CON MOTIVO DE NUESTRO 30 ANIVERSARIO, Y CON EL ESTRENO DE UNA NUEVA WEB,
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Hormigas en la lengua
Lena Yau
“Para comenzar tuve que encontrar mi nombre”, dice la voz que luego se hace muchas voces en un coro polifónico.
Es la vida de un grupo de imágenes, porque los personajes, sus voces, son recurrentes. Son personajes que se asoman. Se miran con la emergencia de un tiempo que logra estancarse en quien viaja por todo el libro, desde el comienzo hasta el final.
Por eso,
Cada palabra descubierta / duraba lo justo / para conducirme / a otra / y otra / y otra / Buscar mi nombre.
Y en la búsqueda, una larga travesía entre curiosidades, prohibiciones, inocentes libertades y escarceos infantiles con nombre propio:
Pina Chica recolecta las puntas partidas de los creyones.
El colegio de monjas es una marca. Pero también la familia, algunos amigos de aquellos años que aún suenan en los versos y la prosa hechos puerta de acceso a la madurez.
¿Qué nos sugiere el título de este libro? ¿Qué sensación se experimenta cuando se nos llena la boca de hormigas? ¿Son palabras, sabores de palabras, de sonidos, de ecos que vienen desde adentro? La imagen, la metáfora, el recorrido de sensaciones van más allá de la percepción del texto. ¿Relatos y poemas encriptados, convertidos en mensajes públicos sin necesidad de contraseña? Una suerte de trashumancia verbal, una “Caja de poemas” de la que emergen textos/reflejo que son el “Otros” de la autora.
La comida y su preparación: una teoría en la que abundan recuerdos, olores, sabores: la gastronomía como tesis narrativa.
Errante es la voz de quien escribe. Me acerco a “La balada del viejo marinero”, de Coleridge, por la presencia de un personaje esencial que respira en el texto —o en este caso, en el relato que también es poema si se quiere. Por estas líneas se anda y se desanda. En el texto del viejo poeta sajón un personaje surca el mar. Un albatros se hace su compañero, hasta que el navegante se cansa de él y lo mata. Aunque este no es el caso de este libro, quien lo lee siente que alguien se sale de sus hojas e intenta abrirse camino solo.
Este es un libro cuya estructura simula un acto novelesco. La insistencia de la anécdota así lo confirma. La autora nos cuenta una historia (o unas historias) que se desarrolla a través de un discurso en el que narración y diálogos se tejen. Los textos se entrelazan y vertebran a través de una atmósfera no uniforme, aunque hay momentos en que bastan cuatro o cinco líneas para hacer posible el tránsito de un sujeto que luego aparecerá en otro texto con otro rostro. Es decir, este es un libro que goza de una extrema libertad. Quien lo escribió trazó en sus páginas la biografía de un entorno. Deslizó trozos de argumentos, narrativas múltiples, pero también fogonazos en alusión a dibujos que, como afirma Guillermo Sucre, representan una “fragmentación irreparable”, toda vez que nos encontramos con un texto “desensamblado” con la mirada puesta en escenas de nuestra más inquieta modernidad.
El lector se pasea sin tropiezos, pese a la extensión de un poema que parece un cuento o de un cuento que parece un poema. Total: Hormigas en la lengua concita una extrañeza. Nos lleva a preguntas: ¿Somos alguno de los personajes que por allí pasan? ¿Son reales, son ficticios? ¿Es Lena Yau quien se relata para desmantelar la realidad, una realidad? ¿Ficcionaliza para conjurar el nombre que anda buscando? ¿El que ya creemos encontró? ¿Terminamos siendo los lectores los protagonistas?
Los que leemos, los que formamos parte de ciertas claves, como curiosos de estas páginas, entreverados en los cruces y las voces que nombran platos, el pan diario, las lentejas, la empanada gallega, los dulces y las frutas, manjares que crecen con el personaje, con los que prueban las palabras, la sopa, los porotos, los helados, el aroma del trópico en ciertos jugos: la voz de una niña que se hace mujer prorrumpe, se relata donde los platos alcanzan el menú en cada recuerdo.
La autora ha inventado todo pese a que se siente que ha vivido ese “invento”, su creación. No fue visitada por un ángel que le reveló cada uno de los pasos dados en la escritura de esta obra. No hubo milagro: el texto era el milagro antes de escribirse, porque se cuenta desde la memoria, desde la boca que habla, desde la comodidad del decir diario. Trazar la historia desde tantas perspectivas, desde tantas miradas, lo convierten en un evento que como lectores nos lleva a desdoblarnos. A descansar de una voz para luego retomar el tono de otra. No se agota en ella misma. Texto camaleón: nos disimula como lectores mientras la narradora se desnuda para mostrarnos sin ambages todo el universo de unas biografías. Historias de vida traducidas en literatura, en el espejo de quien no deja de mirarse en las palabras.
Desde el lector, el que se aleja de los sentimientos del autor y sus personajes, hay un trecho que se acorta cuando aparece otra “lectura”: una Addenda et corrigenda, firmada por Jordi Blanes, un invitado sorpresivo. Unos correos electrónicos que participan como parte de la narrativa: la carnavalización de un evento, el uso de lo virtual como herramienta de una estética.
Es un viaje, definitivamente, y como todo viaje en él nos topamos con sorpresas: paisajes, sombras, luces y el mar. Un gran mar que divide la vida, que nos dice de distancias. Lena Yau finalmente agrega para fijar la ruta:
Detrás del Atlántico están las palabras.
Sentimos el rasguño del exilio, del desarraigo, de la ida sin vuelta, del animal que brota lentamente del silencio e irrumpe en la otra tierra que nuevamente habrá de mirar y respirar.
La lengua calla, las hormigas emergen y se convierten en las palabras que ya no le pertenecen.
https://letralia.com/ciudad-letralia/cronicas-del-olvido/2015/10/26/hormigas-en-la-lengua/
Entre dos crisis, los milenials llevan más de una década tratando de abrirse paso en un precario ámbito laboral que condiciona cada una de sus decisiones vitales, desde el momento idóneo para emanciparse hasta para tener descendencia. El debacle del coronavirus ha apuntalado esta situación que sigue vigente para toda una generación a la que han cambiado las reglas por las que se guiaron los boombers. Esta realidad se plasma en Archipiélago Bidasoa (Baile del sol), séptima novela de la escritora Esther Zorrozua. A través de una mirada intimista, sin analizarlo como fenómeno sociológico, la autora ejemplifica mediante la protagonista principal, Ariana, la incertidumbre que gobierna el futuro inmediato de toda una generación. "Los milenials están viviendo un retroceso, como en época de guerras", asevera la vizcaina.
Esther Zorrozua ya había puesto el punto final a su novela antes del azote de la pandemia. "Todo se ha dilatado muchísimo en el tiempo y el manuscrito ha estado durmiendo en la editorial hasta ahora", explica la escritora, que compagina su labor literaria con la docencia en centros de educación secundaria. "Me suele gustar tener cierta perspectiva, no abordar los temas en el momento en el que están sucediendo. Por eso busco temas amplios, que tiendan a la universalidad", describe la autora, que en su anterior trabajo, Vida secreta del ornitorrinco, trató la censura en relación a la cantidad de asuntos relacionados con la Ley Mordaza que habían saltado a la palestra: las polémicas con el libro Farinha, el rapero Valtònyc o el actor Willy Toledo, entre otros.
En esta ocasión, Zorrozua expone que la situación poco a variado tras la crisis sanitaria en relación al tema central que trata en Archipiélago Bidasoa, donde narra indirectamente aquellos problemas a los que se enfrentan los "jóvenes que ahora tienen entre 25 y 40 años". La aproximación a esta temática ha sido sencilla para la escritora que, además de tener dos hijos que pertenecen a esta generación, ha sido profesora durante cuarenta años y, por lo tanto, ha seguido de cerca la trayectoria de muchos exalumnos. "Estoy viviendo muy de cerca lo que les está costando hacerse un hueco y pelear. Todo está en el alambre, nada es definitivo. No hay manera de hacer un proyecto de vida", considera Zorrozua, quien afirma que todas esas "dificultades para posicionarse en el mundo" afectan tanto al día a día de estos jóvenes que "muchos de ellos van a tener que renunciar a tener hijos".
La escritora emplea una cita de Mario Benedetti –"Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas de pronto nos cambiaron las preguntas"– para describir cómo han cambiado las reglas del juego. "A nosotros nos dieron unas herramientas para saber por dónde ir: fórmate y prepárate y tendrás un puesto en la vida, una seguridad. Hemos transmitido lo mismo, pensando que hacíamos lo mejor, y todo se ha ido al garete", expone sobre una generación, la de los milenials, que si bien creció en una época de bonanza económica su contexto ha cambiado completamente. "La historia nos ha enseñado que cada generación supera a la anterior. Esta es la primera que sin haber una guerra no está sucediendo eso, sino todo lo contrario. Es algo que nos desconcierta", añade la autora vizcaina.
INCERTIDUMBRE
Con ese síndrome de la incertidumbre convive Ariana, la protagonista principal de Archipiélago Bidasoa. "La línea estructural de la novela es un largo viaje en tren, de Bilbao a París. No hay momento de paz ni de calma, todo está en movimiento. Es mi manera de reflejar cómo están viviendo los milenials, no tienen tiempo para detenerse y reflexionar", considera. Así, Ariana, que vive en Bilbao con una pareja con la que no ha conseguido estabilizarse, inicia el viaje con una primera parada en Hendaia, a donde se ve obligada a acudir por el fallecimiento de una hermana como consecuencia de un accidente de tráfico. Paralelamente, Ariana deberá lidiar con tres hombres muy distintos entre sí que no le proporcionan la seguridad que necesita. "¿El problema está en ella? ¿Está en los demás?", pregunta retóricamente la autora. "A partir de ahí suceden una serie de episodios que le llevan a tomar otra vez rumbo al norte para terminar en París con una tía suya, un poco perro verde como ella, poco asentada", explica Zorrozua sobre el argumento de la novela, que tiene un final abierto.
A su juicio, Archipiélago Bidasoa no tiene un enfoque sociológico, sino que va a lo individual. "No es una novela denuncia, sino que es una puesta en escena de una realidad que existe", concreta Zorrozua quien, por otra parte, asevera que en otros momentos históricos también ha habido personas que han tenido que vivir bajo el mismo paradigma. "Pero ahora es una minoría muy numerosa", puntualiza la escritora, quien se recuerda a sí misma ideando historias desde los 8 años. "He escrito siempre, pero he sido muy exigente conmigo misma y he roto mucho. He empezado a publicar muy tarde, no sé si porque ahora me perdono más a mí misma", confiesa esta vizcaina, que ha publicado sus últimas tres novelas con una editorial independiente canaria. A partir de la semana que viene, su séptima novela, repleta de protagonistas conscientes de la contingencia histórica que les ha tocado vivir, estará disponible en las librerías.
"La línea estructural de la novela es un largo viaje en tren, de Bilbao a París. Sin paz ni calma"
"No es una novela denuncia, sino que es una puesta en escena de una realidad que existe"
ESTHER ZORROZUA. Escritora
https://www.deia.eus/cultura/2022/01/06/milenials-viviendo-retroceso-epoca-guerras/1180336.html
https://laciudadseacaba.com/nos-tragara-el-silencio-de-miguel-angel-zapata/
Escritor y cineasta en el que confluye una sorprendente capacidad de adaptación, Berlinale (Baile del Sol,
2021), su más reciente novela, nos revela también a un autor políticamente incorrecto, que sabe jugar con la sátira sin caer en la parodia.
Berlinale es el relato de una investigación en clave negra y criminal pero con un fondo de chiste. O mejor, de comedia bufa. Hay que saber leer lo subtextos que Quiroga plantea en su nuevo libro y entender con una sonrisa que a veces termina en carcajada que todo cuanto cuenta puede resultar, nos tememos, verdad.
La novela se plantea así como una sátira inteligente no solo sobre el mundo del cine y sus zonas oscuras, que son aquellas en las que se hace negocio, sino por su refrescante tendencia a la provocación primero presentando a un personaje francamente repugnante, y que sin embargo cae bien porque demonios, él mismo es quién nos cuenta la historia; segundo porque sobre todo la parte que da inicio a este enredo de altos vuelos con muertos por en medio, le sirve al escritor y cineasta para criticar cómo nos las gastamos a este lado del Atlántico, Canarias, el tan cacareado archipiélago eje de una tricontinentalidad que más parece un trabalenguas que otra cosa, y el país al que pertenece, esta Expaña nuestra que cada día que amanece, amanece de una manera distinta.
Al margen de los argumentos de los que se sirve el autor para demoler todo lo que encuentra a su alrededor, la farsa de un sistema que ya evidencia signos de caducidad, Berlinale es también una novela policiaca al uso, solo que quien inicia y desarrolla página tras página la investigación es un personaje ruinito, un detective privado, mitad agente del CNI, que busca y rebusca en la capital alemana algo que como pasa en casi todas las grandes novelas del género negro sirve más bien como gancho que otra cosa. En este aspecto, y más allá de la resolución de las diversas tramas que se van desplegando en la novela a medida que se avanza hacia su final, lo mejor de este libro salpicado de referencias cinéfilas, es, precisamente, seguir los pasos de un personaje, Delfino Almeida, llamado a convertirse en socio honorario de ese club que cuenta entre sus miembros con tipos como Eladio Monroy, Mat Fernández, Jeque, Ricardo Blanco y José García Gago, por mencionar solo a sus más ilustres compañeros del archipiélago. Esa rama canaria que ya mira cara a cara a sus compañeros peninsulares sin renunciar a su acento.
Hacía tiempo, y es algo de agradecer, que no leía un libro y mucho menos un libro escrito en estas tierras insulares, con una sonrisa casi perpetua dibujada en los labios. Una sonrisa, cabe añadir, en ocasiones algo inquieta porque los callejones en los que se mete Almeida son tan inescrutables como el caso en el que se mete de cabeza.
El libro, al modo de Sebald pero sin las pretensiones de Sebald, incluye fotografías que ilustran los escenarios en los que se introduce nuestro más que héroe, anti héroe, y cuenta con partes realmente antológicas, sobre todo cuando en ellas se habla de cine, de cine de verdad. Sobre todo el que no supo hablar, el mudo, el silente, ese que aprendió a contar historias sin necesidad de palabras sino de
imágenes.
Poesía imposible de imaginar hoy, y testimonio de un pasado que pasen los años se antoja si no más interesante sí que más emocionante. Una clave que el propio Elio Quiroga deja en boca de uno de los personajes de la novela, quien aporta además un queja, y es lo poco que nos ha llegado de aquel cine que no supo hablar. No supo o no quiso, mejor dejémoslo, así.
La novela recorre las entretelas de la industria cinematográfica actual en el marco de uno de los festivales de cine europeos más importantes del mundo y bucea en el mercado que confluye en el European Film Market (EFM), lo que aclara un poco más los tiras y aflojas que intervienen en la compra y venta de películas. Toda esta información no es baladí y refuerza los contenidos de una novela que se toma más en serio de lo que parece porque como dejó escrito nuestro admirado Boris Vian, la risa es la única manera que tenemos de tomarnos las cosas en serio.
Una mujer, como ya nos ha acostumbrado la novela policiaca, o la novela que se inspira en la policiaca para contar una historia, tendrá un protagonismo especial a medida que se van desatando algunos de los nudos que Elio Quiroga ha ido dejando amarrados a lo largo de la novela. Una historia que salvo su final, un final que no termina de convence, me revela a un escritor dotado si no para la comedia sí que para la sátira feroz que no necesita de palabras inapropiadas para ridiculizar lo que se quiere ridiculizar.
A la espera de una nueva incursión del escritor y cineasta en las procelosas y oscuras aguas del género, recuerdo que a este hombre más apegado a las incontinencias del fantástico que a reflejar nuestra realidad bajo la mirada de la literatura negra y criminal, cuenta en su haber con la adaptación al cine de la que sigue siendo a mi juicio la mejor novela de Alexis Ravelo, La estrategia del pequinés, y de un puñado de películas y novelas que transitan desde lo terrorífico a la ciencia ficción con -afortunadamente- denominación de origen. Es decir, que pese a sus irregularidades y algún que otro desacierto, ahí detrás late, se percibe y se encuentra un escritor y también un cineasta con estilo y mirada tremendamente personal. Cien por cien Elio Quiroga.
En 2008, Tierno Monénembo publicó El rey de Kahel, una novela sobre una figura marginal de la conquista colonial, desconocida en Francia pero famosa en Guinea, Aimé Victor Olivier (1840-1919), a quien el rey de Portugal otorgó el título de vizconde de Sanderval en 1881. Impulsado por grandes ambiciones, tanto para él como para Francia, que quería convertirse en una gran potencia colonial, este burgués de temperamento aventurero se lanzó a la conquista del reino fulani de Fouta-Djalon, región de la que procede el novelista. Realizó cuatro viajes allí (1879-80, 1887-88, 1894-95 y a partir de 1896), que le permitieron conocer a fondo esta región hasta entonces prácticamente inexplorada; estableció relaciones muy estrechas con los gobernantes de los distintos reinos, obtuvo derechos y títulos de propiedad, en particular sobre la región de Kahel, de la que llegó a ser rey, y se implicó en la vida política del país, en particular en las rivalidades entre los príncipes, que favorecieron considerablemente la conquista colonial. Sin embargo, al haber actuado sin ningún mandato oficial, siempre fue mirado con recelo por la administración y, tras la conquista militar (1896), definitivamente marginado, siendo considerados nulos los tratados que había firmado a título personal por las autoridades coloniales.
Basándose en sus viajes, Sanderval publicó cuatro obras. Aquí sólo nos interesarán los dos primeros, De l'Atlantique au Niger par le Foutah-Djallon: carnet de voyage y Soudan français. Kahel, carnet de voyage, que proporcionó a T. Monénembo abundante material narrativo y del que extrajo varias citas, que son objeto del presente estudio.
Los relatos de Sanderval y la novela de T. Monénembo se sitúan en contextos completamente diferentes, en el plano enunciativo, estético, socio-histórico e ideológico. Uno de ellos está escrito por un explorador del siglo XIX, precursor de la conquista del continente africano, y pertenece a una larga tradición de relatos de viajes por tierras lejanas. Este último es ante todo el relato de una aventura peligrosa y sorprendente, y como tal es de interés para el público en general. Pero en la segunda mitad del siglo XIX, el cuaderno de viaje por tierras africanas se convirtió en el instrumento de una futura conquista al difundir el conocimiento de un mundo todavía muy poco conocido: los cuadernos de viaje de Sanderval incluían así un gran número de observaciones científicas destinadas a un público más restringido, el círculo de los eruditos. También es una expresión de la ideología colonial cuya validez y legitimidad justifica, muy explícitamente en el caso de Sanderval.
Escrita por un africano más de un siglo después de los cuadernos de Sanderval, mucho después de la colonización y descolonización de África, la novela de T. Monénembo tiene, naturalmente, un alcance y unos intereses muy diferentes. Aunque el novelista se inspiró en gran medida en los escritos de Sanderval, no pretende ser históricamente exacto, ni pretende ser perfectamente fiel a sus fuentes. Todo el relato oscila así entre la fidelidad al hipotexto, las modificaciones más o menos importantes y la pura ficción. El estudio de estas relaciones intertextuales, que examinaremos aquí mediante el uso de citas, revela el modo en que el escritor inflexiona la narración, el retrato y las motivaciones del personaje a través de un complejo juego entre la realidad y la ficción, que nos permite captar mejor los significados subyacentes de esta reescritura poscolonial.
Cuando Monénembo comenzó su proyecto, tenía ante sí una enorme cantidad de material -sólo los tres primeros libros de Sanderval suman más de mil páginas- que tendría que transformar cuantitativa y cualitativamente. Desde el punto de vista narrativo, la obra avanza sobre cuatro ejes: préstamo fiel y reelaboración; selección y reducción; a la inversa, ampliación y dramatización, lo que implica ya una cierta ficcionalización; y, por último, invención de diversos episodios. La misma observación se aplica al uso de citas. Estos, que a priori dan un sello de autenticidad a la historia, son en realidad el lugar de múltiples juegos de escritura. Muchos de ellos son perfectamente auténticos y fieles, salvo algunos detalles; otros están desplazados en el tiempo, o ligeramente modificados, recortados, asociados, sin que se indique esta intervención del autor. Otros parecen pura y simplemente inventados. Estas citas constituyen, pues, un microfenómeno representativo del conjunto de la obra del escritor, ya que, como señala Antoine Compagnon, la cita nunca es un acto gratuito e insignificante:
La cita no tiene sentido en sí misma, porque sólo está en una obra, que la mueve y la hace jugar. La noción esencial es la de su trabajo, de su funcionamiento, el fenómeno. [...] La pregunta "¿Qué quiere decir?" parece la única adecuada para la cita: supone que alguien se apodera de la palabra, la aplica a otra cosa, porque significa algo diferente.
La alteridad enunciativa y su influencia en el significado se ven aquí especialmente acentuadas por el carácter transgenérico de la reescritura y, sobre todo, por el contexto histórico, político e ideológico que rige la relación entre el texto citado y el texto citante. Por otra parte, toda práctica intertextual plantea grandes exigencias a las competencias culturales del lector; pero en la medida en que el hipotexto es desconocido y de muy difícil acceso, el autor puede jugar con él a su antojo, multiplicando así los engaños, en particular mezclando citas verdaderas y falsas, mientras que el lector apenas puede detectar la parte ficticia en la intertextualidad.
La reescritura busca, en primer lugar, explotar un material relativamente árido para producir una verdadera novela de aventuras, en la que el lector reconoce los estereotipos que constituyen el horizonte de expectativa de este género literario.
Una primera operación intertextual importante es la supresión de una serie de elementos que se han vuelto superfluos, en particular las observaciones científicas que ocupan un lugar importante en los volúmenes del explorador. Esta característica general se refleja en la inserción de algunas citas, ligeramente modificadas, como aquí:
Vio a Kebali y escribió: "Un valle muy elegante, bordeado por colinas acantiladas en el lado sureste. La hermosa vegetación de sus campos pintorescamente ondulados, sus racimos de naranjos, papayas y nísperos, sus frescos pastos, sus sombreados bosques harían la reputación de un estado europeo.
He aquí el pasaje correspondiente de Sanderval, en el que subrayamos algunos elementos diferentes:
Muy agraciado este valle de Kibali; tiene unos 15 kilómetros de ancho y 25 o 30 de largo. La hermosa vegetación de sus campos pintorescamente ondulados, sus racimos de naranjos, papayas, mampatas, nétés, sus frescos pastos, sus sombríos bosques harían la reputación de un estado europeo.
Hay que señalar que, más allá de las supresiones y modificaciones relativas a los elementos científicos, la transformación del adjetivo "ombreux" en "ombrageux" es reveladora: el término utilizado por Sanderval sólo tiene un valor descriptivo, mientras que "ombrageux" constituye un hipálage y ya no se refiere realmente al paisaje, sino a la imagen que T. Monénembo intenta dar de los Peuls a lo largo de la novela.
Por otra parte, como el diario de viaje es por naturaleza redundante, ya que se repiten las mismas escenas y los mismos problemas a lo largo del viaje, T. Monénembo reorganiza y sintetiza para evitar la monotonía inherente a estas repeticiones, pasando a menudo del relato detallado al resumen. Este procedimiento recurrente aparece también en forma de "cita falsa" descriptiva, impregnada de lirismo bucólico, como aquí: "¡Por todas partes colinas, por todas partes huertos, por todas partes prados y flores! ¡Por todas partes, manantiales, ríos, arroyos!
También se aprovechan algunos préstamos de los relatos de Sanderval en la elaboración de episodios de ficción que crean suspense, una tensión dramática ligada a la audacia del explorador y a los riesgos que corre. Así, la fórmula final del relato publicado en 1882, "Constituenda est Timbo "9 , no se presenta como tal; se utiliza en el contexto de una escena inventada que subraya el gusto del personaje por el desafío heroico y dramatiza su situación poniéndolo en peligro:
Rojo de ira, colocó una pancarta en el tejado de su casucha en la que, recordando sus lecciones de latín, escribió en letras rojas y gruesas: "¡Constituenda est Timbo! Timbó estaba terriblemente indignado: algunos lo veían como un insulto, otros como una declaración de guerra.
Otras citas también nos permiten establecer dos tramas amorosas que también son fruto de la imaginación del autor. El primero es el retrato de la reina Taïbou, oportunamente recortado:
La reina Tahibou tiene veinticuatro años. Como se ha dado cuenta de que el exuberante desarrollo de sus pechos llama la atención, pone cierta coquetería en la exhibición de sus encantos, y es desnuda hasta la cintura como ha vuelto esta noche. Sus enormes pechos miden nada menos que 40 centímetros y le llegan hasta las rodillas. Lleva bolas de ámbar del tamaño de un huevo colgando de su pelo, que está trenzado en estrechas trenzas. Su pecho está cubierto de monedas de cinco francos, cuyo tintineo despierta en ella un orgullo infantil. Sus brazos están cargados de brazaletes de plata tan gruesos como su pulgar, y lleva anillos de grueso alambre de plata trenzado en los tobillos.
T. Monénembo, citando el cuaderno, conserva de este pasaje sólo la descripción de las joyas (a partir de "Ella lleva"): así, el tono poco halagüeño del retrato realizado por el explorador -que, en general, sólo expresa fastidio y desprecio por la reina- se inflexiona y puede apoyar fácilmente una escena de seducción que desembocará más tarde en un breve romance.
El novelista también utiliza el siguiente pasaje para desarrollar una nueva relación amorosa:
Después de estos señores, me visita el viejo rey de Cohine, acompañado de su joven esposa que quería verme. Es soberbia, esta princesa negra: grandes ojos admirablemente dibujados y tan profundos como si se ahogaran en ellos, una garganta impecable e inconfundible, para hacer soñar a Fidias, para lanzar a Anacreonte y a todos los poetas de su escuela en locos éxtasis. ¡Qué maravillosa combinación de gracia y orgullo! ¡Qué tamaño, y qué aditamentos! ¡Y qué hermoso zaino negro! Le ofrezco mis más sinceras felicitaciones a este viejo abandonado y le aconsejo que me entregue esta magnífica criatura, que le resulta completamente inútil.
En el caso de Sanderval, la petición, acompañada de notas satíricas sobre el rey, puede parecer una mera broma y no se volverá a mencionar. Pero esta anécdota inspiró al novelista la idea de una loca pasión. Así, la proposición de Koin al rey viene precedida de una escena inicial que se ajusta al topos literario del amor a primera vista, en la que se inserta la cita (de "es hermosa" a "¡qué lazos!"). La escena con el rey se prepara así y se convierte en el momento de la "cristalización" del amor, que adquiere la apariencia de un ataque de locura. Esto dista mucho del personaje de Sanderval tal y como se presenta en sus cuadernos: el incansable explorador, el frío estratega, el teórico de la colonización se convierte en el exaltado héroe de una loca historia de amor.
Pero más allá del trabajo de escritura ligado a las características del género novelístico, la obra de T. Monénembo revela un trasfondo ideológico, incluso en su fidelidad al hipotexto.
Esta fidelidad es efectivamente selectiva. Aunque muchas de las citas son exactas, son el resultado de una elección que pone de manifiesto la fascinación de Sanderval por el país que está descubriendo. Por otra parte, las opiniones críticas y peyorativas son mucho más raras, y el desarrollo de los prejuicios racistas característicos de la época, muy frecuentes en la obra de Sanderval, está casi ausente en la novela. Así, hay muchas citas que describen una imagen idílica, como aquí, por ejemplo:
El país sigue siendo encantador. Es una sucesión de deliciosas colinas y valles. Sólo le faltan las granjas, las villas y los castillos para ser superior a todo lo que ofrece Europa, que es más seductora... Los naranjos cargados de fruta, los dulces perfumes, las frescas sombras, todo hace soñar con el país de Aida... El comercio con África Central y Níger será de los amos de este país donde los europeos pueden establecerse y vivir bien.
Se trata, de hecho, de una especie de "patchwork" de tres pasajes diferentes, aunque estrechamente relacionados, del texto de Sanderval. Las elipsis señalan los cortes, pero de forma ambigua, ya que podrían aparecer en el texto original, y el segundo corte suprime la comparación con un paisaje mucho menos bello encontrado hasta ahora ("todo hace soñar con el país de Aida, sobre todo después de las regiones de rocas ardientes que uno encuentra con tanta frecuencia desde el mar hasta Télikouré").
Asimismo, algunos de los retratos, copiados al pie de la letra, parecen haber sido elegidos por su carácter laudatorio; ninguno de los que -numerosos- presentan personajes feos, repulsivos, estúpidos o ridículos son retomados por el novelista. Entre los diversos sentimientos y juicios expresados por el explorador en sus cuadernos, el escritor se inclina claramente por la admiración y el placer estéticos, mientras que en el caso de Sanderval predomina el desprecio.
Así se resuelve una de las aparentes paradojas de esta novela: mientras que una larga tradición de la literatura africana se basa en una denuncia de la colonización que adopta el punto de vista de los colonizados presentándolos como puras víctimas y hace del colonizador un retrato puramente incriminatorio, T. Monénembo se atreve a adoptar el punto de vista del colonizador y hacer de él un personaje simpático. Pero si la novela se parece mucho a una novela colonial en una primera lectura, en realidad se aleja de sus estereotipos ideológicos por esta estratagema que consiste en hacer de la voz del hombre blanco una evocación lírica y exaltada del país y de sus habitantes: al amparo de un pseudoexotismo basado en la técnica de la focalización interna, es efectivamente el novelista quien canta su amor por su tierra natal.
Además, algunas de las citas parecen haber salido de la pluma del novelista. Nos centraremos aquí en dos de ellos, cuya inautenticidad parece evidente y que son especialmente reveladores de ciertos objetivos del autor.
Se contentó con anotar lo siguiente en un trozo de cartón: "Sospechaba que me encontraría con algunas costumbres extrañas por estos lares, ¡pero eso no quiere decir que me encuentre con parientes bromistas! ¿Cuándo veremos a los ancestros de la feria? ¡Funny Africa! ¡Bribones de Mâly y Mâ-Yacine! ¡Bribones de los príncipes Fulani!... Que así sea, príncipe de Francia, pero entonces sólo para mantener mi cabeza. Pensar que, allí, ¡se lo habrían cortado en su lugar!
Aparte de la mención del "trozo de cartón", primer indicio del carácter ficticio de esta cita -es poco probable que T. Monénembo descubriera tal documento en los archivos-, el propio contenido del pasaje es convincente. La expresión "Que así sea, Príncipe de Francia, pero entonces sólo para mantener la cabeza" comenta, de hecho, un episodio ficticio en el que el intérprete de Sanderval le atribuye esta prestigiosa identidad para salvar al explorador, que en ese momento se encontraba en una situación peligrosa. Asimismo, la alusión al parentesco jocoso parece atribuible al novelista. En efecto, desde el principio de la novela, inventa en parte la pareja formada por Mâly y Mâ-Yacine: "Luego contrató a un intérprete y a un cocinero. Tomó la precaución de elegir a un fulano (Mâly) y a un serer, por lo tanto a un primo del fulano (Mâ-Yacine) ". El hecho de que Sanderval tuviera en cuenta, nada más llegar a África, el parentesco jocoso es bastante improbable y sus cuadernos no mencionan en ningún momento esta realidad social, de la que parece no haber sido consciente (o cuya importancia no midió). Es por tanto el novelista quien considera necesario introducir aquí una dimensión antropológica, y señala una singularidad especialmente sorprendente para la mente europea, instando al lector curioso a averiguar más sobre lo que sólo se menciona sin más explicaciones. Por último, si la línea irónica con la que finaliza el pasaje es bastante coherente con el tono de algunos de los comentarios cáusticos del explorador, también está cargada de matices políticos por parte del novelista. Subraya las profundas contradicciones de la Francia imperial, que, por un lado, se jacta de haber realizado la revolución de 1789, promovido los ideales democráticos e "inventado" los derechos del hombre y del ciudadano, pero que, a finales del siglo XIX, se lanza a una conquista colonial que es la antítesis de esos mismos ideales.
El 10 de mayo, cansado de buscar el sueño, sacó el lápiz y escribió esta profecía: "Mi dedo meñique me dice que este país está a punto de repetir, y desde la misma escena, dos tristes episodios de la historia de Francia... ¡Por un lado, los armagnacs, por otro, los borgoñones! De un lado, Timbo; del otro, Labé. Cada uno de estos abismos albergó su propio Enrique III y su propio Duque de Guisa. Aquí Pâthé y Bôcar-Biro; allí, Aguibou y Alpha Yaya. ¡Curioso Fouta! Estos Fulani son inteligentes, ¡demasiado inteligentes, quizás! Fouta se ha convertido en una trampa, una trampa paradójica. Es tan fácil caer en ella como hacer caer a los Peuls.
Él [el almaï] desfiló frente al capitán, ambos preocupados, con una mirada aguda que se deslizó en una sonrisa: Enrique III y el duque de Guisa; ¿cuál era el rey? ¿cuál era el duque? El más mínimo incidente puede provocar una víctima
Sin embargo, la analogía no parece muy convincente, ya que las dos situaciones históricas no tienen nada en común. Pero esto es lo que hace tan interesante la confrontación con el texto de T. Monénembo. Si el explorador sólo puede concebir similitudes con la historia de Francia cuando el soberano africano se enfrenta al colonizador europeo, el novelista da un giro importante: dentro de la propia Fouta se desarrollan episodios históricos entre príncipes rivales que pueden ponerse al mismo nivel que la sangrienta disputa entre armañacs y borgoñones durante la Guerra de los Cien Años, o la rivalidad, a finales del siglo XVI, entre Enrique III y el duque de Guisa (que finalmente fue asesinado por orden del soberano en 1588). Con ello, el novelista parece dar a entender que la historia de Fouta-Djalon es tan rica en acontecimientos y lecciones como la historia de Francia, contradiciendo así la idea de que África no tenía historia antes de la llegada de los conquistadores europeos. Esta falsa cita refleja así una característica más general de la novela: en efecto, bajo la apariencia de contar la historia de un explorador francés precursor de la conquista colonial, el novelista cuenta también -y aún más importante- la historia interna de Fouta-Djalon. Lo que en un principio parece una especie de novela colonial es quizás, sobre todo, una vasta lección de historia africana que el escritor dispensa al lector europeo a través de un trampantojo novelesco, reexplotando así el hipotexto colonial en una perspectiva poscolonial. En este sentido, el trabajo de T. Monénembo se inscribe en la reexaminación crítica de las relaciones de viaje emprendida desde 1980 por ciertos historiadores africanistas, y luego por investigadores de la literatura, pero desde una perspectiva literaria.
La cita, como práctica discursiva, está directamente vinculada a nociones que están en el centro de las relaciones y el discurso coloniales: la alteridad - la voz de la "citación" da paso a la voz de otro, pero al hacerlo sólo parece estar ausente, ya que al tomar prestado el texto de otro para incrustarlo en otro contexto, lo altera - ; la alienación recíproca, ya que "la persona citada está, mientras dura la cita, tan alienada de sí misma como el citante, que adopta un tono o una voz diferentes bajo la apariencia de la voz de otra persona "23 ; y, por último, la autoridad, que puede ejercerse en una u otra dirección: al citar, se apela a la autoridad de otro, al que se promete fidelidad, o por el contrario, se ejerce la propia autoridad sobre el texto de otro para desviarlo y ponerlo al servicio de los propios fines. La novela de T. Monénembo, al citar repetidamente los textos del explorador, representante de la ideología colonial, parece, en una primera lectura, seguir fielmente su punto de vista y enmarcarse en una relación de dominación en la que el hipotexto colonial es el protagonista. Pero esto es un juego de tontos y, a través de la cita, ¿no se convoca al personaje colonial para que aparezca bajo la mirada crítica del lector contemporáneo?