"EL SEXO Y LA COMIDA REPRESENTAN LA INTIMIDAD, EL PLACER, EL ACTTO DE COMPARTIR".
texto INMA LUNA  
foto DANTE DESARTHE
Cómeme es el sugerente y carrolliano título de la novela que la parisina Agnès Desarthe acaba de publicar en España, con traducción de Iballa López Hernández,
 en la editorial Baile del Sol. Se trata de una historia engañosamente 
amable que pone sobre la mesa de un restaurante algunos dilemas morales 
que la sociedad de lo políticamente correcto ha convertido en auténticos
 tabúes. El lado oscuro de la maternidad o las pulsiones sexuales de una
 mujer madura hacia un adolescente son algunos de los charcos en los que
 se mete la potente voz de Desarthe. Lo hace, además, 
en un contexto tan delicioso que es capaz de conseguir que los malos 
tragos se digieran con una media sonrisa. 
Cómeme es, en cierto modo, una novela tan engañosa como Alicia en el País de las Maravillas, en el sentido de que parece que nos enfrentamos a una historia amable cuando los temas que aborda son verdaderamente espinosos.
¡Eso
 prueba que la ha leído atentamente! En serio, creo que esa impresión se
 debe a mi método de trabajo. Cuanto más grave es el tema, más lo abordo
 de manera indirecta, con humor. Me horrorizan los lamentos y el 
espíritu de seriedad. A mi modesta manera, practico el comic relief
 shakespeariano. Ante la negrura, e incluso ante el horror, mi reflejo 
consiste en buscar por dónde introducir el humor. Es a la vez una forma 
de cortesía y un arte poético.
Myriam,
 la protagonista, arrastra algunos secretos nada fáciles de digerir, que
 son prácticamente tabúes en nuestra sociedad, especialmente para una 
mujer. ¿Cree que la literatura tiene la obligación de acercarse a estas 
cuestiones incómodas en momentos en los que la corrección política 
adquiere tintes de censura?
En
 2006, cuando escribí el libro, nunca pensé que algún día tendría que 
contestar a esta pregunta. En aquellos tiempos lejanos, la corrección 
política era un tema que se tomaba a risa. No obstante, cuando la novela
 se publicó en Francia, tuve que hacer frente a cierta forma de rechazo 
por parte de determinado tipo de lectores. Creía que la libertad sexual 
que mostraba mi personaje corría el riego de chocar, pero no fue así. Lo
 que resultó difícil de «tragar», por no decir insoportable, fueron las 
páginas en las que Myriam, la protagonista, la madre, experimenta 
dificultades para acceder al amor materno. Es como si perdiera el hilo. 
Sin saberlo, había trazado el retrato de una madre desnaturalizada (lo 
cual nunca ha sido para mí). Cuando terminaban los encuentros con los 
lectores, venían a verme mujeres y me preguntaban con aire desconfiado: 
«¿Tiene hijos?». Si contestaba que sí, seguían, con un aire más feroz 
aún, con un «¿Y los quiere?». Ahí se escondía el tabú. No había pensado 
en ello.
Entonces, ¿no se había propuesto, a priori, abordar este tema?
Había
 querido hablar de la maternidad (un tema, a mi entender, poco presente 
en la literatura) y me había parecido más fructífero explorar la 
ausencia que la plenitud. No reivindico especialmente el derecho de una 
mujer a amar o no amar a su hijo. No me planteo esa cuestión. En cambio,
 como escritora reivindico el derecho a crear personajes que no sean 
necesariamente, o no en todo momento, simpáticos, sin que se me juzgue 
moralmente. Aunque, en realidad, me da un poco igual ese tipo de 
críticas. Sobrevivo muy bien a ellas. Solo haría falta que determinados 
lectores entendiesen que las cualidades de un buen ciudadano no tienen 
por qué ser las de un buen personaje novelesco. Esa forma de candor que 
está tan extendida es en gran parte consecuencia de la corrección 
política. Dicho movimiento, que surgió legítimamente de la lucha contra 
el racismo, se desvió rápidamente para convertirse en una mordaza muy 
eficaz. Las cosas empezaron a torcerse a partir del momento en que 
señalar una diferencia constituía un insulto. Como si ser diferente 
fuera necesariamente algo malo. La obsesión es la uniformidad. A fuerza,
 una suerte de Establishment burgués se ha convertido en la 
norma deseada por todos. Pero ¿qué es de los márgenes, esas zonas tan 
importantes de la oposición y de la creación? Por lo tanto, sí: a la 
literatura no le queda más remedio que luchar.
El amor se pone en Cómeme,
 y nunca mejor dicho, encima de la mesa y cuestiona muchos de sus 
tópicos. ¿Aprendió algo nuevo acerca de este sentimiento mientras 
escribía?
El tópico contra 
el que luché de manera más directa, creo, fue el del amor materno y lo 
que aprendí fue que… ¡una no tenía ningún derecho a hacerlo! Por lo 
demás, quería explorar los vínculos que existen entre el amor y el 
deseo; en lo que a ello respecta, sigo indagando.
Myriam
 es una mujer que busca reconstruirse. Gracias a su restaurante se va 
encontrando con gente que la ayuda en ese recorrido; personajes con los 
que establece relaciones que se alejan de los modelos habituales…
No
 sé cuáles son los modelos habituales. A lo mejor no veo demasiada 
televisión… Una de las cuestiones que sigue fascinándome no es el mal, 
sino el bien. Comprendo lo que conduce a la gente a actuar mal; el de 
acaparar, el de salvar el propio pellejo, son deseos muy naturales. En 
cambio, el anhelo de hacer el bien, de ayudar, cuando no se sustenta en 
la fe religiosa o en una culpabilidad excesiva, sigue siendo un 
misterio. Creo en el placer de hacer el bien, soy testigo de ello a 
diario. En medio incluso de los horrores que vivimos en estos momentos 
hay instantes virtuosos. ¿Dónde nacen? ¿Qué fuerza es esa que nos empuja
 hacia la dulzura y nos mueve a compartir (rara vez, es cierto, pero que
 aun así lo hace)? Los personajes con los que se va encontrando Myriam 
ceden ante esa tentación de la virtud. ¿Se debe quizá a que la persona 
que tienen ante sí ya no tiene nada que perder, es auténtica y, a pesar 
de todo lo que le ha sucedido, o quizás gracias a todo ello, es 
idealista?
La comida y el 
sexo tienen mucha importancia en el relato. ¿Qué vinculación hay entre 
ellos? ¿Los convierte Myriam en una especie de tabla de salvación, la 
hacen sentirse viva?
El sexo
 y la comida representan la intimidad, el placer, el acto de compartir, 
la pulsión. El hecho de que Myriam pase de uno a otro supone un intento 
por «integrarse», por dejar de sembrar el desorden. Alimentar a los 
demás es para ella una forma de canalizar su deseo. Pero para ella ambos
 gestos son muy cercanos: «Lo que he amasado con la mano, tú te lo metes
 en la boca», así es como lo ve ella. Es la manera que halla para 
relacionarse con los demás sin correr el riesgo de destruir sus vidas o 
la suya propia. Una forma de domar la violencia de las relaciones.
Tengo
 entendido que en algunos países se censuró el título porque veían 
connotaciones sexuales en la palabra “Cómeme”. ¿Qué opinión le merecen 
estas decisiones?
Yo lo que veía, sobre todo, era una cita de Lewis Carroll,
 por ello me sorprendió mucho que, en concreto, las ediciones inglesa y 
americana no tomaran el título francés. De hecho, la connotación sexual 
no me habría molestado. A lo mejor habría atraído a un mayor número de 
lectores… ¿quién sabe?
¿Qué peso ha tenido en la elección de un restaurante como escenario para la novela su propia afición a la cocina?
Escribí
 este libro para salvarme a mí misma de la tentación de abrir un 
restaurante. Cocino muchísimo, con constancia y pasión. Pero, en la 
época en la que empecé Cómeme, la cocina había desplazado a la 
escritura. Pasaba más tiempo en el mercado y ante los fogones que en mi 
escritorio. La razón era simple: la mayoría de la gente tiene hambre 
tres veces al día, y tienes la certeza de poder complacerlos si les 
pones de comer. Y, si la comida está buena, te lo agradecen 
efusivamente. Conozco a pocas personas que se quejen porque tienen 
hambre de historias (personalmente soy así, pero me considero un caso 
aparte). Cuando escribes, con el tiempo terminas preguntándote «¿para 
quién?, ¿por qué?». El inmenso impulso dirigido al otro en la escritura 
no es forzosamente recíproco. Creo que, en la época de Cómeme, 
me sentía un poco desengañada o defraudada por el poder de la 
literatura. Desde entonces, he dejado de hacerme la pregunta. Escribo a 
pesar de ello. Tal vez el mismo hecho de saber que el arte no sirve para
 nada con el tiempo se ha convertido en una forma de reivindicación 
política. Un ensañamiento voluntario contra la rentabilidad y la 
productividad.
¿Hay paralelismos entre la puesta en marcha de un restaurante y la construcción de una novela?
Se
 pueden trazar numerosos paralelismos entre cocina y escritura: el 
equilibrio de los sabores, lo picante y lo dulce, el contraste entre lo 
suave y lo crujiente, la consistencia y el grosor de los trozos, 
etcétera. La gran diferencia estriba en el hecho de que la escritura es 
cosa de soñadores, mientras que un restaurante, en tanto que empresa, 
exige del gerente una forma de seriedad y organización de la que 
carezco. Pero en ambos casos hay una toma de riesgo, el deseo de hacer 
las cosas bien… y un cansancio enorme.
Myriam bautiza a su restaurante con el nombre de Mi Casa y ciertamente lo es para ella. ¿Qué importancia tiene en Cómeme el hogar como espacio en el que sentirse persona?
Tal vez sea una manera de jugar con la «habitación propia» de Virginia Woolf. ¿Qué
 es el hogar? Es el lugar del calor, pero también de la creatividad. El 
hogar es también el lugar en el que nos sustraemos a la mirada de los 
demás, lo cual nos permite ser nosotros mismos. En el caso de Myriam, su
 restaurante es por defecto un hogar, una forma de recrear la serenidad 
perdida.
El dolor y el poso 
de la violencia también están en las raíces de esta historia, y parecen 
marcar de forma determinante a su protagonista. ¿Qué “come” a lo largo 
de la novela para irlo superando?
¡Qué bonita pregunta! ¿Qué come Myriam? Se alimenta de la sorpresa, de lo desconocido. Aprende una profesión. Isaac Babel
 decía que «aprender es el mejor remedio contra la depresión». Estoy muy
 de acuerdo con esa visión. No cesar nunca de aprender es una manera de 
seguir en movimiento y de construirse un porvenir diferente.
A pesar de un trasfondo áspero, también hay en Cómeme un fino sentido del humor y mucha ternura, ¿le resultó difícil compaginar las emociones contradictorias?
Como
 decía al responder a su primera pregunta, el humor y el dolor son 
compañeros de viaje inseparables. No se trata únicamente de una cuestión
 de ética, sino también de estética. Una vez más esa cuestión de 
contraste, de dar relieve a través de la diferencia.
La
 literatura también está muy presente en la vida de Myriam. Entre sus 
poquísimas posesiones está una pequeña biblioteca con sus 
imprescindibles. ¿Coinciden estos con los suyos? 
Esa
 pequeña biblioteca es parte de la mía. Yo también tengo una docena de 
libros que me rodean en determinadas épocas, los tengo sobre la mesita 
de la noche. Leo varios de ellos a la vez. La selección cambia, 
evoluciona. Depende de las inquietudes que tenga en ese momento, de las 
búsquedas que realice para el libro que esté escribiendo; también se va 
formando en función de la gente con la que me voy encontrando. La 
literatura es sin duda una baliza, un lugar de utopía y libertad como no
 existe otro igual.
La novela resulta bastante cinematográfica, ¿hay algún plan en este sentido?
En
 varias ocasiones ha habido productores que compraron los derechos pero 
no llegaron a finalizar el proyecto. En estos momentos hay una nueva 
tentativa. Espero que termine realizándose, pero creo que los flahsbacks, entre otras cosas, plantean dificultades.
¿Cómo espera que se reciba Cómeme en España?
Dado
 que España es una gran nación literaria y culinaria, creo que el libro 
debería tener una buena acogida. Al menos ese es mi deseo.

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