Texto de Juan Miguel Contreras para la presentación del volumen de relatos ALIMÉNTAME de Roman Simić

He de empezar confesando algo: la tarde que leí el escueto mensaje de Inma proponiéndome participar en la presentación de “Aliméntame”, literalmente, me puse malo. Nada el plan escatológico; simplemente me puse colorado hasta las orejas y tuve una serie de sudores fríos un tanto desagradables. Los que me conocen dicen que no sé mentir, o más exactamente dicen que salta a la vista cuando miento; me pongo rojo como un tomate y sudo como si estuviera al borde de un infarto.

Supongo que esa es una de las razones por las que escribo, porque puedo fabular lo que quiera sin que nadie se fije en cómo mi cuerpo reacciona a todo eso que mi cabeza crea. No siempre es así, la mayoría de las veces, cuando escribo,  logro controlarlo, pero la vida es otra cosa. Sin embargo a veces lo paso mal, pero es poco el peaje y siempre me gusto a mí mismo cuando consigo llegar al final, sea este cual sea: punto y final, the end, continuará, capítulo, artículo, relato o primer acto, pues hay una certeza terrible en el hecho de escribir, una certeza que todos olvidamos o fingimos haber olvidado, y es que un texto nunca se acaba, ni por parte del que lo escribe, que podía pasarse la vida corrigiéndolo si pudiera o le dejaran, ni por parte del que lo lee, ya que es bien sabido que no hay dos personas que lean de igual modo el mismo texto. Mi Anna Karenina no se parece a la de nadie más, y no es porque yo sea especialmente desgraciado, sino porque es solamente mía. Mi Kolja, el inmenso personaje del relato de Roman, “El hombre con bragas de mujer”, tiene la cara de mi otorrino; una vez le vi reír mientras le contaba mis últimos dolores de oído y pensé: “así reiría Kolja si yo fuese Bruno”. Y el hospital donde ambos fabulan sobre la historia de los muertos que estudian, se parece mucho al hospital 12 de Octubre en 2002, cuando estaba en obras y de los techos colgaban cables, apestaba a lejía y yeso y metían a los pacientes de cardiología en la planta de geriatría.

De todo esto que acabo de decir quédense solamente con una cosa: que fue leer que Inma Luna me proponía presentar el libro de Roman Simic, y me puse a sudar mientras la piel de mi rosto se incendiaba. Normalmente una persona reacciona de este modo cuando siente vergüenza por algo o de algo, vergüenza de algo propio, por algo que está dentro de nosotros y que nos incomoda. A mí lo que me incomodó de la propuesta de presentar este libro no fue que esté enamorado de la literatura de Roman Simic y que Inma Luna pensase en mí para hacerlo; lo que me incomodó fue yo mismo, y sentir inmediatamente, de manera física, que lo que podría decir sobre “Aliméntame”, puede decirlo cualquier otra persona mucho mejor y que, vaya, igual no merezco tanta suerte.

Realmente el verdadero dilema es que, hablar de “Aliméntame” me obliga a pensar, a dejar de ser algo así como un fan más o menos entusiasta, un lector anónimo, y me veo forzado a tener que descubrir los resortes de su literatura. Hablar de “Aliméntame” me obliga a articular lo que puedo sentir al leerlo para explicarlo razonadamente y que, además, alguno de los que están escuchando estas palabras, sientan la necesidad no solo de comprar este libro, sino de leerlo con avidez. El problema es que hay cosas que no se pueden razonar, o al menos yo no sé. ¿Por qué me acelera el pulso la música de Coltrane o de Iron Maiden, por qué me hace llorar la pintura de Pavel Filónov, por qué me sonrojo cuando veo a Julie Christie interpretando a Lara en Doctor Zhivago, por qué no puedo dormir cuando leo a Bulgakov o a Miljenko Jergovic? No lo sé. Pero me pasa. Me gusta responder del mismo modo cuando algo me interpela visceralmente. Dejando de lado el tema de “la otra mejilla”, me gusta responder con pasión a la pasión, me gusta responder al trabajo con trabajo, y también me gusta responder con desdén al desdén. Y la literatura va de eso, de interpelar al lector contándole una historia de la mejor manera que uno sea capaz esperando una reacción. Empatía de alto espectro, podríamos llamarlo, no es algo que uno deba aplicar a todos los aspectos d ela vida, pero tampoco está mal cuando hablamos de arte.

Salta a la vista cuando un escritor te mira a los ojos y te reta, cuando se ha dejado un trozo de su vida por contar la de alguien que no existe, o que no existe al menos en teoría; se nota cuando el talento de un escritor ha conseguido salir y te lo ha dejado a la vista en un párrafo genial. Y también al revés: uno con el tiempo puede saber cuándo le dan gato por liebre. Como dice Rafael Reig, lo que más me molesta en la literatura es cuando me intentan vender como jamón de pata negra lo que no es más que mortadela. Entonces, ¿por qué creo que la literatura de Roman Simic me partió por la mitad? Intentaré articular una pequeña explicación.

“Aliméntame”, el libro, tiene la embaucadora verborrea fabulosa que oculta lo que de verdad merece ser contado pero nunca se dice. Relatos como “Objetos que se hunden” o “Telefonía”  son pequeñas estampas que te reconcilian con la literatura y echan el freno a la fugacidad con la que nos obligan a vivir la vida. Relatos cortos que tienen el mismo peso que otros más largos, como “De todas las cosas increíbles”, donde Strajcer, La cubana, Neda o Lada son las imprescindibles teselas de un mosaico terriblemente hermoso. Leer a Roman Simic te sumerge en una especie de ebriedad literaria y sí, deja resaca, pero no es la dolorosa y típica resaca de la mediana edad, sino la de los veinte años, cuando los libros resultaban tan vitales e imprescindibles como los amigos o unos hombros desnudos iluminados por una persiana a medio cerrar.

Curiosamente yo no estoy aquí hoy, frente a ustedes, y la mayoría de los presentes pensará que ese es el motivo por el que he empezado mi presentación de ese modo, porque la timidez me resulta patológica y me hace no estar donde debería, pero no es así. No estoy aquí porque no he podido. Nada me hubiera gustado más que hablar con Inma Luna, conocer a Lucía Sesma y poder estrechar la mano de Roman Simic y balbucear un torpe “gracias”, aunque solamente fuese para poder decirle a mi hijo, dentro de diez años, mientras le doy uno de sus libros recomendándoselo, que una vez le conocí y hablé un rato con él. Eso no hay timidez que lo impida. Pero, lamentablemente para mí, no estoy aquí por obligaciones laborales, que son las peores obligaciones a las que uno puede sentirse atado; de hecho la únicas obligaciones que deberían existir son las obligaciones morales, eso que Kant llamó el imperativo categórico; el resto de las obligaciones son una mierda, pero la vida es así, dicen. ¿Y cómo es la vida? Pues en estos momentos pienso que la vida es como la cuenta Roman Simic. Seguramente ese debería ser el argumento que tendría que esgrimir para invitarles a leer el libro que hoy presentamos. ¿Por qué leer este libro? Porque cuenta cómo es la vida, hoy, en Europa, con nuestro pasado, quizá no común pero sí compartido, con todo lo que merece ser salvado o expurgado como humano, y lo hace de una manera que es menos habitual de lo que parece, pues si hay algo en los libros de Roman Simic que no resulta habitual es precisamente el brillo en el lodo, tanto en la forma como en el fondo, la maravilla en la medianía, la perla en el tumulto. Escribe como yo sueño con escribir.

En el relato que da título a este libro, Roman cuenta cómo un padre le dice a su hija de 13 años cuando la encuentra intentando dibujar unas peras sobre una manzana, o una manzana sobre una peras: “Inténtalo… No dibujes lo que es importante para ti. Dibújalo todo menos eso.”
Así veo yo su literatura, y por extensión, la demás.

En “La rendición de Breda”, el cuadro de Velázquez también conocido como “La Lanzas”, se supone que lo importante es la entrega de las llaves de la ciudad por parte de Justino de Nassau al general Spínola; sin embargo uno no puede dejar de ver también al personaje de la derecha, con pechera blanca, que parece que se acaba de sacar un moco, o el magnífico trasero del caballo que realmente preside la escena, o mirar a esos personajes aparentemente secundarios que nos miran o están perdidos dentro de sí mismos, o contar las 34 lanzas que intentan desviar la atención del humo de la contienda tras la cual yacen cientos de cuerpos ensangrentados. Es el truco del vacío. Es un truco sencillo, pero precisamente por eso hay pocos que saben hacerlo bien. He puesto un ejemplo demasiado obvio para explicar algo igual de obvio, pero no quiero que piensen que Roman Simic escribe humanamente épico, lleno de trampas y lugares comunes, al contrario; su escritura tiene poco que ver con las grandes gestas, pero aún así no olvida que la escena, que lo que está contando, es la misma: está la silenciosa presencia de la guerra o su recuerdo latente, está el desmembramiento que genera, pero todo está lleno de gente, de personas que quieren saber dónde están y porqué. Para entender cómo se siente Helena, la protagonista del relato “Aliméntame”, hay que leer todo lo que la rodea, su pasado y su presente, en un relato que es como los destellos de flash de te ciegan durante un instante antes de que puedas ver la foto, una foto que se resuelve, tanto en este relato como en el cuadro de don Diego, en unas manos que se buscan, ofreciendo consuelo, ayuda o rendición.

Y como ese relato, los demás. El segundo párrafo del relato que abre el libro, titulado “Zorros”, se lee: “En otoño de 1991 yo salía del cuartel del JNA en el sur de Serbia, tú alargabas a la fuerza tus vacaciones de verano en una isla del Adriático y tu padre desaparecía en Vukovar”. He ahí la maravilla.

La pirueta final de todo es cuando descubres que lo importante tienes que descubrirlo tú, pues Roman Simic no lo ha escrito en ningún lado; eso sí, te ha dejado una montaña de miguitas esparcidas al tu alrededor, pero resolver el puzle es cosa tuya. Él bastante ha hecho con  escribir como escribe, dejándote en el rostro la sonrisa del boxeador a punto de caer noqueado sobre la lona, no entendiendo nada pero comprendiéndolo todo. Como le dice Helena a su padre muchos años después de que le desvelara el truco del vacío, viéndole perdido en el bullicio de un aeropuerto: “El truco está en leer los letreros. Lees. Sigues.”

Entrevista a Jordi Macarulla en Mucho + que un libro



Jordi Macarulla Tarrés. Foto: Alfons Hurtado.

Nacido en Barcelona, Jordi Macarulla Tarrés es licenciado en Filología Hispánica, diplomado en Relaciones laborales y ha cursado diversos estudios de Recursos humanos, Criminología y Psicopatología. Se define a sí mismo “diplomado, investigador y vividor de las relaciones laborales y otras interacciones humanas, criminólogo en proyecto y psicólogo pirata”. Dirige el club de lectura de novela negra de la biblioteca de Esplugues de Llobregat, donde vive. Debutó en la literatura con relatos cortos recopilados en el libro Formas del relámpago (2008) y ha publicado diversos relatos en revistas literarias, blogs y libros colectivos. Dedicó cinco años a escribir su primera novela, Desagüe, y dos más para su repaso y reescritura. Tal como él mismo confiesa,  no hay nada gratuito en esta novela que nos lleva hacia un final concreto, que incluye una banda sonora con canciones de Bruce Springsteen, Dani Flaco y otros, a consultar en la web http://desague-novela.com y una escalofriante pregunta nada más empezar el primer capítulo: “¿Crees que se puede sobrevivir al ataque de un depredador?”
Háblanos de tus inicios literarios ¿Cuándo y por qué empezaste a escribir?
Yo he escrito siempre, por eso supongo que los inicios los tendría que situar en las redacciones del colegio. Siempre intentaba hacer algo más de lo que me pedían, o al menos algo diferente. Fuera de las obligaciones escolares empecé a escribir cuentos cortos, algunos de terror y otros de temática filosófico-existencial. Guardo muchos de estos cuentos de adolescencia (algunos en papel, escritos a máquina) pero no tengo intención de hacer nada con ellos, nunca. También escribía poesía, sonetos principalmente, pero es un género cuya única continuidad durante un tiempo fue el medio de acercamiento a personas que me gustaban mucho y los pedidos personalizados que me hacían padrinos de boda, tanto conocidos como desconocidos, porque empezó a correr la voz. En algún momento lo de escribir cuentos empezó a ir más en serio y quizá, al principio inconscientemente, por los elementos comunes que tenían, iba tomando forma el proyecto de lo que sería Formas del relámpago, libro para el que escribí más de cincuenta cuentos que al final quedaron en once.

Del relato corto pasas a escribir una primera y muy ambiciosa novela. ¿Cómo se gestó Desagüe? ¿Cuál era tu objetivo en esta nueva aventura?
Durante años he leído muchos más libros de cuentos que novelas. Me gusta mucho Raymond Carver, del que lo he leído todo, y que me ha influido mucho, pero también hay muy buenos autores españoles: Gonzalo Calcedo, Félix J.Palma, Carlos Castán, Eloy Tizón, etc, Del cuento me gusta la tensión, la intensidad, la capacidad de concisión de una historia, la contención, lo imprevisible, pero también el cuidado por el estilo, por ejemplo, que tienen los autores que he citado.
Supongo que el proyecto de novela también empezó con el germen de un cuento, con una historia que rápidamente fue creciendo y se me ramificaba. Acabé por darme cuenta que solo podía ser novela. De todas maneras, Desagüe tiene mucha influencia del cuento. En su estructura, por ejemplo, con capítulos cortos y autónomos, algunos de los cuales podrían ser cuentos, con sus alternancias y sus finales abiertos, la creación de expectativa.
A mí me gusta escribir de lo que conozco y como llevo años trabajando en distintas facetas de las relaciones laborales, el objetivo en un principio era enmarcar el argumento en este ámbito y, en concreto, en un caso de acoso laboral. Luego, como he dicho, se me fue yendo de las manos.
La novela nos sitúa en el momento más dramático de la crisis económica, con empresas que cierran o que declaran ERES que dejan sin empleo a miles de trabajadores. ¿Te has inspirado en casos reales?
Siempre me inspiro en casos reales, en cosas que conozco. Pero es solo un disparadero, luego empiezo a inyectar ficción hasta que se desdibuja el modelo. Cuando empecé a escribir Desagüe se oía hablar constantemente de la crisis y cada vez había gente (y cada vez más cercana) que perdía el trabajo. No es que esto haya mejorado mucho pero a nivel colectivo no está lo presente y lo amenazante que estaba entonces. Partiendo de esa situación le quise dar una vuelta de tuerca más y escribir sobre qué pasaría si todo fuese a peor, de qué manera afectaría a la dignidad y a la ética de las personas, que cada vez hubiera más distancia entre las personas que tienen trabajo y las que no, de la importancia de tener trabajo, de no perderlo. De las personas normales, me refiero, las que necesitan trabajar para vivir, para sobrevivir.


Presentación de Desagüe en la Casa del Llibre de Barcelona, con Marc Romera y Rosa Ribas. ¡Lleno a rebosar!

Novela negra, novela psicológica, novela negrolaboral. ¿Cómo describirías Desagüé? ¿Por qué este título?
Pues yo la describiría como negra, como psicológica y como negrolaboral. Cualquiera de las tres definiciones o las tres juntas. En la presentación de Desagüe, Rosa Ribas dijo que era una novela negra sin los elementos esenciales de la novela negra y no puedo estar más de acuerdo. No hay policías (al menos no con un papel relevante), no hay enigma propiamente dicho, no hay procedimiento policial en el que el autor va dosificando pistas al lector, no hay un personaje protagonista con el que identificarnos y nos llevará a esclarecer el caso, no hay que adivinar quién es el malo. Pero hay mucha parte oscura de la condición humana, es lo que mueve la trama.
El título, que está desde el principio, es metafórico. El agujero en el suelo por donde va cayendo toda el agua sucia.
La novela arranca con una pregunta “¿Crees que se puede sobrevivir al ataque de un depredador?” formulada por Oscar, un consultor especializado en reflotar empresas en situación de crisis y protagonista principal de la novela ¿Qué puedes contarnos de este personaje?
La novela arranca con esa pregunta, pero el mismo primer capítulo de la novela acaba con una pregunta todavía más escalofriante: A quién serías capaz de sacrificar para sobrevivir al depredador.
Curiosamente, gente que ya ha leído la novela, de las primeras cosas a las que me hacen referencia es al personaje de Óscar. Lo que puedo contar es que es el personaje que maneja la trama, que hace mover al resto de personajes de un lado a otro, a su antojo. Es un perverso narcisista al que se le otorga mucho poder para hacer cosas. A partir de aquí…
Se trata de una novela coral, con muchos protagonistas que se encuentran en una situación límite. ¿Podrá el lector identificarse o sentir empatía o compasión por algún personaje?
Cuando acabé de escribir Desagüe y antes de la fase de revisión y reescritura, di a leer el texto a diversas personas, algunas de las cuales no se conocían entre sí e incluso, en algún caso, me conocían poco. Alguien me dijo que no había ningún personaje con el que identificarse y me lo dijo como una crítica en negativo. Creo que es verdad, que no hay ningún personaje con el que identificarse como suele haber en la novela policiaca, el que investiga, con su carga de problemas personales algunos de los cuales nos pueden producir más o menos empatía, aquel personaje protagonista al que acompañamos durante toda la novela, en el que confiamos pase lo que pase, el hombre o mujer bueno o buena por encima de todo. En eso estoy de acuerdo. Pero yo creo que sí podemos identificarnos, lo que no querremos es identificarnos con estos personajes porque todos hacen cosas que no queremos admitir que quizá también haríamos si estuviéramos en su lugar, viviendo lo que ellos están viviendo. Quizá es que preferimos mirar hacia otro lado. Podemos identificarnos pero seguramente no querremos reconocerlo.
Hay que decir también que la carga negativa de los personajes no es uniforme. Hay gente mejor y peor en esta novela, como en todas partes.


El autor, Jordi Macarulla, firmando libros en La Casa del Llibre, de Barcelona.

La música también está presente en Desagüe y podemos encontrar la banda sonora en la web http://desague-novela.com ¿Qué papel le otorgas en la novela?
La música ha tenido un papel importante durante toda la escritura de la novela como también lo tiene en mi vida cotidiana. Me gusta oír música en determinados momentos: cocinando, conduciendo, etc. También me gusta escribir escuchando música y he escrito buena parte de la novela en las bibliotecas o entrada la noche. En estas situaciones me tenía que poner los cascos e iba haciendo. Estoy seguro también que escribir escuchando música puede acabar teniendo cierta incidencia en el ritmo de la narración.
Quizá hacer una banda sonora de la novela ha sido como compensar esa ayuda que me ha supuesto la música mientras escribía la novela. En todo caso, son pocas canciones y muy escogidas, de autores que me gustan mucho y que tienen mucha relación en el momento que vive el personaje en cuestión cuando aparece la canción.
¿Decidiste la trama y el final de la novela antes de empezar a escribir? Cuéntanos cómo escribes.
La base la decidí al empezar a escribir, pero, como decía antes, el tronco ha crecido mucho y se ha ramificado. La trama principal la tenía pero las subtramas o determinadas variaciones han ido surgiendo durante la novela. Hay personajes que han ido apareciendo sobre la marcha y han cobrado una importancia no prevista al principio. A otros les ha pasado lo contrario y esto ha condicionado el argumento.
No sé en qué momento decidí el final de la novela, pero no fue al principio. Aunque el final final, el último detalle, fue cuando ya estaba escrita y revisada. Un amigo al que le llevé el manuscrito y en el que confiaba mucho, Albert, que redactó el texto de la contraportada y que murió antes de que se publicara Desagüe, me dijo que le había gustado mucho pero que notaba que faltaba algo al final que no sabía qué era. Tras darle vueltas a cómo hacerlo volví con ese cambio y me dijo literalmente que a eso se refería, era eso lo que le faltaba. Fue como acabar de cerrar del todo la escotilla para que no pudiera salir ni una gota de agua. Me dio su visto bueno.
¿Cómo escribo? No tengo una metodología concreta, no planifico demasiado ni me hago esquemas ni tengo muchos apuntes al lado. Lo tengo en la cabeza y si necesito algo durante el proceso, lo busco. Aunque es verdad que la novela, y más la novela negra, necesita cierto orden que he tenido que obligarme en este caso. Y escribo lento, demasiado lento, dedicándole mucho menos tiempo del que debiera, reescribiendo mucho. Es algo que tengo que trabajarme. Y aislado, con tiempo por delante, con mucho silencio u oyendo música. Y revisando mucho el texto antes de darlo por acabado.


Presentación Desagüe en la libreria Barra/Llibre, de Barcelona, con Xavi Ballester.

¿Desde cuándo diriges el club de lectura de novela negra de la biblioteca de Esplugues de Llobregat? ¿Incluirás Desagüe en la lista de títulos a leer y comentar? ¿Por qué motivo?
Empecé a dirigir el club de lectura hace tres años. Todo surgió de forma un poco casual y al principio no sabía muy bien dónde me metía. Nunca había estado en ningún club de lectura, ni dirigiendo ni en el grupo, tampoco he estado en talleres de escritura y cosas por el estilo. Pero a punto de empezar el cuarto año he de confesar que el club de lectura me ayuda a mantenerme literariamente activo, me enriquece. Tengo un grupo muy fiel y muy dinámico y eso se agradece. Creo que es un club de lectura diferente; aparte del libro mensual hacemos películas, series, cuentos, etc., y últimamente también casos reales, con un alto nivel de acierto.
Y sí, el primer libro que hacemos el próximo curso es Desagüe. Es una propuesta que surgió del grupo el último día y a mí me pareció perfecto, cómo no. Además, lo haremos en abierto, puede venir quien quiera que haya leído el libro. 17 de octubre.
Lecturas recomendadas para promocionar el gusto de las jóvenes generaciones por la lectura…
Creo que se están perdiendo lectores cada día. No veo demasiada gente joven leyendo y eso es preocupante. La lectura empieza a no ser atractiva y habría que hacer algo. No hay demasiados clubs de lectura para jóvenes, por ejemplo. Eso debería fomentarse y la novela negra, policiaca, etc., podría aportar mucho en este sentido. Con una buena selección de títulos y un planteamiento dinámico de las sesiones y adaptado a estas generaciones creo que se podría empezar a revertir esta situación. En concreto, en novela negra hay autores interesantes que llegarían bien a determinadas edades, Mikel Santiago, por ejemplo. Los libros de cuentos, también serían muy válidos para este cometido. Hay muchos niños a quien les gustan los libros, incluso cuando todavía no saben leer, pero luego, a partir de cierta edad, van perdiendo el interés. Algo falla. Quizá habría que plantearse las lecturas en los centros educativos y la obligación de leer cosas que no gustan y que generan rechazo. Está bien esto de los clásicos, pero quizá habría plantearse también otras cosas.


Un momento de la presentación de Desagüe en Barra/Llibre, Barcelona.


Actualmente, tus cinco títulos de novela negra favoritos son…
Más que títulos, autores. Empecé en la novela negra leyendo obras de Patricia Highsmith y Jim Thompson. De este último El asesino dentro de mí1280 almas. De ambos autores me gusta el tipo de personajes principales, odiosos y malvados más que héroes con los que identificarnos. Luego descubrí a Harlan Coben y John Connolly, y me fue interesando todavía más la novela negra. Y más tarde Jo Nesbo. Creo que la adicción por el género me vino definitivamente con Headhunters, una novela negra muy potente de Nesbo. Aunque cualquier novela suya vale la pena. El otro día vi otra vez la película y me di cuenta que se me habían colado algunas dosis de Headhunters en Desagüe. También Pierre Lemaitre. Irene, por ejemplo.
En castellano me gustan sobre todo, Carlos Zanón y Rosa Ribas. Sus particulares universos negros. De Carlos Zanón, en concreto, No llames a casa.
Y en catalán he descubierto hace poco a Jordi de Manuel.
Y otro título, Luna caliente, De Mempo Girdinelli.
Consejos para un autor novel…
Los mismos que me doy a mí mismo. Primero leer mucho y mantener el hábito, no dejarlo. Sacar tiempo de dónde sea. No se puede escribir bien sin leer mucho. Y leer sobre todo cuentos. Hay cuentos que son auténticas lecciones de estilo con poca inversión de tiempo.
Luego escribir mucho y reescribir mucho más. No conformarse y ser autocrítico, y aceptar consejos. Cambiar cosas si hay que cambiarlas. Estar seguro antes de dar por acabada una obra, no precipitarse. Y no copiar, buscar nuestro propio estilo.
Para escribir creo, también, que es importante la distancia, alejarnos del personaje, no contaminarlo, no hablar de nosotros cuando escribimos e intentar que parezca que no es así. Que nuestros personajes principales no sean como nosotros. No explicar, mostrar y dejar que los personajes vayan teniendo vida propia.
Y, sobre todo, no desanimarse, que publicar cuesta mucho.
Por último, nuestra pregunta obligada: Háblanos de tus proyectos de futuro…
Ahora mismo mi segunda novela. Esta sí, negra sin ningún tipo de dudas. En eso estamos.
Desde Mucho Más Que Un Libro te deseamos mucha suerte.

http://www.muchomasqueunlibro.com/entrevista-a-jordi-macarulla/

martes, 19 de septiembre de 2017

Reseña de PRESBICIA, de Jorge Ortiz Robla en El coloquio de los perros

PRESBICIA

9/19/2017
 JORGE ORTIZ ROBLA. PRESBICIA
(Baile del Sol, Tenerife, 2016)

por GREGORIO MUELAS BERMÚDEZ
             Presbicia es el significativo título con el que Jorge Ortiz Robla (Las Palmas de Gran Canaria, 1980) publica su nueva entrega poética, tras el éxito de su opera prima La simetría de los insectos (Lastura, 2014).
        No podía elegir mejor título su autor, pues la presbicia, también denominada vista cansada, se debe a una anomalía o defecto del ojo que imposibilita ver con claridad los objetos cercanos. En efecto, ese es el sentido de este poemario, donde se nos invita a reflexionar sobre las cosas cotidianas, aquellas que vemos día a día y que la mayoría de las veces, de estar tan cerca, apenas reparamos o nos detenemos en ellas. Es en estas cosas donde el poeta, como muy bien señala David Trashumante en el comentario que firma en la contraportada, es «el que ve, el que mira, el que enfoca desde lo múltiple» la vida, pero con la debida distancia para observar con actitud crítica y compromiso social. Es esta una de las señas de identidad del estilo del poeta canario afincado en Catarroja. Otra, tal vez la más definitoria, es el lenguaje que emplea, caracterizado por una envidiable sencillez tras la que se vislumbra un intenso trabajo de depuración.
        Las dos citas que encabezan el libro, de Fernando Pessoa y Pablo Neruda, señalan los puntos de vista que guiarán el contenido del poemario y la necesidad de cambiar el mundo que nos rodea. Como dos son los ejes, o partes, sobre los que se articula: “La tierra es circular”, que agrupa diez poemas breves, y “Presbicia”, bajo cuyo epígrafe se reúnen veintidós poemas.
        De lúcida podemos calificar la palabra de Jorge Ortiz, pues es su realidad y su desnudez, liberada de prejuicios, la que le permite decir con voz clara y precisa lo que nuestros ojos, los del lector activo, inquieto, necesitan.
         Sin más título que el cardinal que los ordena, los diez poemas que constituyen la primera parte indagan, o más bien reflexionan, sobre el otro lado, que se extiende sobre «la grieta sucia, casi opaca» porque «la tierra es circular / como los puntos de vista».
         En la segunda parte es donde lo lírico y lo social se imbrican para poner de relieve la intrínseca ceguera de una sociedad decadente. Así reza en el poema paradigma:

La economía sufre presbicia.
La religión sufre presbicia.
La política sufre presbicia.
La sociedad sufre presbicia.
Hay que cambiar la lente,
hay que volver a aprender
hay que enseñar
a enfocar.
         Pero Jorge Ortiz también echa mano de las nuevas tecnologías, que no son más que una ilusión de libertad, como el pájaro enjaulado que no aprende a volar.
         El ojo es la metáfora, a través de él enfoca el “punto próximo” y “el punto remoto” para decir lo que no queremos escuchar, y lo hace con un lirismo conciliador, que pone el acento en la necesidad de desvelar lo aparentemente rutinario, como el fin, cuyo sonido nos acompaña desde el inicio, parafraseando un verso de Agustín Fernández Mayo, referente del autor; o la capacidad de amar, algo relativo y temporal, que es lo que nos hace precisamente humanos, sobre una anécdota de Stephen Hawking.
         Los versos de Jorge Ortiz ponen en solfa esa moral que permanece impasible ante el drama de aquellos que buscan una nueva vida desde el otro lado del océano, porque como dice en el poema ‘Borges’:

Era la nieve
la que moraba dentro
de sus pupilas.

         Y es que, en definitiva, Jorge Ortiz nos habla de cerca para decirnos con voz lírica lo que nuestros ojos, cansados de promesas, no ven o prefieren no mirar. Ese es el mensaje del poeta: miren y lean y, sobre todo, actúen sobre la realidad.
 

domingo, 3 de septiembre de 2017

Reseña de EN EL OÍDO DEL VIENTO de Amparo Arróspide en La Galla Ciencia

EN EL OÍDO DEL VIENTO de AMPARO ARRÓSPIDE (por Carmen Canet)


Que no se las lleve el viento





En el oído del viento

Amparo Arróspide

Baile del Sol Ediciones, 
Tenerife, 2016.

                         


     

“Y a salvo yo, lectora de la vida, esto que se mueve y me sucede, donde sucedo y no hay respuestas, ni siquiera búsquedas de respuestas, un afán inútil, donde presto mi oído atento al runrún de lo que pasa y va pasando”. 

Con estas palabras a modo de aviso, tan definitorias y elocuentes comienza el primer escrito de este poemario tan singular En el oído del viento, de Amparo Arróspide, filóloga y traductora, nacida en Argentina y radicada en Europa, actualmente reside en Ávila. Ha publicado dos plaquettes (Alucinación en dos actos y algunos poemas; Pañuelos de usar y tirar) y los poemarios Presencia en el misterio (Premio Fondo Nacional de las Artes, 1967); Mosaicos bajo la hiedra (1991), también relatos y artículos sobre literatura y cine en antologías y revistas internacionales. Coeditora de la revista digital Poetry Life and Times y del volumen en castellano del Phoenix Rising from de Ashes (2013). Ha traducido a Margaret Atwood, James Stephens, Stevie Smith y al inglés Francisca Aguirre, Guadalupe Grande, José Antonio Pamies, Luis Fores y Javier Díaz Gin, entre otros autores.  Participa en festivales poéticos, los últimos en Transforming with Poetry en Leeds y en el Centro de Poesía José Hierro de Madrid.

Este libro sería el tercero de una trilogía. Está dividido en tres partes. La primera con el mismo título del poemario, ’En el oído del viento’, formado por diez poemas, algunos en prosa. Con tres citas significativas de Alberto Girri, Néstor Perlongher y Eva Chinchilla. Sus poemas no son autobiográficos, alejados de lo confesional y lo convencional, con el distanciamiento de su yo pero que trata de dirigirse a un nosotros para que reflexionemos, conversemos y saquemos nuestras propias conclusiones. Nos entrega su escritura y nos hace cómplices, provocando un diálogo interior que ella exterioriza. Amparo Arróspide sabe y es buena conocedora de las tradiciones literarias y de la poesía de vanguardia que se rebela contra lo establecido. Así su poesía se mece con la mejor literatura, clásica y moderna que ella con su voz e identidad propias, convierte en una escritura crítica, vitalista, irreverente, surrealista, en donde la vida, el tiempo, lo social, el lenguaje están presentes en todo momento. En sus poemas nos encontramos con numerosas imágenes poéticas: 

¿Pero quiénes somos en el oído del viento?
Olvidados de la naftalina (…)
todos sin el habla, escucha: los yunques y crisoles
van a contar la historia sin historia.

Juegos estilísticos, ecos y con un lenguaje inusual en la lírica pero muy técnico y actualizado: “¿Las analogizaron resetearon/ las tuitearon/ les pulieron las uñas de los pies/ les sellaron los labios las urdieron por dentro/ les pidieron permiso las desautorizaron?”, “Por qué seremos tan almohada/ de ternura donde envolver fusiles/ y dictar piedra libre de exterminio”. En esta parte es interesante destacar un poema extenso, sin título: “A ustedes nunca…/ las subieron a un podio engalanadas?/ (…)/ ¿Las hicieron sujeto de oración pasiva/ les lanzaron los dados, les ficharon las huellas/ les enseñaron a soñar y a leer/ les redactaron la partitura la desmemoria?”, donde se cuestiona la pasividad, es una escritura crítica y sabemos por la poeta que es un poema respuesta al de Néctor Perlongher: ‘Por qué seremos tan hermosas’.

La segunda, se titula ‘El mundo en fuga’, reúne siete poemas de tinte social, político con un lenguaje administrativo y  burocrático que nos lleva a la poesía  americana de los  llamados poetas del idioma, que están alrededor de la escuela y el movimiento L.A.N.G.A.G.E, y de algunos otros de habla hispana: Martín Gubbins e Ignacio Miranda.  Es muy importante la forma de dirigirse al lector y que éste saque significados de la obra. Ver el poema como una construcción en y por el lenguaje. La autora afirma que “escribe intuitivamente poemas que se desvían de lo lírico tradicional”. Esta parte es más irónica, cayendo en el sarcasmo. Destacan sus textos basados en reales decretos, y parodia un discurso de investidura, haciendo tres poemas con variaciones sobre el tema. Es una exploración y crítica de los lenguajes de poder.
Y por último, la tercera parte titulada: ‘A modo de epílogo’, formada por una carta dirigida al “Señor X y Coro de Pacientes”. Como una coda, recoge en esta epístola teatralizada, y en el poema final, una especie de viaje final en un espacio y un tiempo, el nuestro.

Después de los agradecimientos, inserta unas ‘Notas’ que nos refieren a versos y poetas citados en el libro, como Antonio Machado, César Vallejo, Oliverio Girondo, y Félix Grande, entre otros.
 Cuando acabas de leer la poesía de Amparo Arróspide continua el murmullo y el susurro que sus versos nos dejan a través de imágenes, de su búsqueda tanto en la vida como en el oficio de la escritura, y lo hace con un ritmo apresurado pero sereno, esperanzador, que transgrede con sus innovaciones en el lenguaje. Nos incita a cerrar los ojos y que lleguen a tus oídos palabras que soplan con un aire suave. Mejor decirlo transcribiendo este verso del poeta chileno Vicente Huidobro: “Mi alegría es oír el ruido del viento en tus cabellos”.        
                                                                                                                          
Carmen Canet


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viernes, 1 de septiembre de 2017

Resñea de Esquina de mundo, de Óscar Sotillos en el blog de Encarna Castillo

Esquina de mundo, Óscar Sotillos.

Leí Esquina de mundo en el lugar adecuado, creo. En otra esquina de mundo, en la sierra granadina. Realmente, no a tanta distancia el uno del otro y no tan lejos culturalmente como podría parecer, rodeados ambos por restos arqueológicos que certifican la presencia de vida humana en el lugar desde tiempos inmemoriales. En nada se parecían los paisajes, pero tintineaban en la cercanía paradójicamente idénticos. Y poco tenían en común las costumbres de uno y otro lugar, pero no me resultaban en nada extrañas. Debe ser que la esencia de los paraísos rurales de verano alimentados desde la infancia fueron todos construidos con similar atrezo.
Esquina de mundo es un libro para leer despacio y viajar mentalmente. La atmósfera de Montejo de Tiermes, junto a las ruinas de una ciudad celtíbera de Soria donde transcurre este libro, es el viaje destilado por los sueños de un niño que al hacerse mayor viajó siempre llevando consigo el paraíso de la infancia en la retina y el gusto por describirlo en el paladar proustiano. Combray es Tiermes, y la sierra de Granada, y Barcelona, y cualquier lugar donde sus páginas sean leídas. Y es la curiosidad de un niño tatuada en la memoria: “Yo no sé si hace falta irse tan lejos, igual que tampoco sé si la Arcadia soñada se encuentra en el páramo soriano. Lo que sí sospecho es que para ver cumplidos los sueños hay que salir a buscarlos”.
Quizás porque lo local sí resulta universal, quizás porque nuestra retina solo conserva una manera de mirar, la que transcurre a través de aquello que una vez atravesó su pureza, Óscar Sotillos salió a buscar sus sueños donde la curiosidad de adulto lo llevó a viajar; y allí, por sorpresa, encontró elementos comunes con su Montejo de Tiermes familiar. Por ello, Esquina de mundo es, como todo buen libro de memorias, un estupendo libro de viajes: geográfico y existencial. El escritor nos conduce de la India a Mongolia; de Portbou a Essaouira, en Marruecos; de Ibort, en el Pirineo aragonés, al Senegal; de Montejo de Tiermes a Barcelona en el viejo Changai -llamado así por el Shangai Expressde la película donde sale Marlene Dietrich-, el tren que recorría los 1.331 kilómetros de Galicia a Barcelona por la antigua vía de Valladolid-Ariza, hoy desmantelada, y describe aquello que su atenta mirada descubrió años atrás, con la que creció y se hizo hombre, con la que años después volvió acompañado ya de su propia hija, alargándole la vida a la tierra –Raíces y ramas lleva por título uno de los últimos capítulos- y regalándole a su hija una patria para dudar -“Los laberintos son la patria de los que dudan”, escuchó el autor decir a Juan Goytisolo en un documental a propósito de las laberínticas callejuelas de Tánger, un símil que él aplicó a su páramo soriano, a su “paisaje primigenio que se multiplica hasta el infinito”-.
Sotillos
Óscar Sotillos y su hija en Sotillos de Caracena, Tiermes, Soria.
El autor transmite de maravilla la sorpresa, la curiosidad y el cariño por este fragmento de paraíso iniciático en tierras de Soria. Tanto que las páginas de este libro despiertan unas inmensas ganas de jugar a las Tabas, escuchar cantar la Tarara a los mozos del pueblo durante las fiestas patronales, conocer el castillo de Medinaceli, tocar la Huella del diablo de Peña Lagarto… De lanzarnos a la carretera y de vivirlo en primera persona tras haberlo experimentado en la lectura. Y es que: “El cemento es tan áspero que la tentación de imaginar paraísos naturales es demasiado poderosa. Es tan fácil dejarse llevar por la idea de que un día encontraremos un lugar en el mundo como en la película de Adolfo Aristarain, que la nostalgia se vuelve del revés y nos encontramos mirando hacia delante, atisbando entre las brumas un futuro más verde, más embriagador, hecho a nuestra medida”.
Otra Esquina de mundo que convertir en nuestra.
Óscar Sotillos, Esquina de mundo, Baile del Sol, Colección Dando Pata, 2016.