FUNDIDO EN NEGRO
“Los gobiernos son tratados como intrusos en los mercados del cine, siempre ha sido así, porque este es un negocio en el que los inversores privados se juegan mucho dinero, y los Estados, sus burocracias bienintencionadas y sus películas de “arte” no son precisamente bienvenidos. Averiguar eso no requiere de demasiadas neuronas, pero así son las cosas. Nuestro querido gobierno aún no lo sabe, a pesar de que cada año vuelven a España con el rabo entre las piernas”.
(Berlinale, Elio Quiroga, colección Narrativa, Baile del Sol, 2021)
Escritor y cineasta en el que confluye una sorprendente capacidad de adaptación, Berlinale (Baile del Sol,
2021), su más reciente novela, nos revela también a un autor políticamente incorrecto, que sabe jugar con la sátira sin caer en la parodia.
Berlinale es el relato de una investigación en clave negra y criminal pero con un fondo de chiste. O mejor, de comedia bufa. Hay que saber leer lo subtextos que Quiroga plantea en su nuevo libro y entender con una sonrisa que a veces termina en carcajada que todo cuanto cuenta puede resultar, nos tememos, verdad.
La novela se plantea así como una sátira inteligente no solo sobre el mundo del cine y sus zonas oscuras, que son aquellas en las que se hace negocio, sino por su refrescante tendencia a la provocación primero presentando a un personaje francamente repugnante, y que sin embargo cae bien porque demonios, él mismo es quién nos cuenta la historia; segundo porque sobre todo la parte que da inicio a este enredo de altos vuelos con muertos por en medio, le sirve al escritor y cineasta para criticar cómo nos las gastamos a este lado del Atlántico, Canarias, el tan cacareado archipiélago eje de una tricontinentalidad que más parece un trabalenguas que otra cosa, y el país al que pertenece, esta Expaña nuestra que cada día que amanece, amanece de una manera distinta.
Al margen de los argumentos de los que se sirve el autor para demoler todo lo que encuentra a su alrededor, la farsa de un sistema que ya evidencia signos de caducidad, Berlinale es también una novela policiaca al uso, solo que quien inicia y desarrolla página tras página la investigación es un personaje ruinito, un detective privado, mitad agente del CNI, que busca y rebusca en la capital alemana algo que como pasa en casi todas las grandes novelas del género negro sirve más bien como gancho que otra cosa. En este aspecto, y más allá de la resolución de las diversas tramas que se van desplegando en la novela a medida que se avanza hacia su final, lo mejor de este libro salpicado de referencias cinéfilas, es, precisamente, seguir los pasos de un personaje, Delfino Almeida, llamado a convertirse en socio honorario de ese club que cuenta entre sus miembros con tipos como Eladio Monroy, Mat Fernández, Jeque, Ricardo Blanco y José García Gago, por mencionar solo a sus más ilustres compañeros del archipiélago. Esa rama canaria que ya mira cara a cara a sus compañeros peninsulares sin renunciar a su acento.
Hacía tiempo, y es algo de agradecer, que no leía un libro y mucho menos un libro escrito en estas tierras insulares, con una sonrisa casi perpetua dibujada en los labios. Una sonrisa, cabe añadir, en ocasiones algo inquieta porque los callejones en los que se mete Almeida son tan inescrutables como el caso en el que se mete de cabeza.
El libro, al modo de Sebald pero sin las pretensiones de Sebald, incluye fotografías que ilustran los escenarios en los que se introduce nuestro más que héroe, anti héroe, y cuenta con partes realmente antológicas, sobre todo cuando en ellas se habla de cine, de cine de verdad. Sobre todo el que no supo hablar, el mudo, el silente, ese que aprendió a contar historias sin necesidad de palabras sino de
imágenes.
Poesía imposible de imaginar hoy, y testimonio de un pasado que pasen los años se antoja si no más interesante sí que más emocionante. Una clave que el propio Elio Quiroga deja en boca de uno de los personajes de la novela, quien aporta además un queja, y es lo poco que nos ha llegado de aquel cine que no supo hablar. No supo o no quiso, mejor dejémoslo, así.
La novela recorre las entretelas de la industria cinematográfica actual en el marco de uno de los festivales de cine europeos más importantes del mundo y bucea en el mercado que confluye en el European Film Market (EFM), lo que aclara un poco más los tiras y aflojas que intervienen en la compra y venta de películas. Toda esta información no es baladí y refuerza los contenidos de una novela que se toma más en serio de lo que parece porque como dejó escrito nuestro admirado Boris Vian, la risa es la única manera que tenemos de tomarnos las cosas en serio.
Una mujer, como ya nos ha acostumbrado la novela policiaca, o la novela que se inspira en la policiaca para contar una historia, tendrá un protagonismo especial a medida que se van desatando algunos de los nudos que Elio Quiroga ha ido dejando amarrados a lo largo de la novela. Una historia que salvo su final, un final que no termina de convence, me revela a un escritor dotado si no para la comedia sí que para la sátira feroz que no necesita de palabras inapropiadas para ridiculizar lo que se quiere ridiculizar.
A la espera de una nueva incursión del escritor y cineasta en las procelosas y oscuras aguas del género, recuerdo que a este hombre más apegado a las incontinencias del fantástico que a reflejar nuestra realidad bajo la mirada de la literatura negra y criminal, cuenta en su haber con la adaptación al cine de la que sigue siendo a mi juicio la mejor novela de Alexis Ravelo, La estrategia del pequinés, y de un puñado de películas y novelas que transitan desde lo terrorífico a la ciencia ficción con -afortunadamente- denominación de origen. Es decir, que pese a sus irregularidades y algún que otro desacierto, ahí detrás late, se percibe y se encuentra un escritor y también un cineasta con estilo y mirada tremendamente personal. Cien por cien Elio Quiroga.
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