lunes, 30 de octubre de 2017

Reseña de ALIMÉNTAME de Roman Simić en Cuentos pendientes

Volver al cuento I: Aliméntame, de Roman Simic

Volver al cuento I: Aliméntame, de Roman Simic (Ed. Baile del Sol)

Hay épocas en las que se nos pasan incluso meses sin ver a nuestros amigos. A esos amigos de verdad, pocos, escogidos, decantados por el tiempo. Y no por ello dejan de ser nuestros amigos. A veces me pasa algo parecido con algunos autores, o incluso con todo un género (el relato corto) y una manera de entender la literatura y hasta diría que la vida (la del cuentista). En los últimos meses, después de más de un año trabajando en una novela larga, estoy dedicado, como escritor, al cuento. Por apetencia y por la beca de la Fundación Antonio Ródenas García – Nieto, que también impulsa y hasta cierto punto dirige el enfoque creativo de estos meses de trabajo. En ocasiones estás escribiendo novela y te apetece leer de todo menos novela, ahora yo estaba escribiendo cuento y me apetecía leer cuentos mientras tanto, pero cuentos que ya conocía y a autores que ya he leído y releído mil veces (aprovecho para apuntar un valor del relato: por mucho que nos guste una novela, el número de veces que podremos releerla a lo largo de una vida es necesariamente limitada, y ciertos cuentos podríamos releerlos casi a diario), más pendiente de los recursos técnicos o de buscar soluciones narrativas a mis propios problemas que de simplemente leer y disfrutar. Esos pocos autores o esos pocos libros o incluso esos pocos relatos escogidos que forman lo que los psicólogos llamarían mi zona de confort, por la que mis ojos se deslizan sin esfuerzo, y que me permite detenerme solamente en aquellos detalles en los que quiero detenerme.

La mejor manera de salir de esa zona de confort siempre es con brusquedad, con una patada que desequilibre la silla en la que estás y te arroje al suelo. Me han tumbado dos autores que han vuelto a recolocarme como lector. El primero del que voy a hablar es Roman Simic. Tenía desde hace un par de meses en casa su libro Aliméntame, y no lo había abierto. Y es uno de esos libros que te recibe con un buen puñetazo. Es un libro violento, también poético, también tierno, también lleno de recovecos y detalles que vale la pena degustar como lector, pero no por ello menos violento.

En cualquier caso, hace tiempo ya, en tu calle había un perro callejero, y un niño escribió sobre él: Croacia; otro lo ahorcó por eso, y empezó la guerra, por el perro y los niños. En otoño de 1991 yo venía de alistarme en un cuartel del Ejército Popular Yugoslavo al sur de Serbia, tú alargabas a la fuerza tus vacaciones de verano en una isla del Adriático y tu padre desaparecía en Vukovar. Y dices desaparecía como si fuese algo durativo, y explicas que entonces, hasta cierto punto, aún existía.

Simic trabaja en el equilibrio de tiempos verbales entre pasados continuos y presentes estancados, y creo que ese párrafo lo representa muy bien. Roman Simic es un autor más o menos situado en el star system (un término muy lejano al mundo del cuento, lo sé; hablaba hace un par de meses con un amigo de quién podía ser, para nosotros, el Messi del relato breve, y acabamos coincidiendo en que muy probablemente lo fuera Etgar Keret; pues bien, no tiene problemas para llegar a los aeropuertos y que los fans lo acosen, en demasiadas bibliotecas públicas ni siquiera tienen ninguno de sus libros) del relato breve europeo actual. Nacido en Croacia a principios de los 70, Simic ha dirigido un festival europeo de relato. Ha ganado los mejores premios de narrativa en Croacia, está traducido en Alemania y como destacan en la solapa, incluso en Serbia (destacable por las tensiones que siguen existiendo).

Baile del Sol sigue aumentando su catálogo balcánico, alimentando su valiosa colección DelEste. Y yo sigo cayendo rendido a los pies de cualquiera que trate de explicarme un poco más esa guerra absurda e innecesaria (y sí, ya sé que todas lo son, claro, pero esta más, esta es una guerra post – caída del Muro, una guerra nacionalista en los albores de la globalización, la guerra de los poetas que a falta de un mayor talento le cantaban a su pueblo y la guerra que nació del patriotismo deportivo, una salvajada alimentada desde dentro y desde fuera como si todos pensaran: no serán capaces, y oh, vaya, sorpresa, fueron capaces) que fue la de Yugoslavia. Roman Simic era un niño o era un adolescente o era un joven al que alistaron, o se alistó, en aquella década de los 90. Pudo ser todo eso y juega a esas múltiples recreaciones. Roman Simic nos mete en la piel de todos esos posibles yugoslavos y nos deja sudar dentro de esa colección de trajes humanos. Pero también vemos que la gente, incluso en la guerra, es gente. Y los adolescentes son adolescentes que se mueren de deseo por su vecina, o se acuerdan de algo, y hay quien siempre saca provecho de cualquier situación. Y luego se acaba la guerra y a quien más y a quien menos se le queda cara de posguerra. Y hay que seguir viviendo. O sobreviviendo.

Abro un tema de debate: ¿estarán en Croacia, en Eslovenia, en Serbia, en Bosnia tan cansados de las historias que parece que brotan en sus múltiples ópticas y versiones sobre la guerra de Yugoslavia en los 90 como lo estamos aquí de las novelas y películas ambientadas en la Guerra Civil española? ¿O les faltan otros 40 o 50 años para llegar a ese punto de hartazgo? No lo sé, sinceramente, por motivos tan obvios como que no conozco los países ni su prensa, ni siquiera un poco de sus idiomas, no puedo acceder a esa información. Pero como lector, creo que no. O creo al menos que no tienen por qué estarlo. Todos los libros que he leído en los que este conflicto es parte importante de lo narrado, aunque a veces no lo sea todo, me transmiten la sensación de viveza, de complejidad, de trabajo narrativo bien hecho, de autenticidad. En los libros que Baile del Sol ha ido sacando en DelEste (el gran David Albahari, pero no solo), pero también en Manual de exilio y Los bosnios, de Velibor Coliç (Periférica), en Esquirlas, de Ismet Prsic (Blackie Books), en los libros de Miljenko Jergovic (Siruela), me encuentro con narradores que dicen: éramos todos unos hijos de puta. Y a la vez éramos todos unos idiotas a los que manipularon. Y se señala a los instigadores, y se reparten cartas de la baraja de la culpa, pero no se exime a nadie, y desde luego nunca se exime al nosotros, sea cual sea en cada caso. Las historias de la Guerra Civil son siempre tan maniqueas, los personajes tan acartonados, los escenarios tan copiados, los malos tan malos y los buenos tan idealistas y buenos, que no sé, cuando empieza la película o la novela ya sé por dónde va a ir siempre. Y lo digo desde el convencimiento personal de que hubo unos que fueron los malos que dieron un Golpe de Estado contra un gobierno democrático y legal.

El libro no es una colección de relatos de los tiempos de la guerra. Ese es un sesgo lector mío. Yo veo algo que viene de la península balcánica y pienso en Karadzic y Mladic, y en aquellos geniales deportistas que estuvieron alimentando odios, al menos no frenándolos, en aquellos Boban, Divac y tantos más irresponsables. La sombra de la guerra está, pero no es la única. Hay década de los 2.000 y hay crisis, económica, social, existencial, no pasan en Croacia cosas muy distintas a las de cualquier otro lugar de Europa. Hay parejas que se hacen y se deshacen, hay enfermos, hay falta de expectativas laborales, hay hijos, sueños, desilusiones, pensamientos sobre la creación artística, hay precariedad croata. Destaco la cuchillada inicial de Zorros, y destaco la historia de amor desesperado de Esas chicas. Destaco también la crudeza con la que se abre la puerta trasera de la paternidad y la maternidad en Dos niños, un tema muy poco tratado en la narrativa contemporánea, y mucho menos por un autor que sea hombre, disfruto con el juego cruel y desmemoriado de Aliméntame y la figura del poeta loco de ecos bíblicos en Así habló Mayakovski.

No me gusta nada el título elegido para la colección, pero el autor manda, y el traductor (a lo que he colegido gracias a los traductores online) se ha limitado a respetarlo. No obstante, le doy la razón en que necesitamos quien nos alimente. Me inquieta esa mano casi zombi que nos saluda desde la portada. Uno de los instintos que siempre necesitan alimento es el del niño que fuimos al que le gustaba que le contaran cuentos antes de apagar la luz y tener que dormir. Ahora los cuentos nos los cuentan señores nacidos en un país que ya no existe y debemos leerlos nosotros mismos, pero parte de esa sensación se recupera cada vez. Decía John Cheever que un cuento es lo que te cuentas a ti mismo cuando estás en la sala de espera del dentista, en ese momento de tensión y angustia casi máximo, solo comparable (y perdón por la frivolidad que esta comparación supone) al corredor de la muerte. Es una alegría que de vez en cuando autores tan buenos y tan crudos, tan terriblemente sinceros, bellos y crueles, te lo recuerden.

Seguiremos leyendo, no solo cuentos.

Felices lecturas


Reseña de 13 CÉNTIMOS de K. Sello Duiker en LIBROS PROHIBIDOS

K. Sello Duiker: 13 céntimos

13 céntimos. Libros Prohibidos
Título original: Thirteen cents
Idioma original: Inglés
Traducción: Alicia Delgado Moreno
Año: 2016
Editorial: Baile del Sol
Género: Novela

Una lectura de supervivencia

Estoy tan acostumbrado a los caminos trillados que cuando la voz del dios que obra sus milagros (y da sus latigazos cariñosos) dentro de esta santa casa me propuso leer una novela de un autor africano no pude más que elevar mis brazos al cielo y alabarlo. Soy tan atrevido, tan osado, tan, tan… patético. Sea como sea, a pesar de que el señor Duiker, perpetrador de la obra que hoy os traigo, resultó ser del país más occidentalizado de toda África, y no lo digo como crítica sino como constatación de que las sorpresas iban a ser menos; como digo, aun así, ha merecido la pena lanzarse a esta lectura. Me di cuenta, o constaté más bien, varias cosas. En primer lugar, mi ignorancia; porque este joven escritor, muerto en trágicas circunstancias (toma eufemismo y que viva la crónica de sucesos y el morbo), es más que conocido por sus latitudes, premiado y muy leído, y era un candidato ideal para que una editorial como Baile del Sol, que tiene sus raíces y querencias entrelazadas con el continente africano, recogiera el guante y se atreviera a traernos esta obra (a ver si también nos regalan la segunda de este autor: The Quiet Violence of Dreams). En segundo lugar, pude ver, una vez más, como el sufrimiento es similar en todas partes, como es posible conmoverse con Pepe el del bar de la esquina, pero también con un chaval que respira marginalidad porque no tiene más remedio y que habita en el otro confín del planeta. Es triste y al mismo tiempo apasionante constatar toda la realidad que hay oculta detrás de las distancias y de los referentes culturales más manidos. En Sudáfrica la gente resulta que respira y sangra como aquí. A muchos les parecerá una perogrullada esto que acabo de decir, pero, y es que los que hacemos Libros Prohibidos lo mismo reseñamos un texto que te lanzamos un reto empático, miraos dentro y decidme que no se os pone un nudo en algún lado del mecanismo cuando os lanzan a la cara alguna verdad como que para sobrevivir en nuestro propio pellejo necesitamos hacer el mundo más pequeño y, en consecuencia, lo falseamos. Pues bien, 13 céntimos hace eso, te dispara sin compasión, te amplía la realidad y te recuerda que hay otros mundos más allá de la borrachera del viernes noche, te sumerge en un entorno que pasa de la crudeza a la alucinación y de esta a la pesadilla. Paso a explicarme.
Pollos playeros sudafricanos (lo que yo creía que era)
Pues sí, para un ser humano medio, como yo, de intereses limitados y capacidades ni eso, Sudáfrica es pingüinos en la playa, tiburones mordiendo jaulas o focas, el Pistorius homenajeando a Puerto Hurraco, Nelson Mandela cuando ya era chachi y todos lo querían y, para los más futboleros, el dibujo de los tacos de un holandés en el pecho palomo de Xabi Alonso (gol, qué gol; vuvuzela, mundial, la roja, eso qué es. Para mí Iniesta siempre y solo será el que anuncia los helados o el doble de Eddie Munster). Pero resulta que no, que este país es mucho más y que esta historia apenas indaga en su parte más sórdida. Se centra en el contraste entre ricos y pobres, negros y blancos, personas y sombras. El autor nos presenta las calles de Ciudad del Cabo como una jungla en la que no duraríamos ni un segundo; no como Azure, el protagonista, que se las tiene que ver con esa calle cuya mención nos hace temblar y que los más cínicos preferirán considerar una licencia poética o un animal criptozoológico. Pero existe, vaya si existe, y Duiker nos la trae sin hervir, sangrando, sudando, cagando y, sobre todo, degradándose rápido, pudriéndose, muriéndose.
Debo entender lo que es ser un adulto si quiero sobrevivir. Es lo que me repiten. Crece. Deprisa. Muy deprisa. A la velocidad del rayo. Todo es así siempre. Rápido. Debes actuar rápido. Entender rápido. Si no, alguien te joderá. Te darán una paliza para que siempre lo recuerdes. Cuando vas al baño y sientes un dolor terrible en la barriga y en las pelotas, cada vez que te sientes recordarás que todo debe ser rápido.
La otra realidad sudafricana (sin pingüinos y nada idílica)
En 13 céntimos se nos cuenta, con un ritmo frenético y con prosa lacónica y que se apoya con frecuencia en los diálogos, la vida de Azure, un chico de la calle que pulula por la ciudad buscando qué comer o con qué calzarse; encontrándose por el camino a un caterva de seres depravados, maliciosos, distantes y dispuestos siempre a aprovecharse de su aún no perdida por completo inocencia. Se despliega ante nosotros un escenario siempre hambriento y que no perdona a la carne humana que lo transita. La miseria, la soledad, el paso a la adultez en un escenario de desprotección y la radical estratificación social son algunos de los temas presentes. También el racismo aflora de fondo en toda la lectura. Entre esta rigidez social se cuela lo mestizo, que aquí es signo de desarraigo y exclusión. Por ejemplo, los ojos azules del protagonista, ojos de hombre blanco, como metáfora de lo que acabo de decir, y que solo le causan problemas. Son su marca, su estigma y un recordatorio continuo de que para él es imposible aferrarse a nada o ser reconocido por nadie como una persona digna. Duro, muy duro, el vagar de este niño-hombre. Avanzamos con él, disfrutando los escasos momentos de belleza y calma de los que goza, deseamos protegerlo para que no caiga víctima del mundo derruido que le ha tocado habitar. Pero no podemos, no podemos.

Contiene verdades que pueden herir su sensibilidad

En definitiva, tenemos en 13 céntimos varios caminos hacia la degradación. Un niño que sabemos acabará mal. El reverso violento de nuestras idílicas construcciones sociales, en teoría tan avanzadas. La cultura del esfuerzo pero aplicada a ámbitos insospechados donde es mucho más efectiva —resulta que los tiburones con los que bromeaba antes caminan por las calles y comen vidas tiernas, oportunidades y sueños—. Este libro es una bofetada para el complaciente que tenderá a apartar la mirada ante el aprendizaje que la vida a la intemperie le da al chico de los ojos azules, que se escandalizarán viendo cómo lo moldean con técnicas no muy distintas a las que utilizaron con nosotros, los afortunados timoratos a los que nos tocó el lado luminoso de la vida. Este es el mensaje más potente que me llegó al leer el texto: la indefensión del individuo sin lazos sociales ante un sistema despiadado, necesitado de piezas de recambio, de engranajes de usar y tirar.
¿Qué significa eso? Que los adultos son malvados y te usan y usan sus hijos para usarte. Usan lo que pueden usar y cuando lo tienen quieren más. Nunca están satisfechos. No recuerdo a ningún adulto diciendo basta. Siempre quieren más. Incluso si ese más significa que debas trabajar hasta morir. Los adultos son lo peor. Son malvados. ¿Por qué me vigilan? ¿Qué tengo que no puedan lograr por su propio esfuerzo?
Se nos presenta la historia en medio de la ciudad desangelada, como si arrojaran a Azure y nos negaran sus antecedentes (que se desvelan de soslayo con un par de pinceladas que no hacen más que mantener y acrecentar nuestro desconcierto). Esta abrupta presentación de los hechos y los escenarios, la desconexión de los personajes con su pasado y la anticipación de un catastrófico futuro, son parte importante de 13 céntimos, la hacen transcurrir oscura, fatalista y siempre dando palos de ciego. Su esencia es un agujero sangrante, una ausencia pulsante, un dolor que nos avergüenza.
Leemos espoleados por un manejo desatado del léxico, por los párrafos incontrolados y exhibicionistas, por el morbo y la abyección, por la mierda en los espacios cerrados, por el olor de las prendas sudadas o de los alientos avinagrados; seguimos porque tocamos con los dedos el hediondo fluido que baja por las calles de Ciudad del Cabo hacia el mar y que no es más que maldad, traición, ambición, indiferencia y otros ingredientes que no podemos detectar, mezclados con rabia mal disimulada. 13 céntimos se lee como cuando nos arrancamos una postilla y seguimos hurgando en la herida, que se abre de nuevo exultante, fresca, como una erupción de sangre espesa y caliente. Queremos más degradación, estamos hipnotizados, queremos saturarnos hasta la náusea. Nos sabemos culpables y queremos nuestra catarsis.
El culpable de nuestra inquietud: Kabelo «Sello» Duiker
Y cuando estamos más excitados e incómodos, el autor hace que la novela vire (para mi gusto de forma demasiado brusca. Aunque en una obra tan vehemente era complicado esperar una concesión al lector). Se transforma en una experiencia chamánica cuando Azure huye de sus recorridos marginales habituales y se refugia en una cueva, se pierde en el vientre de la tierra, y todo comienza a ser simbólico y onírico. La narración se hace más complicada de seguir, pero entendemos que el chico termine así, necesita arder, desprenderse de la piel viciada que ha ido acumulando en su vida en las calles. Azure se está transformando y el narrador prefiere mostrárnoslo de forma alegórica más que con una convencional historia de redención. Cuesta coger el tono a este nuevo registro, pero para mí es un acierto. Retar al lector suele ser una solución más que válida.
La novela termina así, sin que sepamos cómo el protagonista sale de su experiencia de tránsito, sin que se nos clarifique su visión alucinada. Finaliza cortante e inesperadamente, como empezó, y nos damos cuenta de que hemos estado caminando entre dos planos, el físico y el espiritual, que hemos ido avanzando hacia algo para lo que no estábamos preparados. Nos sentimos partícipes, puede que algunos culpables o al menos removidos, hemos sido testigos de una carnicería y después de una especie de redención que no aporta respuestas ni certezas.

Abrir los ojos a lo que pasa fuera de nuestras rutinas

Puro descontrol y caos, guerra, selva urbana indómita. Un mundo sin valores que se derrumba (real y metafóricamente). Bienvenidos a esta cacería, a este juego de supervivencia darwiniana con zapatillas de marca y vino barato. Veréis en este libro bestias de todos los colores: pardas, negras, zarrapastrosas, lechosas y descoloridas, de suave piel de cordero, bestias de fuego y otras de alucinada belleza; todo un zoológico por el que pasean su hipocresía y crueldad los hombres educados (blancos, puros, habitando pulcras casas y dejándose tentar por pequeños vicios tolerables de consecuencias que prefieren ignorar) y que no se mezclan con los seres híbridos, con los piel de noche y playa, y solo los tocan para consumirlos de mil maneras, todas con apariencia de civilización.
Un libro de pocas páginas pero contenido inmenso. En sus líneas están todos los fantasmas de lo humano, esos monstruos oscuros que ocultamos y que afloran en cuanto nos quitamos el traje de ciudadano modelo. Sí, todos los tenemos; suelen aguardar furiosos en sus jaulas porque los reprimimos, no como Azure que va a su encuentro. Recuerden, en el tiempo que les dure 13 céntimos, no alimenten a los animales. Volverán a por más si lo hacen. Porque en este mundo que tenemos delante, entre nuestras manos, todos podemos ser la siguiente comida. Este libro es un recordatorio efectivo y desolador de que ese mundo existe aunque no lo atendamos.

lunes, 9 de octubre de 2017

Reseña de ESQUINA DE MUNDO, de Óscar Sotillos en Henares al día.com


De lo local a lo global, de Tiermes a Mongolia


Ruinas de Tiermes. (Foto Museo de Tiermes)

El otoño es la luz de la melancolía, el manto de hojas ocres, las hayas resplandeciendo ante un cielo límpido. El otoño es una estación con un tránsito bien marcado. Dejamos el pantalón corto y nos endilgamos la zamarra. Muñoz Molina escribe: “Siempre hay algo de alivio y algo de promesa, el cambio de la luz, como el espacio blanco que anuncia en un libro un capítulo nuevo, una pauta en el fluir de la vida”.
El otoño es una época estupenda para patearse la meseta castellana, con sus atardeceres lascivos, pero también para leer Esquina de mundo (Baile del sol, 2017). La prosa de Óscar Sotillos, un escritor barcelonés originario de Soria, es para relamerse. Le adorna la virtud de la concisión y la sencillez. Y rezuma una pasión inveterada por los paisajes cercanos no con un ánimo excluyente o aldeano sino todo lo contrario. Así, transforma Tiermes y la Sierra de Pela en una Babel que nos lleva a Senegal, a la India, a Marruecos y a otros territorios que nos enseñan, como decía Goytisolo, que “los laberintos son la patria de los que dudan”.
El texto de Sotillos brota de la inquietud por la soledad y el olvido de Castilla, pero también por su perenne carácter fronterizo. Es mucho más que un relato de viajes: una introspección personal –en la medida que el relato engarza con las raíces sorianas del autor-, una mirada exterior que conecta la estepa de Mongolia con el páramo de tierra adentro. Admito que este libro me ha encandilado por varios motivos. Primero porque me siento identificado con el autor: yo también esperaba con ansiedad esos veranos en los que el tránsito de Barcelona a la meseta castellana era sinónimo de felicidad y al regreso se apoderaba la nostalgia gracias al olor de las hierbas recolectadas en el campo o a las patatas con níscalos que preparaba madre. Segundo porque el ejercicio doble de mirar a lo global poniendo el foco en los villorrios de nuestra infancia constituye un ejercicio nutritivo y saludable en los tiempos que corren. Y, tercero, porque está muy bien escrito, sin estridencias ni alharacas.
Sotillos traza una mezcolanza entre el paisaje, sus gentes, las leyendas que circulan de generación en generación, anécdotas que sitúan al lector en el territorio y descripciones precisas de una geografía vaciada por la despoblación pero ahíta de sabiduría. Las ruinas de Tiermes, una ciudad celtíbera ubicada al sur de la provincia de Soria, casi rayana con Guadalajara, conforma el epicentro del texto. Ya hemos escrito aquí en otras ocasiones sobre Tiermes: merece una visita, el yacimiento, el museo, la venta-restaurante aledaña. Tiermes es para Soria una segunda Numancia, aunque mucho más desconocida y discreta. Para quienes procedemos de la sierra de Guadalajara, es un hito imprescindible, un lugar inexcusable al que peregrinar al menos una vez al año.
La Sierra de Pela marca la linde entre Soria y Guadalajara, pero la división es puramente administrativa porque en ambas provincias se construye igual, se come igual y se baila igual. Castilla es un territorio fragmentado por el Estado de las Autonomías y la voracidad de Madrid. Por eso sus rincones están esparcidos ahora por varias comunidades que comparten un legado cultural común. De ahí que un guadalajareño de la sierra puede sentirse identificado en el trazo que el autor delinea de pueblos como Montejo de Tiermes, de las noches estrelladas, los veranos sin fin o de las historias de su tío Santiago, el hijo del herrero, que era cazador. Y, de hecho, Guadalajara tiene también su cuota de reflejo en el libro: a propósito de los héroes caídos en el retén de Cogolludo en el incendio mortal del Ducado o a través de las nieves y las ventiscas en la cordillera que une Grado del Pico (Segovia) con Villacadima y Galve de Sorbe (Guadalajara) y la comarca de Pedro (Soria). Tres provincias, dos regiones, una misma Castilla.
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, pergeñó Borges. Esquina de mundo tiene mucho de memoria, pero también de presente: “Mi universo Soria es el centro del mundo, el paisaje primigenio que se multiplica hasta el infinito, allá donde surgen las montañas y los ríos se extienden hasta su frontera con el océano”. El autor proyecta una mirada poética hacia el entorno pero sin recrearse en el tipismo.
El fuego de la chimenea, las leyendas de nuestros abuelos, el paisaje lunar mesetario, las setas y hongos del bosque, los críos jugando en pleno estío, la soledad de las callejas de los pueblos en invierno, el carácter seco y cortante del habla castellana o incluso la desmemoria histórica en San Leonardo de Yagüe.
“El tiempo y el sol se lo comen todo”, escribe Óscar Sotillos. Todo menos esa fibra interior que nos conecta con el pasado. Todo menos la lucidez para exponer aquello que permanece oculto. Después de engullir Esquina de mundo pasan dos cosas: que apetece seguir escarbando en la intrahistoria de la meseta soriana, una de las tierras más fascinantes y sugestivas de la Península; y que al lector le entran ganas de volver cuanto antes a Tiermes. Porque volver siempre hay que volver al origen.

jueves, 5 de octubre de 2017

Reseña de ALIMÉNTAME de Roman Simić en LIBROS PROHIBIDOS

Roman Simić: Aliméntame

Aliméntame. Libros Prohibidos
Título: Aliméntame
Título original: Nahrani me
Autor: Roman Simić
Traducción: Juan Cristóbal Diaz Beltrán
Año: 2012
Editorial: Baile del Sol (2016)
Género: Relatos (Narrativa)

Una visión agridulce de la paternidad

Afortunadamente, hay vida más allá del best seller americano, de la novela negra sueca, de las distopías chinas y demás booms, viejunos o emergentes, que acaparan las estanterías de las librerías generalistas. Sólo hace falta rebuscar un poco y arriesgarse con propuestas, que, a pesar de ser minoritarias, pueden darnos agradables sorpresas.
Aliméntame, del autor croata Roman Simić (en la foto) es una de esas pequeñas joyas ocultas que vale la pena descubrir. Premio a la mejor obra en prosa de 2005 otorgada por el diario Jutarnji List con su anterior novela De qué nos enamoramos, Simić nos ofrece ahora un libro de relatos con un tema común: la visión, casi siempre agridulce y muchas veces dolorosa, de la paternidad. En Aliméntame, más que relatos, nos encontramos con pedazos de vida, narraciones sin apenas estructura que a pesar de su aparente linealidad, resultan terriblemente emotivos.
Tenía dos niños y era incapaz de pensar. Dos niños, dos niños de la mañana a la noche, del crepúsculo al alba, por donde ellos pasaban no quedaba piedra sobre piedra, ¡táctica de tierra quemada, polvo y ceniza! Dos niños, angelitos morenos, un niño y una niña. Eran hijos del amor pero esto ya no se mencionaba, sobre todo mi mujer.
De la misma manera que hacían otros cuentistas ilustres como CapoteHemingway y, sobre todo, Raymond CarverSimić se acerca a la vida de sus personajes en un momento en el que parece que no pasa nada. Lo interesante ya pasó o pasará en el futuro. Nosotros no lo veremos, pero la tensión, la sensación de tristeza o de amenaza que se desprende de ellos es tan intensa que la falta de giros en la historia no se echa en falta en ningún momento.

Croacia, años 90

Todos los relatos se inician con un hecho aparentemente irrelevante, un macguffinque, en la mayoría de ocasiones, no volverá a aparecer pero que sirve para irrumpir en la vida de los personajes sin avisar, como si entráramos en su casa a horas intempestivas y los encontráramos todavía en pijama.Recibir una carta sin nada escrito, el deseo incumplido de tener un caballo, la visita de un comercial de una compañía de telefonía móvil… Se trata de situaciones cotidianas y totalmente extraliterarias que confieren realismo y autenticidad a la narración y que sirven para introducirnos en las vidas, tristes, erráticas y descolocadas, de los personajes que deambulan por esta obra.
Al tratarse de una novela ambientada en la Croacia de los años 90, la guerra de los Balcanes está presente, pero de una forma casi circunstancial, como un ruido de fondo molesto pero tan integrado que apenas se percibe. No se nos muestra la guerra, pero sí sus consecuencias. La Croacia de Aliméntame es un país triste, pobre y desangelado, con ausencias y desapariciones, familiares y amigos que un día dejan de verse y no vuelven nunca más o, si lo hacen, resultan irreconocibles.
Con ella estaban su marido y su hijo; era verano; en el país había estallado la guerra –¿Qué tipo de guerra fue esa?–; había mosquitos, adolescentes retrasados, apenas se acuerda de poco más que de lo infinitamente triste que estuvo, que no podía dormir y que, tras ese verano, todo se transformó en alguna medida, todo se vino abajo, como si, en esa encrucijada, le hubiera permitido a aquella guerra cabalgar subida a su espalda…
El libro abre de forma magistral con «Zorros», la carta de amor que un chico escribe en un zoo y que nunca llegará a entregar a su destinataria. Es un relato en segunda persona con un trono profundamente poético y con la presencia, tangencial pero decisiva, de la guerra balcánica. En «De todas las cosas increíbles», destacaría la excelente composición de personaje, el misterioso Radovan Sprajcer, antiguo compañero de armas del protagonista. En «Telefonía», se narra la angustia de una mujer embarazada cuya única esperanza es consultar una línea telefónica de astrología, y en «Cosas que se hunden», asistimos al dolor de un padre de una joven maltratada. El humor está presente en «Dos niños» y la introspección personal en el que, bajo mi opinión, es el relato más brillante de esta antología: «Vacaciones estivales en invierno», la historia de una mujer en la cincuentena que vuelve al lugar, triste y desolado, en el que veraneaba años atrás.
Desde fuera, desde la noche, la casa no iluminada parecía un árbol, un arbusto o una roca, algo que podía ofrecerle refugio apenas a un pájaro. Ella era ese pájaro, eso es seguro; el vino la había vuelto cálida y pesada, así el viento no podría nada contra ella.
Todos los relatos están escritos con un tono poético pero, al mismo tiempo, cotidiano y natural, una prosa con una cadencia única conseguida a base de frases largas y con numerosas subordinaciones. Una filigrana literaria arriesgada pero bien resuelta, un esfuerzo por escapar de la excesiva simpleza narrativa que impera hoy en día.
Aliméntame es, en definitiva, un conjunto de piezas en apariencia inconexas pero que, tras la lectura, quedan perfectamente ensambladas, un análisis desde distintos puntos de vista del que posiblemente es el acontecimiento más catártico que puede experimentar un ser humano, el hecho de alumbrar una nueva vida.

miércoles, 4 de octubre de 2017

Reseña de STONER, de John Williams en NI UN DÍA SIN LIBRO



STONER, JOHN WILLIAMS (BAILE DEL SOL)

Y justo después de un verano lleno de lectura notables, me llega de improviso el sobresaliente. En mi lista de pendientes se encontraba Stoner, un libro del que había leído unas críticas muy halagüeñas. Me imponía ligeramente leer de nuevo un clásico que comparaban con Faulkner o Fitzgerald. Pero a la segunda página ya estaba enganchada, del mismo modo que hace muchos años me enganché a estos otros autores.

William Stoner comienza la Universidad de Missouri a los diecinueve años para estudira agricultura. Un seminario de literatura inglesa cambia su vida, y él nunca retorna para trabajar en la granja de su padre. Stoner se convierte en profesor. Se casa con la mujer equivocada. Su vida es tranquila, y después de su muerte sus colegas apenas le recuerdan. 




El argumento es muy simple, y por ello muy difícil de apreciar. William Stoner es hijo de unos granjeros, que consiguen mandarle a la universidad a estudiar Ingeniería agrícola para que siga sus pasos. Pero allí, Stoner encuentra su vocación de manos de uno de sus profesores, que le espeta: El señor Shakespeare le habla a usted a través de tres siglos, señor Stoner. ¿Usted lo oye?”. Y vaya que si lo oye. A partir de entonces la literatura, o más bien la enseñanza de la literatura se convierte en su vida, y le convierte en otra persona. Es la vida de un hombre común, pero eso es lo que la convierte en una obra maestra, encontrar la belleza en cada una de las partes comunes de nuestra más rutinaria existencia.

Si antes he hablado de Faulkner o Fitzgerald no me hagáis mucho caso. Sí, nos muestra las mismas reflexiones y el poder de introducirnos en su mundo es el mismo. Pero no encontraremos el glamour de Fitzgerald ni la solemnidad de Faulkner. Es una prosa más íntima, más personal y humilde. Una historia muy bien contada y bellamente escrita.

La escritura de John Williams emociona y sabes que has encontrado algo especial en cuento lees algo así: “En su año cuarenta y tres de vida, William Stoner aprendió lo que otros, mucho más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra.”

Llama mucho la atención que este libro no sea famoso y menos su autor. Es casi unánime este sentimiento en todas las críticas que he leído. Cada cierto tiempo se redescubre y vuelve a brillar con luz propia. Así, este secreto ha sido recomendado en los últimos años por Bret Easton Ellis, Rodrigo Fresán, Enrique Vila-Matas y Emma Straub, entre otros, y se convirtió en bestseller internacional temporalmente. En Holanda desbarrancó a Dan Brown.



Al día siguiente de finalizarlo seguía pensando en él y de hecho cada vez más. Y sigo haciéndolo en estos días. No es fácil encontrar libros así. Suele ser difícil recomendar libros, temerosos de que te gusten a ti pero no cuadren con los demás. Éste se puede recomendar sin género de dudas. Y aunque soy reticente a catalogar de obra maestra una lectura, ésta lo es. Os dejo, me voy con otro libro libro de Williams, Butchers Crossing, a disfrutar.