viernes, 17 de marzo de 2017

Reseña de El canto de la raposa, Rafael Alonso Solís en El Escobillón

El canto de la raposa, una novela de Rafael Alonso Solís


El símil es fácil pero viene como al anillo al dedo: El canto de la raposa es una novela construida con varias capas, también un ejercicio de estilo y un juego, a veces insolente y otras con ganas de buscar pela, con géneros diversos. Tiene mucho de misterio esta novela donde nada es lo que parece y que se construye sin explicar demasiado las cosas, ni el paisaje ni los escenarios en los que se mueven sus protagonistas.
Resulta complejo comentar una novela en la que cualquier clave puede revelar un final que, probablemente, sorprenda a muchos, pero afortunadamente lo que importa en este relato no es el final sino la forma en cómo está narrada. El empleo de una primera y una tercera persona que operan como piezas de un rompecabezas que ahonda, con mucha ambigüedad, en la cabeza de su personaje.
Historia de iniciación, de una iniciación perversa, la novela podría considerarse como un relato iniciático en el que se describe la formación de un asesino. Cuenta además con un comienzo que anima a continuar con la lectura ya que se intuye que la historia irá a más.
“Nací cuando el siglo veinte dibujaba sus últimas décadas, a finales del verano, en esa época en que el sol sofoca las conciencias y aviva el resto de los fuegos, el mismo día, casi a la misma hora y el mismo mes, en que mi padre, un año más tarde y por tenebrosa coincidencia, se diera un tajo en la garganta llenando la habitación de sangre y baba pegajosa”.

El canto de la raposa es un cuento, un cuento terrible pero cuento, ya se sabe. Violenta, escandalosa a ratos, la novela sacude al lector página tras página en un crescendo que si bien no se encuentra en estado de gracia a veces si que lo alcanza.
Más que tener, evoca este libro otros libros que se han tomado el asesinato como una de las bellas artes. Al margen de Thomas de Quincey, hay ecos livianos de El perfume, y más extremo de El asesino de la carretera, probablemente la novela más extraña del insólito y salvaje James Ellroy, pero son solo referencias que asaltan nuestro ánimo lector. Se intuye que el escritor juega con él, y que al final, solo al final, descubrirá la sorpresa. Esa sorpresa a lo vaya no me lo imaginaba así.
La novela desnuda lo que piensa su protagonista, un tipo que no cae demasiado bien y en el que todo es diferente aunque es, precisamente, esa diferencia la que lo hace tan humano, pese a que su trabajo consista en dejar un reguero de cadáveres tras sus pasos por un ordeno y mando de una sociedad secreta, esta sí es secreta y no discreta, que responde al nombre de La Cofradía.
Lástima que sé dé tan poca información sobre la misma, pero se admite porque lo que le interesa al escritor es continuar el itinerario de su protagonista y no contar demasiado lo que sucede a su alrededor.
El canto de la raposa es una novela que apuesta por la ambigüedad, deja que sea el lector quién recree lo que apenas se dice y no se dice… Un pequeño grado de dificultad que más que ralentizar, encaja muy bien en una obra sembrada de pistas falsas que desemboca en una resolución inesperada.
Es posible, y es una sospecha ligera, que algunos de los elementos que disemina en esta historia de inmersión en el mundo de los adultos sean explotados por Rafael Alonso Solís en próximas novelas. Y merecerá la pena leerlas no ya para conocer algo más de esa extraña organización criminal sino por los personajes que protagonizarán esos libros que no sé si tiene en la cabeza.
El canto de la raposa solo es el principio de una carrera que se augura preocupada por el retrato psicológico de los personajes. Que lo que son por dentro mueven la acción que hace avanzar a todas las historias.
Saludos, lunes, desde este lado del ordenador.

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sábado, 11 de marzo de 2017

Bailando con Carmen del Río Bravo: "Escribir poemas es un modo de pensar implicándome entera, cerebro y otras vísceras"

Baile del Sol- ¿Qué diferencia hay entre arder y oxidarse?
Carmen del Río Bravo.- Creo que al escribirlo pensaba sólo en la diferencia físicoquímica -ambas son reacciones redox como lo es la vida-, fundamentalmente una cuestión de velocidad, presentarse ante el oxígeno, la vida, que nos cambia, reaccionando lento, no dejar la combustión, sí, pero con menos ansia, menos prisa, no pretender brillo ni luz. Vivirse sin más. Tenía treinta y pocos -treinta y cinco como mucho- y me sentía mayor, instalada o casi. Y mi hija ya escribía poemas de amor tremendos. Supongo que no deja de ser un deseo. Ir renunciando al fuego, a la hoguera, a las hogueras. Dejarme respirar, disfrutar, querer, sufrir… con calma. Ser por fin mayor, ir consiguiendo las respuestas, o al menos no ser todas las preguntas.
  
BdS-. ¿Estos poemas son arma o escudo?
CRB.- Si consiguen ser algo, por mi parte escudo casi siempre. 

BdS.¿Qué buscas en/con la poesía?
CRB.- Nada, en principio. Ni a ella: la poesía era sobre todo algo que se escapaba por su gusto al papel, a la pantalla, entre/desde mis dedos.
Explicarme, un poco. Escribir poemas es un modo de pensar implicándome entera, cerebro y otras vísceras, cuerpo y manos.
Luego, una vez que los muestro, que quien los escucha o los lee encuentre en ellos algo que ya traía dentro. Acercarme al resto de las personas.
Y ya en libro, ahora que la editorial ha confiado en ellos, en mí, que lleguen, que toquen, al mayor número posible de personas. 
  
BdS.- ¿Cómo percibes la recepción de tus poemas en los recitales o la respuesta de tus lectores?
CRB.-Con feliz asombro. Me sigue sorprendiendo que haya personas que lean y escuchen poesía, y aún más que desconocida me escuchen, que me digan con palabras o expresión facial eso que tú escribes no es poesía o que les digan algo mis palabras, que me inviten a sus espacios, sus programas de radio, sus páginas de prensa o se sientan contadas y me lo hagan saber…

BdS.- ¿Tiene razón Gsús Bonilla cuando dice en el prólogo que “No ardo, me oxido…” es un ajuste de cuentas?, y si es así, ¿con quién?
CRB.-No lo siento así... Quizá en algún poema, Religiones, japoneses, El si de las niñas... con la sociedad y la educación que recibí(mos), con las diferentes formas de recortarnos, de amoldarnos –y sí, a todo el mundo, pero sobre todo a nosotras-, y con dejarnos hacer.

BdS.- La niñez, la madurez, los desencantos, los repuntes… Todo parece convertirse en cicatriz y en refuerzo, ¿colabora la poesía en este quehacer vital?
CRB.- Todo es cicatriz, mancha, arruga; incluso la risa, la felicidad, nos dejan marca. 
En cuanto al refuerzo, no creo que el dolor nos haga más fuertes, aunque nos haga. Lo bueno que nos pasa y tenemos sí nos refuerza, aunque sólo sea porque nos da un cálido refugio donde volver, donde parar a recargarnos. Y supongo que la poesía, la escritura, también la propia, forman parte de eso que acaba siendo como cuando jugábamos casa.


BdS.- ¿Cuáles dirías que son las características de tu forma de escribir?
CRB.- No he pensado mucho sobre eso, no siento que mi opinión sea importante, hay quienes entienden más y además tienen la ventaja de mirarla desde fuera. 
Pero desde mi lado podría decir:
Dejar ir el poema, la historia, respetarlos. Aceptarlos en su idea y en su forma. Ser más médium que obstáculo -si no me gustan después de escritos siempre pueden quedarse en el cajón o perderse para siempre-. (Y por ahí, ser bastante del vómito.)
Intentar recordar -cuesta- que las tijeras son siempre el mejor regalo para quien escribe -renunciar si hace falta incluso a lo más bello para comunicar-.
Respetar y amar la lengua como mi herramienta que es, tratar de encontrar la expresión, la palabra, precisas, sea esta coño o clepsidra. 


"Respetar y amar la lengua como mi herramienta que es, tratar de encontrar la expresión, la palabra, precisas, sea esta coño o clepsidra". 

BdS.- ¿Qué te gusta leer?
CRB.- Soy muy mala lectora, muy inconstante y desordenada -mi hija dice, no sin razón, que para mí todas las novelas son rayuela-. Y tengo poca –más bien original- memoria. Y manías: no me gusta leer libros gordos ni los que tienen muchos nombres extraños. 
Leo cuentos -las historias, la brevedad y los lenguajes-, poesía bastante, en libro, en la red, casi siempre de a pocos poemas y si es posible en su lengua original -puedo leer en castellano, inglés y francés gracias al dinero y el tiempo que el estado, mi familia y yo gastamos en mi educación, y creo que es imposible traducirla, aunque en una de mis numerosas contradicciones he traducido y traduzco a veces un poco-, algo de teatro -antes más-, novela poca, aunque admiro el compromiso y la voluntad de quienes las escriben, casi sólo negra -las buenas son, creo, la novela social desde el segundo tercio del siglo pasado- o de misterio -los crímenes y enigmas son para el descanso-. Me uní a un club de lectura para leer al menos una novela al mes, estoy en ello.         
Sigo leyendo como de niña a ratos -vagando en ellos- diccionarios y enciclopedias. 


BdS.- ¿Estás trabajando en algún nuevo proyecto literario?
CRB.- Estoy en lo que más me cuesta: reunir, elegir, ordenar y hacer libro: uno de poesía, y en paralelo, uno de cuentos.
Además, seguir si es posible presentando por ahí a “No ardo, me oxido…” –costoso y caro disfrute- y autocomprometerme con las cosas en eterna construcción: mis blogs –el de opinión no solicitada aunque no se lleve-, actividades con Susurros a pleno pulmón y otras… y sentarme a escribir a diario, salga algo o no.


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miércoles, 8 de marzo de 2017

FOGONES, FANTASÍA Y EROTISMO


Cómeme
Agnès Desarthe
Traducción de Iballa López Hernández
Ediciones de Baile del Sol, 2016, 214 páginas.

   Con un título, Cómeme,censurado en algunos países debido a las connotaciones sexuales que alguien podía ver en esa palabra -le podría parecer el título de una película porno- Agnès Desarthe (París, 1966) prosigue una carrera literaria ya dilatada que la ha convertido en una escritora muy original de la actual narrativa francesa. Pero Cómeme es una novela que habla de restaurantes, que la autora escribe para salvarse a sí misma de la tentación de abrir uno, aunque, como veremos, tematiza otros muchos asuntos, algunos ciertamente espinosos, si bien en un contexto siempre plácido, como el que suele reinar en una buena comida.
   Con una historia escrita en primera persona -no es un diario en el formato, pero sí en su sustancia- y recuperando recuerdos fragmentados, la protagonista de Cómeme, Myriam, nos da cuenta de una idea que pronto pone en práctica: abrir un restaurante en París sin tener la más mínima experiencia en ese género de negocios y carente así mismo de dinero. Bautiza al restaurante con el nombre de “Mi Casa”, porque a través de él abrirá las entrañas de su propia vida, de la Casa experiencial en la que se encuentra. Myriam es una mujer satisfecha con el hecho de vivir que no tiene reparo, por ejemplo, en ducharse en el fregadero de su restaurante. Y a este curioso restaurante no especializado en nada -ni siquiera existe carta- comienza a afluir una curiosa clientela, por lo general con poco dinero.
   Agnès Desarthe explora, en las páginas de la novela, la personal forma de ser de Myriam que bascula entre el caos y la capacidad de resistir. Una mujer que arrastra un pasado, con su carga de recuerdos que le pisan los talones y de los que huye, pero que no dejan de perseguirla. Eso sí, es un actante novelesco cargado de recursos para evadirse de las garras depredadoras del capitalismo, capaz de enfrentarse al mundo, a las complejidades de la vida y también al dolor. Una mujer madura que sobrevive a las estafas de la vida y que decide aventurarse en ese pequeño mundo de la restauración, digamos casera. Pero con la que logra tirar para adelante sin heroísmos aunque tampoco sin miedos. La cocina no será para ella la forma de ganar el sustento, sino una catarsis, una forma de arrostrar su pasado y de vivir el presente.
   La novela echa a andar en un contexto sumamente plácido y delicioso: un restaurante improvisado, un negocio que no es rentable, con una clientela muy peculiar y con un puñado de amigos pintorescos rodeando a una mujer alocada, pero llena de vida: no tiene ahorros, carece de dinero pero no le hace falta nada o casi nada para vivir. Mas de pronto el lector percibe que Myriam arrastra algunos secretos difíciles de aceptar porque la sociedad los considera tabúes, especialmente si quien los ejecuta es una mujer. Ayer, hoy y mañana se da por hecho que el amor maternal es una condición natural de cualquier mujer. Sin embargo, la protagonista, madre de un hijo, se siente huérfana de esa inclinación amorosa, del amor maternal. De admirar la hermosura de su hijo cuando era bebé, desemboca en un momento de su vida en el que se da cuenta de que ya no le quiere. Y espera la ocasión en la que quizás regrese ese amor. Reconoce que en su juventud soñaba con un falansterio y no es capaz de comprender cómo, a pesar de sus ensoñaciones, se precipitó en el estrecho embudo del matrimonio, y en el aún más estrecho de la maternidad.
   La autora justifica con sobradas razones el perfil de su personaje. Habla de la maternidad, un tema poco frecuente en la literatura y no reprime el derecho de una mujer a amar a su hijo. Simplemente reclama la libertad del creador para darle vida a personajes ajenos a determinados comportamientos canonizados socialmente. “Solo haría falta, son sus palabras, que determinados lectores no entendiesen que las cualidades de un ciudadano no tienen porque ser las de un buen personaje novelesco.”
   Gracias al restaurante y al contacto con sus curiosos amigos, una mujer persigue, casi sin quererlo, reconstruirse: hacer el bien, ayudar, animar y empujar hacia la dulzura, practicar el sexo sin complejos, dejar que el deseo ocupe la parcela que le corresponde,  a pesar del peso punzante de la falta inconfesable de fantasear y seducir al amigo adolescente de su hijo.
   En el último tercio de una novela aparentemente liviana, y para muchos lectores, intranscendente, que se desarrolla entre fogones, recetas y ganas de renunciar a ser dueña de un restaurante, la trama se torna áspera y plantea cuestiones existenciales ineludibles. La protagonista no solamente hurga en sus sentimientos contradictorios a los que disecciona, aborda igualmente los problemas del sentido de la vida, de la sumisión en la vida de pareja, del amor, del deseo y del sexo. Myriam no sabe lo que es el amor, en qué consiste. Lo único que le queda es el deseo y el sexo, realidades que la vuelven viva.
   En  Cómeme, como se ha escrito, tras el aroma del cilantro se respira el perfume del deseo, esa fuerza salvadora. Eso quiere ser esta novela: la microhistoria, narrada sin grandes pretensiones pero con un ritmo ágil y una prosa envolvente, de una persona repleta de contradicciones y desengaños y que, sin embargo, sigue viva gracias a la cocina y a la cama con uno de sus amigos. Dos buenas formas de curar el alma.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Agnès Desarthe

Fragmentos

“Mis dos primeras clientas no se le parecen. El pantalón les pende de unas caderas regordetas. «Pichoncitas mías»,pienso para mis adentros. Sus cuerpos se me antojan encantadores, semejantes a un albaricoque gigante. Se me ocurre hundir el índice en la carne perfecta de sus vientres, que se ofrecen orondos bajo la lustrosa piel. No lo hago, por supuesto.
Tan solo piden un entrante. Me extraña.
-Es que es demasiado caro -me explican.
-Pero al salir os va a dar hambre. ¿Tenéis clases esta tarde?
-Sí, de Filosofía.
-Pues hay que comer antes de filosofar. Os dejo todo a mitad de precio. Digamos que será mi contribución al futuro de la filosofía mundial. Si una de vosotras termina convirtiéndose en la pensadora del siglo…
He hablado más de la cuenta. Se aburren. Creen que estoy mal de la azotea, pero no por ello rehúsan disfrutar de mi generosidad. Al mismo tiempo que las observo zamparse la sopa de aguacate y pomelo, me pregunto si me caen bien o las aborrezco (…)
Al salir, observo que han sacado una cajetilla de cigarrillos del bolso. Me invaden unas ganas irresistibles de declarar que Mi Casa es un restaurante para no fumadores. Pero es una necedad, yo misma fumo, además sería extremadamente perjudicial para el negocio. ¿Acaso sus madres no les han enseñado que se debe comer despacio, posando la cuchara entre bocado y bocado? Las volutas de humo de Camel se entreveran con la nube de vapor que se eleva de la sartén. Perdidas en una bruma espesa, nos tornamos espectrales. A ellas no parece incomodarles y a mí me alegra que mis primeras clientas no sean puntillosas. Varios transeúntes se apelotonan en la entrada, intrigados por la misteriosa neblina. Es el principio de la gloria.”

…..

“Permanezco alerta durante años, espero que el gong vuelva sonar, el gong del amor materno que haría vibrar mi corazón. A veces me olvido y no pienso en ello, es una tregua. Mis gestos y mis cuidados emulan tan bien ese amor inalcanzable que hasta yo misma me lo creo. Me digo que soy una madre como otra cualquiera, tal vez algo más concienzuda. El dolor se disipa. Respiro aliviada. Pero esa situación nunca dura, basta con que me cruce con otra madre y la oiga hablar de su hijo, la vea contemplar su bebé o cantándole a su niño. Lo reconozco todo porque los tres días que quise a Hugo me han dejado una marca singular, como una quemadura a lo largo de la columna vertebral. Las observo y la herida vuelve a supurar. Me falta la endeble pasarela que bastaría para salvar el precipicio de dos mil metros de profundidad. No es casi nada. El abismo que me separa de mi hijo es estrechísimo. No habría más que lanzar una cuerda de un lado a otro, pues la falla no es ancha, es terriblemente profunda, pero si se arrojase una viga a través de una liana…”

…..

Dos brazos me rodean los hombros, luego la cintura, las caderas, las rodillas. Sus manos alrededor de mis tobillos. Estas suben y se posan en mis muslos, en mi vientre, en mis senos, en mis ojos, en mis orejas. La boca que me sé de memoria -la del hombre que nunca me hará llorar, el hombre que tengo  a mi espalda y me agarra, me rodea –me muerde la carne del cuello. Ya está. El hombre que jamás me haría llorar, que me lo había prometido, hace que un río de lágrimas me corra por las mejillas, las axilas y las piernas. No le guardo rencor por esa mentira. La fuerza de este engaño es mejor que ninguna otra cosa. Deseo que me mienta, que se desdiga, que se contradiga. Cree saber y no sabe nada. Y de ello desconozco todo y ardo en deseos de saberlo todo. La ropa tirada en el suelo a nuestro alrededor forma continentes surcados por cadenas montañosas que albergan ríos  de rocío. Hacemos el amor en el bosque. Prendemos fuego a las camas, a las sábanas, a las almohadas. Que no quede colcha ni somier. Una pira inmensa cuyas llamas lamen y consumen los muebles. El confort de los techos sobre las cabezas y la mullida suavidad de los edredones, estalla en la noche.”

(Agnès Desarthe, Cómeme, páginas 16-17, 99-100, 190-191)


jueves, 2 de marzo de 2017

Reseña de Explicación de la noche, de Edem Awumey en El Buscalibros

Probablemente no ha sido el mejor momento de mi vida para leer este tipo de historia. Mi completa carencia de horas de sueño y esos dos seres pequeñitos que dependen de mí y me alegran el día no me permiten empaparme del sufrimiento y el dolor que te traen estas páginas. No solamente porque no me dejen leer más de media hora del tirón, que también, sino porque no soy capaz de ponerme en el lugar del protagonista. No comprendo la peor faceta del hombre porque tengo demasiado presente la mejor de ellas. No consigo empatizar con el sufrimiento extremo porque mi corazón está lleno de alegría. No puedo entender el dolor extremo que sigue sufriendo años después de la tragedia el protagonista porque estoy vomitando arco iris y unicornios de colores. Pero eso no significa que la historia no merezca la pena. Estamos acostumbrados a leer sobre las atrocidades que sufrieron los judíos o los esclavos. No nos sorprenden historias sobre niñas vendidas o malos tratos. Son historias que de tanto repetir ya no nos llaman la atención. Todos hemos llorado con El niño con el pijama de rayasPero ¿cuántos de nosotros somos capaces de imaginar una dictadura, con sus desapariciones y campos de concentración, en África? Ese continente olvidado del que solemos acordarnos solo cuando se habla de leones o elefantes, pero en el que sabemos que se concentran la mayor parte de los horrores que la humanidad puede cometer (y sufrir). Ito Baraka nos cuenta, desde su presente oscuro y tormentoso, sus recuerdos de una época en la que no conocía el sufrimiento y cómo su juventud e inocencia lo llevaron a lo más profundo del horror. Nos enseña que incluso en lo más profundo de la desesperación podemos encontrar un rayo de luz, en este caso escenificado como Koli Lem (su compañero de celda) y sus libros. Pero también nos recuerda que aquellos que han pasado por una situación tan traumática quedan marcados para siempre y la vida suele verse en tonos mucho más oscuros a partir de entonces. No leáis esta novela si no estáis dispuestos a abrazar el sufrimiento como propio. No se os ocurra ni mirarla si no os sentís capaces de abstraeros lo suficiente como para no dejar que os arrastre a las profundidades. Pero si os sentís con fuerza, adelante. Los libros tienen que desestructurarnos de vez en cuando, destrozar nuestras perfectamente amuebladas vidas y llevarnos a lo más profundo del abismo. Así volvemos más fuertes.
Explicación de la noche. Edem Awumey. Traducción de Iballa López Hernández. Baile del Sol. Tenerife, 2015. 170 páginas. 12 euros. Comprarlo en Amazon.

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