jueves, 27 de agosto de 2015

Próximamente, nuevo volumen de relatos de Jorge Majfud: ALGO SALIÓ MAL


La vida es así


Papá, tenemos que hablar. Sé que te resultará difícil lo que tengo que decirte pero también sé que aprenderás a aceptarlo con el tiempo...
Tu esposa y yo nos vamos a separar. Ambos vamos a formar nuevas familias. Tú vendrás conmigo y vivirás con Amalia. Amalia es la mamá que conocí en la guardería. ¿Recuerdas aquella señora de pelo negro que siempre iba con un niño rubio que usaba lentes? Bueno, es ella. No fue un amor a primera vista. Fue algo que se fue dando con el tiempo. No se cómo explicártelo.
Sé que en este momento estarás pensando, «¿cómo es posible que una hija deje de querer a una madre para querer a otra?». Pero hay cosas, sentimientos que tenemos los niños que un adulto no podría comprender jamás. Seguramente cuando seas un anciano logres comprenderlo. Los ancianos recuerdan mejor la infancia que el resto de sus vidas marcadas por la confusión y las fantasías propias de los adultos. Es por eso que te pido que no pretendas entenderlo todo. Solo acéptalo como es, ya que es una decisión tomada. Cuanto más tardes, más sufrirás.
Amalia tiene un hijo anterior de cinco años, casi la misma edad que yo, por lo que estoy segura que aprenderás a quererlo como mamá aprenderá a querer a la chica de Ignacio, como si fuese yo misma.
Ya lo hemos hablado con tu esposa. A veces la relación de un hijo con alguno de sus padres no funciona y lo mejor, para evitar conflictos que hacen mal a los dos, es la separación.
Sabes que las cosas entre mamá y yo no iban bien desde hace un buen tiempo. Alguna vez, incluso, llegó a pegarme en las nalgas porque le eché el café en su computadora. Esa maldita computadora que destruyó nuestra relación de madre e hija. No la denuncié a la maestra de la escuela para no llevar las cosas a un extremo que podrían perjudicarla aún más.
Las nalgadas, esa reacción primitiva, propia de padres cavernícolas, solo fueron la gota que colmó el vaso. Resolvimos separarnos en buenos términos. Sí, sé que amas a tu esposa pero aprenderás a vivir sin ella y a querer a Amalia como quieres a mamá. Ella también tendrá que acostumbrarse al nuevo esposo que le tocó en suerte, el papá de Carmencita, un buen hombre, dicen, y también aprenderá a amarla y respetarla como lo hiciste tú. Podrás visitarla los fines de semana.
Sé que no es lo mejor, pero la verdad es que no hay una solución intermedia. Ni yo puedo vivir ya con tu esposa ni tú puedes vivir con ella y conmigo bajo el mismo techo. Imagina que ella deba cruzarse cada mañana con mi nueva madre y yo tenga que ver a sus nuevos hijos abrazados a ella y llenándola de besos y ella felizmente realizada como madre. En el fondo, tampoco yo lo soportaría, por más justo que sea.

No, tampoco es posible una tercera casa donde puedas vivir tú y mamá solos. Yo necesito a un padre y tú me necesitas también. Cuando yo cumpla dieciocho entonces sí serás libre y podrás volver con mamá si quieres. Soy una niña todavía y tengo derecho a rehacer mi vida. Tú, en cambio, eres adulto, ya has vivido gran parte de tu vida, tienes experiencia y no te traumarás por este cambio. Aprenderás a aceptarlo con el tiempo.
También deberás ser un padre comprensivo y juicioso. Amalia tiene sus defectos y virtudes, pero es una buena mujer y una buena madre. No es buena en la cocina, así que espero que aprendas a cocinar para los cuatro y cuando ella cocine tengas la delicadeza de elogiar su esfuerzo.
Yo sé que esto te toma un poco por sorpresa, aunque lo habrás adivinado desde hace algún tiempo. Sé que no es fácil tener que vivir y querer a otra madre como querías a tu esposa. Pero no se trata de reemplazar tus sentimientos. Seguirás queriendo a tu esposa como siempre, solo que además deberás aprender a vivir con otra mujer y hacer tu mejor esfuerzo por quererla como yo la quiero.
Imagina qué absurdo si hubieses sido tú, el padre, el que resolviera irse con otra mujer y yo, la niña, la que tuviese que enfrentar el inesperado golpe y tuviese la responsabilidad y la obligación de adaptarme un problema semejante, un problema de adultos, uno de esos caprichos repentinos e imprevisibles, propio de los adultos. Yo tendría que querer a la fuerza a la nueva mamá que tú eligieras. Obviamente no lo soportaría, porque soy una niña muy pequeña. Pero tú eres un adulto y sabrás adaptarte y respetar las emociones y los sentimientos de una niña pequeña. Obvio, lo otro pasaba en las sociedades salvajes de tus tatarabuelos, pero afortunadamente hoy los niños tenemos nuestros derechos conquistados. Ya no somos pequeños saquitos de lana donde los adultos descargan todos sus caprichos y frustraciones. Ya me tocará a mí cuando sea adulta proteger a mis niños de mis amores y desamores.
Yo sé que duele, que a tu corazón viejo le costará aceptarlo, pero no hay vuelta atrás. Tendrás que aprender a querer a Amalia como yo aprenderé a querer a Pablito como si fuese mi hermano. De hecho va a ser mi hermano a partir de hoy. Ya verás que también Amalia es una esposa encantadora... Qué le vas a hacer, papá. No llores. La vida es así.

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