Julio Castro – La República Cultural.es
El año 1934, el británico James Hilton escribía una grandísima historia como es Adiós, Mr. Chips (Good-bye, Mr. Chips), donde un tímido, introvertido y apocado profesor de una institución escolar, debe enfrentarse a los niños, con los que no conecta, y difícilmente lograría superarse a sí mismo, salvo por la coyuntura de conocer a la que será su esposa, que cambia absolutamente su anodina vida personal y familiar.
De esa manera se resuelve el conflicto personal del protagonista en la novela de Hilton, y de esa manera se crea un texto que, además de la satisfacción y emoción del público en su momento, sirvió para dar lugar a diversas versiones cinematográficas y teatrales a lo largo de la historia, la más clásica de ellas dirigida por Sam Wood, con Robert Donat a cargo del personaje principal, estrenada en 1939.
El paralelismo divergente de Stoner y Chipping
El escritor y editor estadounidense John Edward Williams acomete una novela en 1960 en la que su personaje sufre un paralelismo con la vida de Chipping, el protagonista de la obra de Hilton, sólo que en este caso no llega a encontrar la línea en la que aquel se desvía de la ruta predefinida por sus orígenes y su carácter. Hablo de Stoner, uno de los trabajos más contundentes que llegaron a mis manos en los últimos años.
Al igual que en el caso de la otra novela, es el apellido del protagonista el que da título a la de Williams, en un efectismo de distanciamiento que ya parte del concepto de la denominación de los integrantes de las plantillas escolares y de sus alumnos, a partir del apellido, aunque con efectos y, supongo, intenciones diferentes.
¿El sello de la pobreza en Stoner?
William Stoner se debate entre el personaje invisible que no pretende nada en la vida, y un ser señalado por todo el mundo y marcado para no parecerse a él, para superarlo. Tras su infancia en una pobre familia granjera, tan anodina como el mismo personaje (“la casa había sido construida en una ubicación vulgar y los maderos sin pintar se combaban en torno al porche y a las puertas. Con los años había tomado los colores de la tierra seca –gris y marrón, a rayas blancas-”), condenado por el predeterminismo de la vida miserable a perpetuar los roles familiares, sus progenitores deciden dar un vuelco a la vida (por motivos puramente interesados), al enviarlo a estudiar agricultura, de manera que a su regreso logre transformar la explotación familiar en un lugar productivo “un representante del condado vino la semana pasada. Dice que tienen una nueva facultad en la Universidad de Columbia. La llaman Facultad de Agricultura. Dice que piensa que deberías ir. Serán cuatro años[…] El representante del condado dice que tienen nuevas ideas, formas de hacer las cosas que se enseñan en la universidad. Tal vez tenga razón”.
Las pretensiones familiares se verán truncadas, ya que el joven estudiante descubre la literatura y cambiará su propio rumbo en los estudios, así como en su posterior profesión que le convertirá en docente de una institución académica.
La cuestión no es el qué o el cómo del argumento, porque lo sorprendente de la construcción de esta novela se basa en la narración repleta de sucesos fallidos. De esta forma, el protagonista sale de la nada para llegar a un final que no interesará a su entorno, con un resultado muy parejo con el personaje: la historia no le recordará.
Una manera diferente de exponerse al público
Por si alguien piensa que el libro se basa en la sorpresa de la desgracia de un protagonista con mala suerte, y que aquí se está desvelando el argumento, la realidad es bien diferente. Para evitar esto, el autor se propone un reto, que es anunciar en las primeras páginas que escribe sobre una vida sin interés, un personaje sin logros, y una carrera sin éxitos. A partir de estos parámetros arranca una novela que cumple al cien por cien con esas expectativas, sin salirse del marco generado y llenando todo ese espacio, con una literatura que atrapará al público que la comience, sin llegar a comprender muy bien los motivos. Motivos que quizá tampoco es necesario plantearse en el recorrido de su lectura.
El autor, John Edward Williams, juega en realidad a rodear los objetivos de éxito de su personaje, dejando al azar la consecución de cualquier logro. La mejor manera de hacerlo es vaciar de deseos o ambiciones a Stoner, así que nunca llegue a obtener recompensa en lo que otros verían el éxito, ni fracaso allí donde ya se espera que fracase.
Si observáramos con cierto sentido del humor el recorrido histórico por esta ficticia biografía, encontraríamos equivalencias entre Stoner y un personaje a caballo entre Buster Keaton y Charles Chaplin: un gran perdedor sin importancia.
El constructo de Williams tiene mucho de la parodia que recoge al hombre medio de clase media, de la primera mitad del siglo XX, y resuelve su vida como la del ser domado desde el nacimiento, que acostumbra a seguir las líneas de un destino, más programado por la sociedad, que escrito por deidad alguna. En este sentido, podría parecernos incómodo, incluso insultante, la posibilidad de marcar a un individuo con la predeterminación de un destino inevitable, pero el hecho de exponer su vida como una biografía, salva al contenido de repetir el estilo de El Show de Truman, de Peter Weir, para transformarse en el trayecto personal de este individuo. Así, el resultante no marca a nadie, ni designa a gran parte de su propia sociedad como seres condenados a repetir ese recorrido, por desidia, por falta de interés, por limitación en las ambiciones, sino que se ve como “aquello que le ocurre a otro”.
Como digo, desde el primer momento anuncia la indiferencia que puede dejar el paso de una vida como la de Stoner por la universidad y por todo su universo vital, pero, sobre todo, propone al lector que deje atrás cualquier expectativa sobre la vida que se desarrolla en la novela, cosa que el lector, precisamente, no hará, viéndose involucrado en este desarrollo donde, poco a poco, se desgrana el sometimiento del hombre, hasta dejarlo por tierra. Y así nos lo describe en la primera página a partir de su entorno: “un estudiante cualquiera al que le viniera a la cabeza su nombre podría preguntarse tal vez quién fue William Stoner, pero rara vez llevará su curiosidad más allá de la pregunta casual. Los colegas de Stoner, que no le tenían particular estima cuando estaba vivo, ahora raramente hablaban de él; para los más viejos, su nombre era un recordatorio del final que nos espera a todos, y para los más jóvenes es meramente un sonido que no evoca ninguna sensación del pasado in ninguna identidad con la que ellos pudieran asociarse ni a sí mismos ni a sus carreras”.
Las raíces diferentes de los personajes
Por apurar las comparaciones entre estos personajes (primero paralelos y luego divergentes), me refiero al Chipping de Hilton y al Stoner de Williams, creo que hay dos visiones que hacen diferir los estilos y evoluciones de sus novelas, una es el de la posible influencia de Hilton, como un británico más cercano al mundo poético idealista de los aventureros hasta la primera mitad del XIX, que quieren relatar una historia que embauque y movilice la imaginación de su público lector, al estilo de un Kipling.
En tanto que la otra es la de Williams influido seguramente por una literatura más contemporánea, heredera de autores europeos, pero, sobre todo, de los escritores rusos y del propio Chéjov, del que fluye un devenir de los acontecimientos, que no ocurren por un motivo, o con una finalidad, sino porque están ahí las posibilidades y se presentan antes que otras diferentes.
Los apellidos y las retahílas de caídos en la guerra
“Una guerra no sólo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos de miles de jóvenes. Mata algo en la gente que no puede recuperarse nunca”, le dice el profesor Archer Sloane a Stoner cuando hablan de alistamiento para la primera gran guerra europea. Es lo único en lo que coinciden en la visión entre ambos autores, ya que Hilton y Williams muestran una clara visión pacifista de sus textos, pero mientras el primero traduce en mártires que van recitándose en la escuela de Chipping, el segundo, cuyo personaje ve cómo sus compañeros y amigos van hacia la tragedia y nunca vuelven, al menos como tales, deja que un ligero velo de tinte de cobarde pase sobre el nombre de Stoner, a elección del lector.
Y aquí volvemos a los apellidos como importantes en el trato del ámbito académico, si recordamos al Mr. Chips de Sam Wood, y su escuela inscribiendo apellidos recitados uno tras otro cuando llegan las noticias, en tanto que este Stoner limita a unos pocos apellidos los que arriesgan su vida y le proponen alistarse.
No obstante, no deja de parecer curioso que Williams haga ese hincapié en la Primera Guerra Mundial, cuando le ha tocado vivir más próxima la Segunda. De donde podemos deducir varias posibilidades: una es la influencia del propio texto de Hilton, otra sería pensar en una mayor implicación (o no implicación) en la reciente guerra, que le hace hablar de ella de otra manera (“Los años inmediatamente posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial fueron sus mejores años de docencia y, en cierto modo, fueron los más felices de su vida. Veteranos de esa guerra llegaron al campus y lo transformaron, trayendo una calidad de vida que no había existido antes y una intensidad y una turbulencia que equivalían a una transformación”). Me parece más coherente pensar que la experiencia le conduce hacia el personaje dentro de su mundo, ajeno a los horrores que ocurren fuera de su limitada realidad y, siempre heredero de esos otros autores contemporáneos de finales del XIX, se aferra a lo cotidiano aunque el mundo se derrumbe detrás de la ventana.
Tras el personaje: un ser invadido por la literatura, asaltado por aquello que no conocía y que le arranca de un mundo lineal donde debe volver tras su bucle por la universidad, para situarle en otro, donde desgraciadamente sólo será capaz de percibir esa pasión y tratar de transmitirla. Seguramente su ausencia de oposición e iniciativa le dejan en un limbo donde quiere proponer pero sólo deja su libro como legado. Y sabiendo que las condiciones someten al hombre y le limitan, la cuestión que cabe preguntarse es ¿hasta dónde llega el pensamiento del ser humano si se libera?
Hace un par de años que me leí este estupendo texto, y aún sigue saliendo en el consciente y en el subconsciente de las literaturas y en lo gris de la vida.