domingo, 27 de diciembre de 2020

Reseña de LA MUJER QUE HUYE de Anaïs Barbeau-Lavalette en Montreal Gazette


 El libro de Anaïs Barbeau-Lavalette, LA MUJER QUE HUYE, explora el significado y el precio de la libertad.

 

Algunas novelas - seamos honestos - te dejan pensando que el autor debe de tener un contrato que cumplir. Pero hay otras que te convencen de que este es el libro que la autora estuvo esperando toda su vida para escribir. El bestseller de 2015 de Anaïs Barbeau-Lavalette, LA MUJER QUE HUYE, está en ese segundo grupo. Pero como recuerda la escritora y cineasta de 37 años, no fue así.

Foto: Eva Maude TC-La Ruche Blanche


"No, en absoluto", comenta esta madre de tres hijos en un café de la calle St-Zotique, cerca de su casa de Petite Patrie. "Al crecer, mi abuela nunca me interesó realmente. Todo lo que sabía de ella era que había abandonado a mi madre."

Comprensiblemente conflictiva en sus sentimientos y con poco contacto real mientras su abuela estaba viva, Barbeau-Lavalette vio cómo despertaba su curiosidad con el descubrimiento de un alijo de fotos, cartas y documentos en el apartamento de su abuela en Ottawa, después de su muerte en 2009. Tras este hecho, en solo nueve meses escribió el libro. Cuando Barbeau-Lavalette menciona casualmente que esta es la primera entrevista en inglés que hará sobre el libro, es una señal de lo surrealista que puede ser la división de la lectura entre el francés y el inglés en Quebec y en el resto de Canadá. La novela fue un éxito de ventas en Quebec, generando un rumor que llevó a la autora a Tout le monde en parle, y el libro a las listas de cursos del CEGEP en toda la provincia. También lo ha hecho muy bien en Francia, y para cuando todas sus traducciones lleguen estarán disponibles en doce idiomas diferentes.

Hablando de traducción, hubo dificultades para llegar a una versión satisfactoria del título en inglés. El problema era la difícil palabra "fuit" o "fuir", más o menos, "huir". Los equivalentes en inglés más cercanos propuestos por la traductora Rhonda Mullins se encontraron con que sonaban, en palabras de Barbeau-Lavalette, "demasiado juiciosos", una consideración crucial dada una heroína con la que muchos lectores han encontrado imposible simpatizar.

Muchos lectores, especialmente mujeres de cierta edad, han dicho que la detestan", dice Barbeau-Lavalette, "pero también muchos han expresado cierta admiración por ella".

La elección de la novela podría, especialmente dada la ligera superposición histórica, llevar a algunos observadores superficiales a pensar que la novela tiene algo que ver con la heroína titular de una famosa canción de cierto icono de Montreal recientemente fallecido. No es así, pero esta Suzanne es igual de fascinante.

Criada en la clase obrera de Ottawa, en lo más profundo de la Depresión, la joven Suzanne se resistió a cualquier posible papel que se le asignara, estableciendo el patrón de toda una vida de rechazo al compromiso, un patrón que se extendería a su papel en la vida de los dos hijos que tuvo con el artista Marcel Barbeau. En Montreal, la joven Suzanne, una poetisa y pintora en ciernes, se unió rápidamente a un grupo de artistas rebeldes que pronto se convirtieron en firmantes del emblemático Manifiesto Mundial de Rechazo, la primera iniciativa de lo que se convirtió en la Revolución Silenciosa. Pero ella no era de las que caen en una cómoda rutina, y se embarcó en una odisea aparentemente aleatoria que la llevó en varias ocasiones al Gaspé, Bélgica, Nueva York y aún más lejos.


Entre las cosas más impresionantes de LA MUJER QUE HUYE es la facilidad con la que cubre un ámbito tan amplio, tanto geográfica como históricamente. Muchos escritores han caído en ese obstáculo, pero Barbeau-Lavalette, al crear y sostener una voz narrativa impecable - la novela está escrita en segunda persona, la nieta dirigiéndose a su abuela ya fallecida - anula cualquier posible desavenencia estructural.

Construido con frases cortas, en capítulos cortos, el libro es uno de los menos convencionales que se puedan encontrar. Cualquiera de sus muchos escenarios, no cabe duda, podría fácilmente haber sido una novela en sí misma. Un breve pasaje en el que Suzanne se encuentra, como Zelig, en un viaje a Alabama con los Jinetes de la Libertad en la era de los Derechos Civiles es especialmente vívido, y extrañamente contemporáneo en un momento en el que el presidente estadounidense está habilitando el KKK.

"Puede ser cierto que algunos de esos pasajes podrían haber sido más largos", dice Barbeau-Lavalette, "pero el objetivo de Suzanne era huir. Nunca se asentó. Quería que el libro reflejara eso".

Nos acostumbramos, en los libros que leemos y en las películas que vemos, a que nuestras heroínas logren alguna forma de redención, por muy problemática o ilegítima que sea esa redención. Pero, como habrán adivinado, LA MUJER QUE HUYE no es ese tipo de novela, y eso es porque Suzanne no era ese tipo de persona.

"No, no lo era", explica Barbeau-Lavalette sobre la mujer a la que dice que aún no puede amar, "la vida rara vez es tan simple."


https://montrealgazette.com/entertainment/arts/anais-barbeau-lavalettes-book-suzanne-explores-the-meaning-and-cost-of-freedom



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viernes, 25 de diciembre de 2020

Reseña de EL GUANCHE EN VENECIA de Juan-Manuel García Ramos

El Guanche en Venecia es una novela histórica, que tras su lectura me ha dejado una sensación como de platillo exótico que se acabara de comer, del cual se desconocieran parte de los ingredientes, y los ingredientes conocidos hubieran sido cocinados de un modo tan diferente, que uno terminara con una sensación de sorpresa, interés, tristeza y rabia a partes iguales.


La novela trata sobre la vida de un personaje tan fascinante, que no se entiende cómo no se ha escuchado de él antes. Se trata de un indígena de las Islas Canarias, que fue gobernante en la isla de Tenerife a finales del S. XV. Su nombre fue Bencomo de Taoro, vivió la trágica historia de la conquista de Canarias por los ejércitos conquistadores españoles. Tras ser capturado le tocó emprender un viaje insólito, pues fue enviado como regalo a los reyes españoles de parte del conquistador Fernández de Lugo. Estos le tuvieron algunos meses en su corte, y luego decidieron enviarlo al Dux de Venecia como presente de buena voluntad y mensaje de deseo de continuar en buenas relaciones diplomáticas.

Este cacique indígena pasó una temporada en Venecia, siendo alojado como rey destronado, es decir con aprecio y respeto por su persona, habitando en un palacio bajo el cuidado de un embajador, y proveyéndosele de un sueldo y apartamento para vivir con dignidad, así como de un educado asistente que le explicaba el nuevo mundo en el que estaba viviendo. También participó de la intensa y rica vida social, primero de Venecia y luego de Padua, donde tras adquirir el idioma del Veneto escuchó debates humanistas, religiosos y hasta médicos, de eminentes profesores de la Universidad de Padua alojados en el mismo palacio que él. Tras permanecer una temporada en dicha ciudad, bajo el hospicio del gobernador de la ciudad, se plantea en la novela que la nostalgia, la incertidumbre y el compromiso con sus Guanches y su tierra, lo llevan a idear un plan para regresar vía Túnez, por todo el norte de África, como parte de una caravana mercante, a las costas marroquíes. Desde donde, en el punto más cercano a la costa podría embarcarse a Tenerife, su isla natal, para continuar peleando por la devolución de la tierra que los conquistadores les habían arrebatado.

La novela plantea un alucinante viaje por un mundo desconocido para Bencomo de Taoro: España, Venecia, Padua, Túnez, Sidijilmasa, los oasis del norte del Sahara, en el que cada pausa le proporciona una experiencia intensamente humana que lo enfrenta, según el autor, por un lado con el deseo de permanecer en el viaje y por el otro con la profunda nostalgia y deseos de regresar a su tierra.

Aunque el planteamiento de la novela nos lleva a pensar inmediatamente en un nuevo Ulises, la historia me hace pensar en otro viaje mitológico, el de Ariadna con Teseo. Ariadna se embarca con Teseo en un viaje por mar, tras haberse enamorado del héroe y haberle ayudado a dar muerte a su hermanastro, el famoso Minotauro. Al tomar esa decisión, en algunas versiones, ella pierde sus privilegios de princesa, pues Minos, su padre, se pone loco de furia al saber que ella ayudó a Teseo en su intención de matar al Minotauro. Entonces ella abandona su vida de princesa, sus bienes y sus privilegios, al embarcarse sola con su amor en el barco de Teseo. En algunas versiones del mito, ella duerme profundamente una siesta, en mitad del viaje, cuando Teseo la carga y la deja dormida sobre las playas de una isla, para continuar solo su viaje. Al despertar ella se encuentra, sola, abandonada en la isla, sin nada más que su vida y su memoria.

Aunque Bencomo de Taoro no fue embarcado en un viaje por la ilusión de un amor, al ser vuelto prisionero de Fernández de Lugo, y firmar -no se sabe nunca como firmaron los indígenas las capitulaciones a la corona de Castilla y Aragón, pues no conocían el idioma, ni leían, ni escribían- la cesión de sus tierras y el abandono de la defensa de sus posesiones, queda en la poco masculina posición de estar a merced de los deseos del conquistador, sin ningún privilegio ni posesión, e incapacitado para ejercitar sus deseos y voluntad. Feminizado o vuelto simbólicamente mujer, al volverse prisionero, como todos los señores principales de otras tierras: Moctezuma, el Inca, Cuauthémoc, etc., su voluntad deja de ser considerada importante. Y tal como Ariadna, es depositado en las playas de una isla desconocida por la voluntad del conquistador que lo envía como regalo a los reyes.

A pesar de lo excepcional de su suerte en la corte española, y en su estancia en Venecia y Padua, Bencomo es paseado, mostrado, ataviado en ciertos momentos, hecho desfilar con su vestimenta tradicional cuando los señores que guardan su potestad así lo deciden, y tutelado siempre por un hombre que lo vigila y le explica el mundo en una suerte de mansplaning de fin del medioevo. En ningún momento Bencomo recupera su status de hombre en la novela excepto cuando su autor le hace encontrar a una prostituta, mujer esclavizada bajo las redes de trata que el mismo García Ramos describe en su operación en el norte de África de finales del siglo XV, con la cual nos explica que puede ejercitar un sometimiento mayor, al menos con alguien aún inferior en libertad a él.

Más tarde nos plantea el autor que la nostalgia por su tierra, y la incertidumbre por el destino de las personas de sus islas, generan suficiente presión interior en Bencomo para animarlo a abandonar la comodidad con que se le ha proveído a cambio de docilidad y buen comportamiento, y es entonces cuando decide regresar en un arriesgado viaje al punto más cercano a sus islas. En este viaje, Bencomo al dejar atrás la “pasividad femenina” a la que lo ha reducido su status de prisionero y rey destronado, va recuperando poco a poco la virilidad, la vida austera del hombre verdadero, para finalmente presentárnoslo como un líder nato al frente de un ejército de hombres del desierto montados en camellos acostumbrados al combate. Alzando una lanza al horizonte en el que se encuentran sus islas, la novela nos presenta a un hombre que ha recuperado lo máximo a lo que un individuo masculino, en teoría, puede aspirar: la libertad, el ser dueño de su voluntad y deseos, aún si sus posesiones le han sido arrancadas.

Como muchos autores latinoamericanos que han relatado desde la ficción el final de los personajes históricos a quienes les tocó vivir el encontronazo con la Europa conquistadora y ávida, García Ramos nos presenta un relato de recuperación de la virilidad de un caudillo poco conocido, pero con el cual nuestros caudillos prehispánicos guardan tanto parecido.

La novela me gustó mucho en cuanto a su erudición y contextualización histórica, pues permite recorrer la gastronomía, ambientes, recorridos urbanos, vinos y hasta un poco de la música en voga en la Venecia de finales del S.XV, pero me hubiera gustado que el autor se metiera con menos miedos a la propuesta mitológica que todos estos personajes tienen por el hecho de haber sido escogidos por la historia para ser los primeros en enfrentar el cambio más fuerte del mundo: el encuentro insospechado de dos orillas del mundo.

Al escribir la historia de Bencomo de Taoro la guerra no es en contra de Ariadna. Ni contra la posibilidad de que nuestros héroes prehispánicos hubieran podido morir de nostalgia, de apabullamiento por no haber podido comprender lo que a sus humanas vidas les tocó vivir, ni contra la desilusión que sentimos por no haber tenido caudillos con la capacidad estratégica de haber creado fantásticas resistencias que nos hubieran asegurado a los habitantes de los siglos posteriores que sus antepasados fueran los más cojonudos. Pues mientras sigamos en guerra con el aspecto femenino al que tanto tememos, quizás sigamos perdiendo oportunidades de comprender más profunda y humanamente a los personajes históricos que aún tienen tanto por decir.

Creo que la guerra, si es que la hubiera, debería ser en contra de una masculinidad que no permite considerar que a esos personajes no les quedó de otra que emprender el viaje de Ariadna, y se les obligue desde la ficción a ser los Ulises con los que al fin podamos respirar, levantar la mirada viril al horizonte, y hacer las paces. Obligar a Bencomo de Taoro, Moctezuma, Atahualpa, Jerónimo a estar al nivel de agresión y destrucción de Fernández de Lugo, Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Francisco Pizarro, o Buffalo Bill, es seguir intentando construir sobre las ruinas de un mundo en el que no cupimos todos. La invitación a proponer nuevos finales que no teman a a Ariadna, que recuerden la increíble diversidad de las culturas prehispánicas de todo el mundo, está abierta.

Cuca González (Guadalajara, México)


jueves, 24 de diciembre de 2020

Entrevista a Charmine Craig, autora de MISS BURMA en LOS ANGELES TIMES

PREGUNTAS Y RESPUESTAS: La inspiración para la novela de Charmaine Craig "Miss Burma": una reina de belleza convertida en revolucionaria.

AGATHA FRENCH

Charmaine Craig, whose new novel is “Miss Burma.”(Ricardo DeAratanha / Los Angeles Times)Charmaine Craig, (Ricardo DeAratanha / Los Angeles Times)


En el primer párrafo, las luces de la nueva novela épica de Charmaine Craig, "Miss Burma", se dirigen a Louisa, personaje que se basa en la madre de la autora, para que suba al escenario del concurso. Louisa Benson Craig, una mujer que, tras ser coronada miss, se convirtió en una revolucionaria política con precio a su cabeza, es uno de los muchos personajes novelados cuyas vidas están tan llenas de pérdidas , perseverancia e incidentes. Seguir su historia es seguir la historia del propio país. La arrolladora historia multigeneracional de una familia perteneciente a la minoría étnica karen, Miss Birmania traza una historia tanto política como profundamente personal, así como la de esos momentos incendiarios en los que las motivaciones privadas y públicas se superponen.

 

Craig, una exactriz que vive en Los Ángeles y enseña en la Universidad de California en Riverside, se reunió conmigo en un café para hablar de Miss Burma; nuestra conversación se trasladó a un paseo por el lago Echo Park. Discutimos el enfoque literario en las denominadas novelas históricas, su relación con su madre, que murió de cáncer de ovario en 2010, el trabajo de escritura en Hollywood y por qué la casi década que Craig pasó trabajando en un libro sobre su familia se convirtió menos en sacarse la historia de sí misma que en sacarse a sí misma de la historia. Esta entrevista ha sido publicada para mayor claridad y extensión.

 

¿Cuándo descubrió por primera vez que su madre había sido tanto Miss Birmania como una revolucionaria política?

No recuerdo ningún momento en el que no lo supiera. Mi padre americano era un soñador, y pintó a mi madre en estos términos sobredimensionados - era Miss Birmania, fue la actriz más famosa de Birmania durante un tiempo, era una mujer guerrera-. Así que sabía todo eso. Pero mientras escribía el libro, juntaría las piezas de una manera casi periodística, y descubriría cómo su historia encajaba en un cuadro político más grande. Era casi como tener una conversación con los muertos.

 

"Miss Burma" está basado en las vidas de tu madre y tus abuelos; es una historia que es, en cierto sentido, una parte real de ti. ¿Cómo fue sacar esa historia y ponerla en el papel?

Debería decirte que la primera versión del libro trataba mucho más sobre mí y mi madre. Era en primera persona, era mucho más que la consabida historia del inmigrante. Escribí una versión completa de ese libro cuando mi madre enfermó, y fue catártico escribir esa versión, que trataba tanto de los traumas que ella había vivido, y cómo yo heredé algo de eso, y sobre su conflicto por entregarse a la maternidad en los Estados Unidos cuando creo que sintió, hasta cierto punto, que había abandonado el llamamiento de todo un pueblo en Birmania, lo que ahora es Myanmar. Lo que me quedó claro después de terminar el libro fue que estaba escribiendo para un público occidental y que había sido demasiado simplista en mi enfoque. El libro no era sobre mí, tenía que ser sobre un país, un pueblo y una familia, y yo tenía que existir en los márgenes de la historia y quitarme de en medio.

 

¿Por qué escribir una novela y no un relato de no ficción?

Estoy más llamada a escribir ficción, punto. Mi interés literario es la experiencia de la conciencia. Aunque me consideraría alguien que se toma la trama más en serio que muchos de mis compañeros, lo que más me interesa es capturar la experiencia de ser. Cuando recibí la historia de mi madre - una historia épica y dramática de la que estuvimos hablando dos años antes de que muriera -, comprendí que, aparte de eso, estaba lo interno, las motivaciones. Hubo momentos en los que pude sentir que ella estaba hablando sobre el corazón del asunto. Tenía sentido dar el salto novelístico.

 

El libro comienza con Louisa en el escenario como Miss Burma en 1956, y luego retrocede en el tiempo, a la historia de sus padres.

Como escritora literaria sentí cierta presión para escribir ficción autobiográfica. Sucumbí a un cierto prejuicio contra la novela política y la novela histórica. Me costó superar esos prejuicios para ver que había estado viviendo bajo el mito de mi madre, pero en realidad la historia de su padre y su madre era igual de dramática y quizás incluso más reveladora de la historia de Birmania. Nacieron durante la época colonial y ambos participaron en la transición de Birmania del colonialismo a la independencia y a la guerra civil. Necesitaba abrirme a contar más, por lo que ahora es un libro con múltiples perspectivas.

 

¿Cuál fue su enfoque para trenzar la trama política con la familiar?

La historia política se convirtió en una especie de columna vertebral de la trama, y me resultó más fácil por el hecho de que mi familia estaba muy involucrada en esa historia y en la política. Parte de mi proceso fue encontrar las intersecciones entre los miembros de la familia y la propia historia. Una de las tensiones del libro es lo indefensos que estamos ante las fuerzas aplastantes e impersonales de la historia, y cuánta historia se puede hacer sucumbir a la terquedad personal de cualquier individuo que quiera hacer frente a ella.

 

Hay varios pasajes en el libro en los que el detalle con el que plasmas las expresiones faciales de un personaje como medio para revelar su mundo interno me recordaba que antes de ser escritora eras actriz. ¿Puede hablarme de esa transición?

Me sentí atraída por la actuación -y por la escritura- a una edad temprana porque en ambas se te llama a encarnar empáticamente a otro. Mi experiencia vital me dice que soy muy sensible a las señales que otras personas están emitiendo, al comportamiento humano. Escribir y actuar son formas de hacer arte de la manera en que estoy conectada. La razón por la que no actúo ahora no es que haya dejado de amar el oficio, sino que llegué a la profesión en un momento en el que había más encasillamiento y racismo que ahora, y todavía hay mucho encasillamiento. Estaba muy cansada de los papeles que se me ofrecían como mestiza. Siempre fue: "Bueno, ¿qué eres? No eres esto, no eres aquello. Tal vez seas una novia sexy". Era un tanto denigrante, y quería poder llevar las riendas un poco más en cuanto a las historias que contaba y los personajes que representaba.

 


¿Hay habilidades que aprendiste como actriz y que usas como novelista?

Era un adolescente que estudiaba en Inglaterra en la Academia de Artes Dramáticas Británico Americana, con un tal Earle Gister. Se inclinó y me susurró al oído: " Interpreta cada línea exactamente de manera contraria  a lo que dice". Así que, si dice "Te amo", estés pensando en tu cabeza, "Te desprecio". Si dices "Estoy perfectamente bien", realmente estás diciendo "Soy el más miserable que ha habido en toda la vida". Fue como un interruptor que giró e inmediatamente empecé a entender esta lección fundamental de motivaciones mixtas. Todos estamos sintiendo diez cosas sobre lo mismo en un momento dado, y cuanto más podamos sacar eso en nuestra caracterización, ya sea actuando o escribiendo, más real parecerá ese personaje.

 

Creciste en Los Ángeles; ¿cuánto tiempo has pasado en Myanmar?

Solo he ido dos veces. (La cabeza de mi madre tenía precio, no era seguro.) La primera vez que fui tenía unos 20 años. Fue un viaje importante porque aprendí mucho más sobre la leyenda de mi madre y sobre la gente de Karen, y también aprendí más sobre la mía propia -odio usar la palabra "identidad" porque es muy corta- pero al crecer aquí nunca sentí que realmente encajara. De niña me animaron a llamarme Karen porque otros niños me preguntaban mucho "¿Qué eres?". (Cuando dije Karen, ellos dijeron, "¿quieres decir coreano?"). Cuando fui a Birmania, un montón de niños se nos acercaron a mi hermana y a mí y nos dijeron en Karen: "Buenas noches, gente blanca". Fue un regreso a casa y una especie de subrayar mi diferencia. La segunda vez que estuve allí fue después de que mi madre falleciera. Fui al interior de Birmania, pero sólo a las zonas fronterizas, para participar en el proceso electoral de Karen.

Aunque esos viajes fueron útiles, creo que como escritores de ficción deberíamos de alguna manera limitar nuestra investigación y optar más por lo imaginativo. Eso no quiere decir que no me haya esforzado mucho en conseguir los detalles correctos - la historia, la política, el escenario - lo hice. Pero quería tratar esto como trataría una novela contemporánea, o una novela sobre mi ciudad natal, Los Ángeles en los años 80 - solo quería incluir lo que fuera significativo, y no atiborrarla de información y detalles para instruit al lector sobre este mundo y lugar en particular.

 

¿Realizó una investigación histórica?

Pasé dos años entrevistando a mi madre y a los miembros de su familia antes de recurrir a la literatura académica. Fue entonces cuando empecé a entender realmente cuántos agujeros hay en la literatura y lo sesgada que es mucha de ella, en mi opinión. Las nacionalidades étnicas, los pueblos indígenas de Birmania, hay una completa falta de información porque, por ejemplo, durante siglos las manos de los Karen fueron cortadas si se les encontraba con utensilios de escritura. Así que perdieron su alfabeto, perdieron cualquier tipo de historia escrita, hubo un esfuerzo absoluto por parte del gobierno mayoritario para forzarlos a integrarse hasta el punto de perder su cultura. Empecé a sentir que era parte de un encargo para mí centrarme en la historia, centrarme en la política, y empecé a sentirme un poco como una periodista de investigación.

Había oído durante estas entrevistas que el primer marido de mi madre, que fue asesinado durante las conversaciones de paz con la junta militar porque era un líder de la resistencia, había dialogado con la CIA, pero no pude encontrar ninguna documentación académica sobre esto, así que empecé a buscar en los documentos desclasificados de la CIA. Es difícil entender realmente lo que pasó, pero lo que pienso es que mientras la CIA se reunía con las fuerzas pro-democráticas, incluyendo al marido de mi madre, el Departamento de Estado de los Estados Unidos estaba trabajando con el gobierno de Birmania para liquidar a esas mismas fuerzas.

 

Usted ha sido activista a favor de las minorías étnicas en Myanmar, así como escritora. ¿Son esos impulsos distintos o inseparables?

Aunque al principio no quería que esto fuera una novela política, escribirla se convirtió en un acto político. Creo que la novela se resiste a dar respuestas fáciles a preguntas como: "¿Es el nacionalismo étnico la mejor respuesta al genocidio?".  La última vez que estuve en Birmania me di cuenta del increíble vacío que dejó mi madre cuando murió, políticamente y como activista. Sentí todo el peso no solo de no poder ponerme en sus zapatos, sino de no querer hacerlo. Soy escritora, no soy una política. Y, sin embargo, fue en ese momento cuando empecé a concebir cómo la novela podría ser una especie de acto político también.

 

En el libro usted escribe: "El mundo de los muertos ahora era algo que podía alcanzar y tocar; solo tenía que prestarle la más mínima atención y lo alcanzó y lo conoció." ¿Esa fue su experiencia mientras escribía Miss Burma?

Es curioso, me alegro de que lo mencione. Mi marido también es escritor, y me sugirió que cortara esa línea. Le dije: "No puedo cortar esa línea", porque es parte de mi experiencia. Después de la muerte de mi madre pasé por un período en el que estaba desesperada por hacer contacto y no se me ocurrió nada. Pero ha habido momentos desde entonces en los que he sentido que estaba en su presencia de alguna manera que no puedo explicar.

 

Hay otro pasaje que se me ha quedado grabado: "La esposa y el hijo de un hombre... podría valer la pena sacrificar una guerra por ellos.". ¿Por qué tiene esa preocupación que va directa al grano?

Hace unos años tuve la oportunidad de conocer a la ganadora del Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, que es la líder de facto de Birmania, aquí en Los Ángeles. Fui invitada a un evento en el que ella iba a estar, y hablé con algunos líderes de Karen en ese momento sobre, "si tengo la oportunidad de sentarme con ella, ¿qué quieren que le diga?" Así que vine armada, si se quiere, con un mensaje de las minorías pan-étnicas perseguidas. Y Edward Norton muy amablemente se levantó y me dejó sentar en su asiento - estaba sentado justo al lado de ella - y le dije quién era yo y empecé a transmitir el mensaje y ella me detuvo y me dijo: "Eres la hija de Louisa". Ella sabía que mi madre había muerto. Quería recordarla. Se le llenaron los ojos de lágrimas, y fue una lección para mí de la tensión por la que preguntas: Están las guerras, los casi inimaginables cientos de miles de vidas perdidas o el desplazamiento en este momento de más de un millón de personas en y alrededor de Birmania, pero también está la igualmente inimaginable pérdida de una sola persona.


https://www.latimes.com/books/jacketcopy/la-ca-jc-charmaine-craig-20170510-htmlstory.html

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miércoles, 23 de diciembre de 2020

Reseña de EL AGUA DEL BUITRE, de Andrés Ortiz Tafur en FRAGMENTOS, el Blog del escritor Ángel Silvelo Gabriel

MARTES, 22 DE DICIEMBRE DE 2020

ANDRÉS ORTIZ TAFUR, EL AGUA DEL BUITRE: LAS RELACIONES DE INCERTIDUMBRE

¿Qué es el amor? ¿Cómo nos afecta el paso del tiempo? ¿La felicidad se aloja en el desconocimiento del otro? El Agua del Buitre es un barranco, y también, dieciocho historias sobre las que podemos despeñar nuestras tragedias y también nuestros sueños. Historias por las que precipitar la codicia del ahorcado. Y por donde suicidar a nuestra vida. Y no solo eso, porque el paso del tiempo aparece en esta recopilación de relatos como un ajuste de cuentas entre la realidad y una ficción que necesita de nuevas formas de dibujar el semblante del fracaso, de los perdedores… de la gente corriente. Esa que no sale en la televisión ni se compra revistas de moda. Decía Camus que el mayor tesoro de los pobres se encuentra encima de sus cabezas. Basta con dejar de mirar al suelo y alzar la cabeza al cielo. Un cielo lleno de estrellas. Estrellas que se comportan como una senda por la que hacer caminar a nuestros sueños. Imposibles. Irreparables. Tediosos. Andrés Ortiz Tafur, en su nueva inmersión en el relato corto, deja constancia de todo ello con un estilo personal e inconfundible. Desde esa atalaya que la Sierra de Segura ejerce de filósofo de la montaña: parco en palabras y rico en acontecimientos y verdades. Aquí, donde el fracaso también es verdad. La verdad más grande. La única e inmutable verdad. La casa de la montaña desde la que escribe se transforma en su propia Yoknapatawpha. Desde donde ilumina la soledad del hombre frente a su mundo. Arriesga Ortiz Tafur al mostrarse más serio y sombrío en sus historias. Más cercano a la intransigencia de la pérdida: del amor, de la ilusión, de la vida. Y lo hace de una forma irreverente. Ausente de otra norma que no sea la del universo propio. La tierra que ha dejado de ser la prometida. O el caleidoscopio de la felicidad que esta vez se torna oscura. No es tiempo de fiestas, pero sí de amargas reflexiones. A traspiés. A trasmano. A tras de todo. ¿Qué es el amor, acaso la esencia marchita que nos queda a lo largo de los años?

Abundan los relatos de parejas. Rotas o en proceso de destrucción. Y, dentro de ellas, hombres descolocados por la vida y el paso del tiempo. Por la pérdida de la ilusión y la juventud. Por la avalancha de unos acontecimientos que son perversos en su planteamiento y ejecución. Hombres cobardes que no aceptan la realidad. Esa realidad que se superpone a todo: a los recuerdos, a la esperanza, o a lo que una vez entendimos que era el amor. Héroes sin bandera o hazaña que contar, salvo la de la incomunicación y el miedo de hacer frente al amor y a sí mismos. Sin embargo, los dieciocho relatos de El Agua del Buitre no solo nos hablan de las parejas y sus múltiples problemas, también el jienense ha dejado en estos dieciocho relatos un espacio para las historias de maltrato y el abandono al que sometemos a los viejos, donde el dinero vence a los sentimientos, a la dignidad o al más ínfimo sentido de humanidad. En esa faceta tan suya de dar paso al absurdo, a lo onírico, a lo perverso y lo surrealista, Ortiz Tafur nos enfrenta a ballenas y gasolineras. Al desprendimiento de los amantes. O a la forma de afrontar el futuro que se nos echa encima. Donde nunca pensamos, en verdad, cómo seremos, quizá porque no nos resulta agradable desentrañar las coordenadas del futuro de nuestras vidas. O cómo afrontar la autodestrucción a través de piedras que recitan versos de Machado y Serrat. Relatos de mitos sin leyenda que, sin embargo, logran atrapar al lector con esa manera tan particular de desentrañar las encrucijadas de la vida y el mundo que tiene Andrés Ortiz Tafur, al que se le ve cómodo a la hora de afrontar el relato corto, pues tiene toda una gran amalgama de descolocados a los que dar voz y sentido en el más irracional de los sentidos. Aquel del que se compone la vida y sus miserias.

El Agua del Buitre persigue, además, la necesidad del otro. De la palabra. Del afecto… Y quizá, uno de los relatos que mejor ejemplifica todo ello sea, La costumbre, donde la metáfora del señor que sube y baja las escaleras nos enfrenta a la necesidad de respetar al otro. Ese que nos busca para decirnos quiénes somos o de qué forma actúa nuestra conciencia cuando sabe que se ha equivocado. Amor. Desconocimiento. Sorpresa y respeto, se dan la mano con ese tipo de situaciones en las que sobresalen las relaciones de incertidumbre, aquellas que dan el verdadero sentido a la vida. A la anónima. A la nuestra. A la que no sale en televisión salvo cuando hay que dar noticia de una pérdida. A la de la soledad del individuo frente al mundo.

Ángel Silvelo Gabriel.


lunes, 21 de diciembre de 2020

EDIFICIO NAUTILUS de Inma Luna en El Imparcial


Inma Luna, poesía y cotidianeidad



Estoy atrapado en la belleza y el talento de Carl Sandburg, lo que hay en mí de escritor se interesa por él. Sandburg me da el mundo de la literatura. Ya en casa me encuentro con dos libros recién enviados por Tito Expósito, editor fuerte, que hojeo con una feroz curiosidad: la archiconocida Stoner de John Williams, novela elogiada por Enrique Vila Matas, entre otros, y Edificio Nautilus, de la poeta de gran detallismo realista, Inma Luna.

Voy imaginando los mundos de Julio Verne al leerlo, experto en mundos que son una tormenta mental. Sorprende su título. Lo excepcional es encontrar el edificio adecuado, hallar una voz propia – esa especie de victoria que siempre crea un reto para cualquier escritor. La cotidianeidad hace que Inma le dé a su imaginación la oportunidad para saltar libremente. No faltan los poemas familiares, los de humedecerse los ojos con el agua fría del mar, los de apoyar la cabeza en el hombro de otra persona y que las lágrimas rueden por las mejillas y sean enormes y pesadas. No hay páginas en este libro que no sondeen el pasado, el futuro se alía para tomar del pasado su aliento y después lo transforma, ocurriendo algo que no le da miedo. La poesía, si es de verdad, está dentro de uno, está en todo aquello contra lo que nos rebelamos. Como toda poeta verdadera, Inma Luna nada, se sienta en los cafés, está escribiendo sobre el tema de la muerte. No oculta sus referentes, de una belleza sin tacha.

No es Inma Luna la primera, ni será la última, afortunadamente, en ofrecernos un libro de poemas traducido al portugués. Me fascina la poesía portuguesa, tan en boga en las últimas décadas. La personalidad de la autora me lleva a disfrutar, revolviéndolos en mi interior, cada verso de Edificio Nautilus (Poesía A Sul), traducido por Fernando Cabrita. De vez en cuando, como ocurre en las primeras páginas, la poesía de Inma oye silbar al trenecillo oriental: “Capitán Nemo / soy cangreja ermitaña / en tu Nautilus” (“Capitão Nemo / sou carangueja eremita / no teu Nautilus”). “Piedra con piedra / en su respiración / tiembla el paisaje” (“Pedra com pedra / na sua respiração / treme a paisagem”)

El eco de la voz de Pessoa se encuentra detrás de los días que rugen vacíos. El mar es otro de los temas recurrentes en este poemario. Excelente me resulta el que habla de la intención de la espuma: “En cada ola / la intención de la espuma / impredecible” (“Em cada onda / a intenção da espuma / imprevisível”). Es heredera de la poesía Clarice Lispector, quien decía: “La lentitud es belleza / copio estas líneas ajenas / respiro / acepto la luz”. Sigo con Inma: “Cuando vivía sin escalas / no había estos embates trastornados / tampoco este fulgor de las prolongaciones”. La autora madrileña ha conseguido en Edificio Nautilus, que sus haikus – estrofa de origen japonés con aire magnánimo, a pesar de su brevedad – se alejen de las naderías y superen la montaña de dificultades para integrarse y unificarse en la madurez. Leves pinceladas pero tan grandes como una máquina parecen, las más de las veces, sus poemas más largos. “Me imaginé a mi padre buscando el mar / pero él nunca lo hizo / En un triángulo de trapo recogió un puñado de tierra / como un horizonte manejable / para marcar el límite de mis expectativas / Encuentro sus palabras escritas y sus rosas / me asomo a la ventana / doy un mordisco al vacío salino / Me imagino a mi padre buscando el mar”.

Nos encontramos ante una poeta autobiográfica que nos lleva a su mundo con ella. En un poema que se titula “Seguiremos bailando” nos dice: “La puerta de la casa está entornada / nos hemos rescostado sobre los cabeceros de papeles / escritos / una palabra / una sola palabra más / para sentirnos para sentirnos”. Fue Eugénio de Andrade quien escribió: “Haz una llave, aunque sea pequeña, / entra en la casa. / Consiente en la dulzura, ten piedad / de la materia de los sueños y de las aves”. La poesía es adivina y sabe cómo, por qué y dónde nos desviamos todos. Es mirar al campo con conocimiento y perspicacia, mirar al campo de exterminio, al campo de fresas prodigiosas o al campo de minas tras los arbustos. “La poesía mira al campo / la poeta / dispara”. Poeta de línea auténtica, Julio Verne con Inma Luna no es un sueño olvidado hace mucho tiempo. Se sienta en su diván y sorbe una bebida fría. Una de sus citas es esta: “Durante el monzón del este, las aves del paraíso pierden las magníficas plumas que rodean su cola. Los falsificadores recogen esas plumas y las adaptan con mucha destreza a una pobre cotorra, previamente mutilada. Luego tiñen las suturas, barnizan al pájaro y lo venden”. (Veinte mil leguas de viaje submarino).

Destaca en Inma Luna la capacidad de traer con entusiasmo cada una de las anécdotas cotidianas. Este poema sin título puede servir de ejemplo: “La surfera abandona la playa; la pescadora / es poderosa y humilde; las olas continúan reventando / de espuma la escollera. / Si Stendhal hubiera sido mi vecino no habría precisado / ir a Florencia para experimentar el jamacuco”.

Quizá la literatura sea eso: no temer los momentos que crean nuestra soledad o lanzan serpentinas de hierro que dibujan círculos. Pequeños poemas inteligentes, pulcros, los de Inma Luna, que hablan de los cimientos de una casa sin murmullo de ira, de paseos junto al mar, de olas que revientan con una amabilidad extrema, un libro de necesidades oscuras y necesidades vitales, con el bello don de la emoción directa.

Miguel Ángel Gómez


https://www.elimparcial.es/noticia/209133/opinion/inma-luna-poesia-y-cotidianeidad.html


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sábado, 19 de diciembre de 2020

BAJO LAS RAMAS DE LOS UDALAS de Chinelo Okparanta en The New York Times

De 1967 a 1970, el estado nigeriano de Biafra intentó, pero no logró, su independencia, en una guerra civil que dejó un millón de muertos. Cabezas separadas de sus cuerpos, desmembramientos, inolvidables niños famélicos, imágenes quemadas en la retina colectiva de la época. En Bajo las ramas de los udalas, la primera novela de la escritora nacida en Nigeria Chinelo Okparanta (después de su colección de cuentos, La felicidad, como el agua, que fue preseleccionada para el Premio Caine), la protagonista, Ijeoma, es una niña, espectadora de esos días horribles. Su padre se niega, por principios, a esconderse en el búnker familiar y muere en un ataque aéreo. Su madre, incapaz de soportar esta pérdida, se derrumba. No todo el mundo se eleva al heroísmo en tiempos difíciles. Incapaz de cuidar a su hija, deja Ijeoma a un amigo en otro pueblo, un profesor de secundaria y su esposa, para que la utilicen como su sirvienta.

Allí Ijeoma conoce a Amina, una chica aún más a la deriva que ella, separada de su familia en el norte del país. Ijeoma convence a la maestra para que acepte a su nueva amiga como segunda ama de llaves. A partir de ahí las dos chicas se enamoran de inmediato, tan jóvenes y vitales, tan distantes de todo lo que conocen, que podrían haberlo inventado.

Cada historia establece sus coordenadas, sus intersecciones de tiempo y lugar, pero en este libro los mapas de la narración se barajan y, a medida que la guerra termina, la Nigeria de los años 70 se desvanece como telón de fondo -árboles udala para sentarse, ñame machacado para la cena-. La historia que se desliza sobre ella se lee de manera muy parecida a las novelas de lesbianas americanas de los años 50. Ijeoma aplica la clásica estrategia de ser homosexual en una sociedad ignorante: suprimir el deseo, ceder a él (tan delicioso), perder un amante en el mundo convencional (¿a quién culpar?), probar la idea realmente mala de un matrimonio forzado, encontrar el bar clandestino (tocar tres veces), sentir el asombroso poder en el roce de las yemas de los dedos (de la mano derecha).

Las dos chicas son, por supuesto, descubiertas en un momento íntimo, y luego, inmediatamente separadas. Amina se queda con el profesor, mientras que la madre de Ijeoma es requerida para que lleve a su hija de vuelta y se ocupe de su sano juicio. Al principio mamá no entiende cuál es el problema, e Ijeoma se ve obligada a explicárselo. Okparanta, una escritora elegante y precisa, capta la agitación interna que precede inmediatamente a ese momento: "Me encontré a mí misma desvaneciéndome en mis pensamientos. Me imaginé alejada del tiempo y del lugar. O mejor dicho, me imaginé en un lugar donde nada había sucedido en el pasado y nada sucedía ahora, y en el futuro nada sería la consecuencia de todas las cosas que habían sucedido antes."


Mamá demuestra ser una oponente formidable. Armada con el cristianismo, ataca el incipiente lesbianismo de su hija con el estudio diario de la Biblia. Desde el Levítico, Marcos, Romanos, ella reúne todos los ejemplos que cree que serán persuasivos. Su lógica es a veces hilarante. Cuenta una historia del Libro de los Juicios en la que un grupo de alborotadores del pueblo desciende sobre un levita y su prometida, con la intención de violarlo. El levita les ofrece a su prometida en su lugar. La madre de Ijeoma interpreta esto como un comportamiento justo: la sodomía del hombre habría sido una abominación a los ojos de Dios.

Claramente, Ijeoma tiene un largo camino por delante para convencer a su madre... y para averiguar cómo ser ella misma y vivir en una cultura profundamente conservadora.

Una vez que termina la escuela, ella y su madre dirigen una pequeña tienda. Un día, una joven profesora, Ndidi, entra en la tienda. Se produce una conversación de flirteo ("Si había alguna confusión por mi parte sobre cuál era la conexión entre nosotras, en este punto toda la confusión desapareció").

A pesar de su dulce relación bajo el radar, Ijeoma sigue siendo susceptible al acoso de su madre, y se casa con un hombre. Todo en la unión es triste, incluso su casa. "Tantas cosas viejas y que se están desmoronando, era un hogar que alimentaba nuestro mal humor. Si hubiera podido hacer todo eso, el propio hogar se habría enfurruñado con nosotros.".

El libro funciona en un modo de narración, una reminiscencia en bucle de una Ijeoma adulta. Algunas veces incluso se adelanta para dirigirse al lector en un tono confidencial. Hay pocas florituras estilísticas; Okparanta prefiere hacerse a un lado y permitir que Ijeoma cuente su historia con sencillez, dando a la novela una sensación de intimidad.

William Gibson supuestamente dijo: "El futuro ya está aquí. Solo que aún no está distribuido uniformemente". Lo mismo ocurre con el pasado. El matrimonio entre homosexuales es ahora legal en Estados Unidos, pero en Nigeria, como escribe Okparanta en su nota de autora, las relaciones entre personas del mismo sexo son actualmente delitos penados con hasta 14 años de prisión y muerte por lapidación en los estados del norte. Okparanta escribe que espera que su novela dé "a los ciudadanos marginados de Nigeria del L.G.T.B.I.Q. una voz más poderosa y un lugar en la historia de nuestra nación".

Este sentimiento encuentra una dulce manifestación en el lecho de Ijeoma y Ndidi, que dice conocer un pueblo donde "el amor puede ser amor". Cada noche cambia el nombre del pueblo. Una noche es Aba. La siguiente es Umuahia. "Finalmente tengo que reírme", dice Ijeoma. "¿Cómo es que este pueblo puede ser tantos lugares a la vez?".  "Todos ellos están aquí en Nigeria", responde Ndidi. "Verás, este lugar será toda Nigeria."


viernes, 18 de diciembre de 2020

Sobre EL AGUA DEL BUITRE, de Andrés Ortiz Tafur en la ContradeJaén

"Al coronavirus espero no dedicarle ni una línea en mis libros"

Por Javier Cano - Octubre 21, 2020
"Al coronavirus espero no dedicarle ni una línea en mis libros"
Ortiz Tafur posa con su libro en la iglesia ubetense de San Lorenzo.

Andrés Ortiz Tafur (Linares, 1972) presenta estos días su último libro, El agua del buitre (Ed. Baile del Sol), una colección de relatos cortos protagonizados, en su mayoría, por la temática social. Con cinco obras ya a sus espaldas, el escritor vuelve a apostar por un género en el que se mueve como pez en el agua y para el que reivindica una consideración que, a su parecer, los lectores españoles le niegan. 

—De sus cinco libros, cuatro son de cuentos. Parece que se siente usted cómodo en este género, ¿no?

—Esa es la palabra, sí, comodidad, o más bien seguridad. Es un género que me da esa seguridad y reconozco que mi favorito como lector. Al final la cabra tira al monte y si lees muchos cuentos, acabas escribiéndolos.

—¿Cuáles son sus referentes, qué autores marcan su trayectoria como narrador breve?

—Los americanos me gustan mucho: Auster, Monroe, Carver... Lillo, que ahora saca su próximo libro, y también muchos españoles que me aportan mucho, como Juan Carlos Márquez, Miguel Ángel Zapata, Carlos Castán... En el género corto se están haciendo cosas muy bonitas en España.

—Pero, ¿cree usted que en España el género del cuento, del relato breve, tiene la consideración de la que goza en otros países?

—Cuando visito los institutos incido mucho en las ventajas del género corto; ahora que vivimos entre tantas prisas, da una oportunidad para sacar un ratito al dia y leer. Pero, como a la poesía, en este país no se le da el sitio que merece, son los grandes denostados entre los géneros literarios españoles, donde prima la novela o el ensayo, no como en Estados Unidos, por ejemplo.

El agua del buitre: ¿cómo define su nueva obra literaria Andrés Ortiz Tafur?

—Definir un libro de cuentos es difícil; además no hay un mensaje común ni en este ni en ninguno de mis libros. Por lo que me cuentan los lectores, parece que hay mucho tema social, y evidentemente así es. El libro parte de un modo muy triste, no es la alegría de la huerta precisamente, es áspero, con cuentos que cuentan la realidad de nuestro tiempo a mi estilo, que es un poco particular.  

—¿Qué tiene de particular ese estilo al que alude?

—Que me recreo un poco en el surrealismo, por ejemplo.

—Curioso título el que ha elegido...

—Alude a un barranco, un salto de agua que hay en La Toba, en Santiago-Pontones, por donde yo pasaba muy frecuentemente. Es muy bello y me quedaba horas mirándolo, siempre pensé que un libro mío se iba a llamar así y ha sido este. Es un pequeño homenaje.

—La temática del libro entronca quizá con la obra de grandes autores de los 50 como Cela, Delibes y otros que engendraron, precisamente, el conocido como realismo social. ¿Qué asuntos aborda El agua del buitre, Andrés?

—Por ejemplo, hay un cuento que habla mucho sobre la vejez, el abandono de las personas mayores; también trato los fracasos amorosos, hay uno de maltrato hacia las mujeres, otro de bullying... pero ha sido sin querer, ha salido así.

—Y el coronavirus, ¿se ha colado en el libro también?

—No, al coronavirus espero no dedicarle un minuto, bastante le he dedicado ya en artículos. Que escriba sobre él la próxima generación.

 Numeroso público se dio cita en San Lorenzo para conocer el nuevo libro de Ortiz Tafur, presentado por Luis Foronda. Foto: Fundación Huerta de San Antonio.
Numeroso público se dio cita en San Lorenzo para conocer el nuevo libro de Ortiz Tafur, presentado por Luis Foronda. Foto: Fundación Huerta de San Antonio.

https://lacontradejaen.com/libro-tafur-jaen/

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jueves, 17 de diciembre de 2020

Reflexiones: LA TRANQUILA VIOLENCIA DE LOS SUEÑOS, de K. Sello Duiker en Queer Consciousness

 "Crecer es una actividad traicionera. Nunca la ves venir". - Mmabatho



Para mi cumpleaños el año pasado, un buen amigo me regaló La tranquila violencia de los sueños de K Sello Duiker. Nunca había leído el libro y mi amigo insistió en que lo leyera, así que me lo compró. A menudo me gusta contar cómo los libros me llegan porque el viaje del libro a mi pequeña biblioteca a menudo cuenta sobre el libro en sí. Así que hay una historia sobre el libro antes de que yo llegue a la historia del libro. Justo antes de empezar a leer este libro, vi que estaba en la lista de "100 lecturas africanas", así que estaba emocionado de empezar a leerlo.

El título es cautivador, La tranquila violencia de los sueños, y captura absolutamente la esencia del trabajo de K Sello Duiker.


La salud mental es uno de los temas de los que menos se habla en las comunidades negras sudafricanas, y este libro lo sitúa en el centro del escenario. A las personas que crecían con enfermedades mentales se les llamaba a menudo personas hechizadas, y a menudo no recibían ningún tratamiento real. Incluso hoy en día las personas con enfermedades mentales vagan por las calles de los municipios sudafricanos sin ninguna asistencia médica real. Este libro muestra cómo las personas sin enfermedades mentales están tan poco preparadas para tratar con personas con enfermedades mentales.

A menudo pensamos que conocemos la línea que separa lo bueno de lo malo, lo normal de lo anormal, lo demente de lo cuerdo, pero la realidad es un poco más compleja que estos casos. Cuando Tshepo, el protagonista, es admitido en una institución mental en Ciudad del Cabo hace esta observación, que me pareció muy reveladora:

"Aquí todo el mundo sabe que hay más locos por ahí, y que la mayoría de ellos son políticos, abogados, jueces, contables y banqueros. Parece solo una cuestión de suerte que nosotros estemos aquí y ellos estén allá afuera."


Tshepo está aquí en el punto de mira sobre la imprevisibilidad de la vida y cómo solo depende de nosotros y el resto quedemos a mano de los caprichos del universo (cualquiera que sea la forma en que el universo esté representado en tu vida). La imprevisibilidad de la vida y las opciones que se dejan al azar se revelan más adelante en el libro cuando nos enteramos del traumático incidente que Tshepo tuvo en su niñez cuando vivía en su casa familiar y la consiguientemente relación conflictiva relación que mantendrá en el futuro con su padre.

Nunca conocí a Duiker personalmente, pero al leer este libro me inclino a creer que era feminista o que creía en la filosofía feminista. A través del personaje de Mmabatho vemos la dificultad, a veces desgarradora, que tienen las mujeres para navegar en las relaciones con los hombres en una sociedad patriarcal como la nuestra. Atesoré los momentos en que Mmabatho dialogaba consigo misma sobre sus tumultuosas relaciones con los hombres; se capta cuando dice:

"Llevo demasiado tiempo cargando con la depresión residual de relaciones fallidas... Me he estado engañando a mí misma de que podría domesticar el amor, de que podría conocer a un hombre en mis propias condiciones cuando me conviniese. He estado leyendo demasiadas revistas, escuchando demasiada psicología pop y expertos que solo parecen haber logrado llevarme a más confusión.... Y lo triste es que nunca lo sabrá. Nunca sabrá la cantidad de preparación que se necesita para ser mujer, el grado de precaución. Nunca sabrá cómo lucho conmigo misma, con otras mujeres. Para él seré solo otra mujer llorando porque las mujeres hacen eso... Una mujer tiene que ir lejos para buscarse a sí misma."


Ciudad del Cabo y sus complejidades raciales, espaciales, de clase, de género y de sexualidad son un rasgo destacado de la novela, y de manera brillante. Tshepo incluso tiene una teoría de Ciudad del Cabo y es condenatoria. Su teoría de Ciudad del Cabo apoyaría algunas de las recientes acusaciones de que Ciudad del Cabo es racista y no funciona para la gente que vive en los Cape Flats y Gugulethu. Los artículos fueron publicados aquí, aquí y aquí. Cuando Tshepo, que es negro, conoce a Chris, que es de color, se ve el residuo del apartheid en la forma en que interactúan entre sí. Ves las cajas en las que los sudafricanos se meten unos a otros, y cómo no sabemos mucho unos de otros, y aparentemente no nos importa. La lectura que Chris hace de Tshepo es cómica y esclarecedora cuando lo describe:

"Es un poco mimado, uno de esos negros que fueron a las escuelas de Larney y aprendieron a hablar con ellos (los blancos). También se viste como ellos (los blancos). No usa tackies All Star como los demás (negros), nunca come pan blanco -ya sabes cómo son (los blancos) sobre la salud- y a veces escucha 5fm."


Aunque las fuerzas de la oscuridad eventualmente se tragan la relación entre Chris y Tshepo, cuando Chris hace lo impensable a Tshepo, es esta relación la que primero experimenta las tendencias homosexuales de Tsepo. Tshepo se enamora de Chris pero nunca deja que Chris lo sepa. Leyendo las dos páginas dedicadas exclusivamente a lo que Tshepo siente por Chris, me emocionó, de cuando me enamoré de mis amigos heterosexuales creciendo y no sabiendo qué pasa y cómo canalizar esos sentimientos. La comprensión de que estás enamorado es a la vez estimulante y desconcertante. Tshepo describe su enamoramiento de Chris:

"Hay determinación en sus ojos, como alguien que persigue locamente al sol aunque solo quiera estar en paz. Hay una determinación de hacer o morir en él. Es devastador mirarlo. Solo quiero correr hacia él y ser tragado por su sensual presencia. Quiero desaparecer para siempre en sus ojos."



Siempre estoy a favor de las historias que muestran a hombres negros enamorándose de otros hombres negros. Es una narración que falta en la literatura sudafricana y siempre es un placer leer tales historias. Muchos han lamentado que el hecho de que los negros amen a otros negros es un acto revolucionario, y me inclino a estar de acuerdo.

Una de las características sorprendentes de Tshepo es que miente a todo el mundo. Casi todo en su vida está oculto a las personas que son sus amigos y conocidos. Supongo que siente que no puede confiar en nadie con la verdad, su verdad, y por lo tanto se ve obligado a mentir incluso sobre las pequeñas cosas que realmente no necesitan mentir. Esto me hizo pensar en la cultura de la mentira en este país y lo penetrante que es, desde las personas más altas del gobierno hasta la gente de la calle. Incluso cuando decir la verdad no causará daño o vergüenza, la gente elige mentir.

El viaje de Tshepo lo lleva a trabajar como trabajador sexual en un "salón de masajes" masculino en el distrito gay. Irónicamente (o tal vez nada irónico) es durante su período como trabajador sexual que Tshepo se descubre a sí mismo. Aquí es donde explora su propia sexualidad, y cómo estar algo cómodo con esa sexualidad en el mundo. A través de su trabajo en la agencia de acompañantes clandestina, aprende mucho sobre la gente y sus diferentes viajes a través de la interacción con ellos como compañeros de trabajo y como clientes. Una de esas interacciones es con Afrikaans hablando en occidente, un compañero de compañía que se convierte en un amigo cercano, y dice que se convirtió en un trabajador del sexo porque "no estaba preparado para ser una víctima de los mediocres". Y describe mediocre como casarse, tener hijos y luego divorciarse. Otra interacción fascinante es con un cliente llamado Peter, que le dice a Tsepo:

"La verdad es que me he vuelto perezoso, complaciente. Es una cosa sudafricana inglesa... En los viejos tiempos aprendí que odiar el afrikáans era una forma conveniente de sugerir que estás condenando al gobierno sin tener que hacer nada al respecto. Era una excusa porque mientras los bóer se llevaban la culpa, nosotros, generalmente, nos aprovechábamos."


K Sello Duiker realmente captura la intersección de raza, clase, sexualidad que impregna las experiencias de los sudafricanos en esta maravillosa novela. Capta la dureza de la sociedad sudafricana y la naturaleza violenta de la restricción de las identidades y opciones de la gente. En particular, capta las dificultades que incluso los negros de clase media "larney" experimentan al navegar por las creencias y estereotipos sobre los negros de los años del apartheid.

Hacia el final del libro, el protagonista Tshepo dice, "tal vez siento que moriré joven.... La muerte me está pisando los talones en mis sueños". Esto es conmovedor solo porque K Sello Duiker se suicidó en 2005, y al leer este libro me llamó la atención el sentido de "la vida imitando al arte" de ese pasaje. En ese sentido no puedo sino estar de acuerdo con Siphiwo Mahala que describió a K Sello Duiker diciendo "Duiker es para la literatura lo que Steve Biko fue para la política, ambos murieron a la tierna edad de treinta años pero dejando huellas imborrables en nuestra memoria colectiva". Y yo añadiría, aunque en circunstancias diferentes, que ambos profesaron de alguna manera sus muertes.

Lo que saco de esta novela y lo que esta novela representa para mí está plasmado en la interacción entre Tshepo y West después de hacer el amor por primera vez y de ir a nadar después. West le dice a Tshepo mientras yacen en la oscuridad en diferentes camas en la misma habitación en algún lugar de Stellenbosch "debes ir a donde te lleve el amor, incluso cuando vas hacia los problemas". Imagina una Sudáfrica donde todos hicimos eso.

Lwando Scott

https://queerconsciousness.com/the-quiet-violence-of-dreams/


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martes, 15 de diciembre de 2020

Reseña de EL AGUA DEL BUITRE, de Andrés Ortiz Tafur en EL PESO DE LAS PALABRAS

 

EL AGUA DEL BUITRE, UN LIBRO HECHO FUEGO

Cuando comienzo a escribir la reseña de un libro, en ningún momento me planteo si lo que escribo cuadra con la intención del autor. Sepan los autores que sus libros, una vez caen en las manos de cada lector, dejan de pertenecerles, y que un libro, una vez escrito, su único fin es la lectura y eso lo convierte en un elemento polisémico, con cientos de miradas que ojean y se apropian de cada palabra, de cada historia y de cada interpretación.

'El agua del buitre' (Edit. Baile del sol), de Andrés Ortiz Tafur, es un libro de cuentos para leer despacio, porque, a veces, es tal su brutalidad que requiere detenerse y digerir su intensidad. He leído todos los libros que ha escrito Andrés Ortiz Tafur (me gusta este segundo apellido), y siempre que edita uno nuevo, vengo a él  con la certeza de que me voy a encontrar con el disparate, un cruento disparate o un irónico disparate, con un surrealismo amable, porque ¿quién no querría patear una piedra y que, mientras rueda, recitase versos de Machado?, y otras cruel, como ese hombre que yace con la cabeza cortada y deambula entre recuerdos, a la espera de ser echado en falta y de que su cadáver sea hallado. Y casi siempre, cuando acabo cada cuento, suelo decir en voz alta: "¡Qué cabrón!", porque, en los relatos de Tafur, el giro inesperado surge en cualquier momento y sus finales son el cierre de todo drama, como dice el protagonista del relato Sábado noche, sé que la película termina mal. 

Si Cortázar hablaba de la coma como la puerta giratoria del pensamiento, el estilo Tafur (ya dije que me gustaba este apellido, este fenómeno) encierra la posibilidad de todos los finales, y siempre va a elegir el más descabellado y el que mejor aderece el drama, ya sea un conflicto de pareja, en El hundimiento o en San Antonio, o los miedos infundados a ser atacados por una amenaza que ni tan siquiera existe, en El espejismo. 


Nadie piense encontrar en esta lectura realidades edulcoradas, no, cada historia es un caramelo amargo por la realidad que expone, porque constatamos que existe ese alguien dispuesto a lanzar una piedra que acaba matando lo que nos une e ilusiona, en Golpe a golpe. Porque la enfermedad, la vejez y el abandono de los hijos pesa y envilece, y la ausencia de amor destruye, y la soledad comba colchones, y el deseo materializado, a veces, es una la realidad que salta en pedazos, y el engaño mata, y el miedo conduce a la locura...


Andrés Ortiz Tafur es otra forma de escribir cuentos, 'El agua del buitre' es la prueba indiscutible de ello.

https://viviendoenlaspalabras.blogspot.com/2020/11/el-agua-del-buitre-un-libro-hecho-fuego.html?spref=fb&m=1&fbclid=IwAR3Ej_y9ZXfrd9Ob36yhfuJdT-yMy577LLOrutqStCJxfJ4RQT50pwwXDG4


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martes, 8 de diciembre de 2020

Sobre LA MUJER QUE HUYE, de Anaïs Barbeau-Lavalette en leDroit Numerique

 El camino hacia ti desde La Mujer que Huye

Valérie Lessard


Anaïs Barbeau-Lavalette


Cuando se presentó en Ottawa para inspeccionar los barrios donde creció y murió su abuela, Anaïs Barbeau-Lavalette no podía prever que su pluma la traería de vuelta a la región como presidenta honoraria del próximo Salon du livre de l'Outaouais.

"Es como si siguiera el camino del salmón, que está volviendo a su fuente", afirmó alegremente al otro lado del teléfono.

Porque fue aquí donde dio sus primeros pasos como novelista, siguiendo los pasos de Suzanne Meloche, la abuela que nunca conoció. Esposa del pintor Marcel Barbeau. Casi un firmante de la "Denegación Global". Poeta y artista. De mujer a hombre. Y una madre que abandonó a sus dos hijos en 1952.

"Cuando me propuse penetrar en el secreto de esta mujer, no había ninguna línea de modestia", dice. "Todo lo que encontré, lo escribí. Todo lo que me perdí, me permití imaginarlo."

Si no se censuró a sí misma, es porque estaba impulsada por la "ternura", alimentada por "el combustible de la reconciliación".

"Me encontré amando a esta mujer por escrito", admite Anaïs Barbeau-Lavalette. "Porque terminé conociéndola al indagar en su historia. No era solo una niña que abandonaba."

Como cineasta, Anaïs Barbeau-Lavalette se describió a sí misma como una "visitante" del mundo literario. Ya había firmado Je voudrais qu'on m'efface y Embrasser Yasser Arafat. Sin embargo, fue La mujer que huye la que la "enraizó" en el medio. "Gracias a los lectores", dice.

Un año y medio después del lanzamiento de su novela, que ha ganado varios premios (el Prix littéraire France-Québec y el Prix des libraires), la escritora dice que está tan sorprendida como conmovida por la reacción del público ante su viaje y el de su abuela.

"Nunca podría haber imaginado la magnitud del fenómeno", dice. Cada día recibo cuatro o cinco testimonios de personas que me han leído. Todavía es algo muy conmovedor para mí, estos momentos de compartir."


Está aún más encantada de que La mujer que huye haya tocado un amplio espectro de personas, desde los primeros lectores hasta los más experimentados, de todas las edades y orígenes.

Como si el libro fuera oportuno, dice.

"Hay algo universal en la paradoja que encarna mi abuela. Todo el mundo está, en algún momento, dividido entre la necesidad de libertad total y la voluntad de echar raíces, de involucrarse. Pero estas dos sedes, estos dos impulsos, no siempre van bien juntos..."

Anaïs Barbeau-Lavalette también cree que su forma de sumergirse en un Quebec poco conocido cuenta mucho en la cálida acogida de la gente.

"El Refus (manifiesto antisistema y antirreligioso publicado el 9 de agosto de 1948 en Montreal por un grupo de dieciséis jóvenes artistas e intelectuales quebequenses) global raramente se ha mencionado, estos hombres y mujeres que crearon y aspiraron a cambiar la sociedad a su manera, diciéndolo desde dentro." Un ardor que atrae a las nuevas generaciones.

Hoy en día, La mujer que huye se lee en unos 40 colegios. "Cuando voy a su encuentro, veo cómo los jóvenes se identifican con el ardor de estos artistas, sin importar si nacieron aquí o vienen de otro lugar: se reconocen en este deseo de salir del molde." 

Como ella misma se reconoció en él, escribiendo "sin manipular" su impulso, transportada por la sinceridad y el ardor de sus propias palabras.

 "Ofreces un libro al mundo que termina resonando en la intimidad de la persona que lo lee. Por lo tanto, cada libro vive en un espacio único, ya que aborda la individualidad del lector, que es un país en sí mismo...".

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