verborrea imparable. Hölderlin era, así, bibelot-Tourette ahíto
de palabras que lo convulsionaban. Algo de Tourette hay
en los poetas, siempre lo he mantenido, que se activan como un Golem cuando en
su bibelot penetra el lenguaje y entonces solo son capaces de mencionar la
belleza…, incluso extrayéndola de la negritud más horrible.
Heberto de Sysmo es una moderna versión de ese Scardanelli pleno de palabras,
instalado en la pacífica locura de su bibelot que cuelga del árbol de lenguaje
como una piñata que, al romperla, nos baña con la felicidad de sus poemas.
https://verdeluna2012.wordpress.com/2018/06/08/maldito-y-bienamado-bibelot-de-heberto-de-sysmo-el-rabino-low-y-la-feliz-pinata-del-lenguaje/
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