La lectura de Nos tragará el silencio (Baile del sol, 2021) no me ha inspirado una reseña al estilo tradicional, sino una reflexión. Aunque presentado en formato de novela, Miguel Ángel Zapata firma una crítica al sistema actual y proyecta las devastadoras consecuencias futuribles que podría sufrir nuestro estado de bienestar. La libertad no existe, no es un derecho, sino una contraprestación asumida sin posibilidad de réplica. La idea, que es el punto de partida de la tesis, es terrorífica. Zapata no deja detalle sin analizar en una danza dialéctica que nos hace sentir inmersos en un agujero negro, mecidos por un estilo cuidado, excelso y, en ocasiones, asfixiante, pero que se va desenrollando como la espiral de un reloj, abarcando cada vez mayor espacio, con una suerte de fuerza centrífuga, alcanzando una mayor densidad de capas sociales. Lo subterráneo como cárcel, la mayoría de edad concebida como medida de control, un estado que ha alcanzado la autonomía y en el que todo es opaco, en el que se persigue la invisibilidad de las personas a través de la digitalización, donde el error no se justifica, simplemente se asume. Me ha recordado a Kafka y a 1984, también a Tomás Moro (hay una referencia, al final y casi de pasada, a Mein Kampf que me parece de los más acertada). Este libro no es una utopía, ni una distopía, aunque ambas ideas confluyen en él. Tal vez podría encasillarse en la ucronía, como visión alternativa de un estado premonitorio, la narración no recurre a excesos propios de la ficción, sino que se apoya en la extrapolación del presente por la vía del realismo.
Hay algo que nos es familiar en todo momento, un aura casi acogedor y, por lo tanto, inquietante. La narración se derrama en siglas, certificados, divisiones de funcionariados en cadena, un sistema presidiario encubierto y plenamente aceptado como contraprestación a un pacto de bonhomía ciudadana sin fisuras. En esta sociedad que presenta Zapata no existe opción para huir del sistema; ya que este lo acoge todo, te encuentra allá donde estés, desde la producción agrícola hasta el sistema sanitario o el educativo (que es diana de la crítica desde el principio), pues el estado proporciona todos los recursos necesarios a cambio de una desorbitada carga de impuestos. Nada queda al azar. La desaparición de la Historia se produce de manera progresiva, casi imperceptible, mediante la simplificación, eliminación o modificación del contenido de los libros que la contienen (en ocasiones la realidad supera a la ficción). Es una especie de proceso de limpieza, de “regeneración” en la que van desapareciendo piezas del pasado. ¿Hay una referencia indirecta a Fahrenheit 451? No se destruyen los libros, pero se violan, se usan con un fin corrupto, se esclavizan. No se parte de cero, sino que se reciclan para oscurecer el pasado, lo que se me antoja aún más atroz.
La vida es un ciclo marcado, como el recorrido de un hámster, si te sales del circuito vuelves al principio. Siempre hay una casilla de salida a la que volver, en la que recuperar tus derechos y regenerarte. Las familias quedan encadenadas entre sí, nuestros fallos los heredarán nuestros hijos. Zapata apunta hacia la digitalización de nuestra existencia como el mal endémico del siglo XXI, el cual nos dirige hacia una involución social que deriva en una especie de estado soviético moderno, más disimuladamente controlable mediante bases de datos y documentación cifrada por la vía cibernética. Todo puede desaparecer sin dejar rastro. Un aspecto que me ha parecido especialmente interesante es la percepción del funcionario como un soldado al servicio de La Hiedra. Una suerte de lobotomía general, lenta y machacante, tras el que todos acaban por sentirse Hiedra, tallos, ramificaciones, savia… Todos pasamos por el aro, tarde o temprano bajamos al subsuelo por un error burocrático, un desliz propio o por puro desconocimiento. El ciudadano obtiene en La Hiedra lo que ha sembrado por omisión, por agachar la cabeza, por asumir su incapacidad para cambiar las cosas. En el fondo, nuestro silencio siempre tiene un precio y podemos vivir mirando eternamente hacia otro lado.
El libro apunta hacia la digitalización de nuestra existencia como el mal endémico del siglo XXI
No podemos apreciar Nos tragará el silencio como un ejercicio literario al uso, sino como un juego híbrido entre el ensayo y la novela. Una especie de rompecabezas cuyos pedazos dan vueltas en un torbellino. Hay tristeza en este libro. Hay derrota. Lo leo, de hecho, como un llanto interminable de quien intuye la destrucción del mundo tal y como lo conocemos. Ese temor callado que tenemos a que nuestra información esté en la red, digitalizada, hackeable. ¿Es posible que nos puedan robar la vida y que ni siquiera el estado se entere? La respuesta es sí. El estado no es Dios, de hecho ni siquiera existe como tal, es un constructo que fluye, varía, se modifica, una serie de engranajes siempre susceptibles de fallar. La ausencia de partidos políticos lleva al pensamiento único, al adocenamiento, a la dictadura aceptada, al desgaste sutil de la libertad, como el aire erosiona las montañas. Pero hay también una profunda reflexión crítica, económica y social, apoyada en la visión cosmogónica del hombre como mero conducto por el que fluye y sucede su contexto. El contexto es más importante que el hombre. El contexto se ha tragado al hombre. El auténtico protagonista no es quien habla, quien escribe, sino aquello que le rodea. Existe un solo yo, que es La Hiedra. El Hombre ha muerto.
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