viernes, 27 de marzo de 2015

STONER DE JOHN WILLIAMS

Stoner John Williams
He leído Stoner en formato digital. Supongo que, como en el mío, en todos los aparatos existe la opción de subrayar. Cuando el ebook está conectado a la red todo se vuelve indiscreto y se puede ver la cantidad de personas que han marcado palabras, frases o párrafos enteros. Extrañamente, nunca suele ser una sola. El número oscila entre las veinte y las sesenta personas. Al menos en Stoner. Qué maravilloso es que a todos nos gusten los mismos fragmentos, las mismas frases sabias sobre la vida, el amor y la muerte. Qué bien nos tenemos que sentir al ver que tantas otras personas comparten aquello que nos ha conmovido tanto…
Stoner John Williams
William Stoner es un pusilánime bastante indolente la mayor parte de su vida. El único momento en el que algo de sangre le corre por las venas es cuando decide dejar la ingeniería agrícola que estudiaba en la universidad y pasarse a la literatura. En alguna clase de las que imparte más tarde, cuando se convierte en profesor, muestra algo de pasión, pero nunca en los momentos más importantes de una vida: ni en la vida, ni en la muerte, ni en el 
Stoner John Williams
matrimonio, ni en la deslealtad, ni en la traición. Ni siquiera en los paseos que da por el campus. Es doloroso aunque otros lo llamen estoicismo.

Williams es narrador omnisciente, lo que significa que el lector sabe lo que piensa realmente Stoner y lo compara, siempre, con su forma de actuar.  Al principio, como he dicho, es desolador, pero a medida que avanza la novela tanto Stoner como Williams enseñan que hay otros modos de vivir. Y al final, cuando ya todo es decadencia y Stoner (sí, el simbolismo del nombre no puede pasar desapercibido) repasa su vida, sentir respeto por él es inevitable. Aunque no se entienda su impasibilidad.

miércoles, 25 de marzo de 2015

"Los posos de la sed" de Ricardo Hernández Bravo

En el viaje de la creatividad la poesía no puede ser nunca un lugar al que llegar, sino un punto de partida. El último libro del poeta canario Ricardo Hernández Bravo,Los posos de la sed (Baile del Sol, 2014), es una magnífica propuesta para adentrarnos en un vasto espacio de exploración; ahí el poeta transita abriendo sendas nuevas que el lector podrá apreciar y hasta gozar siempre y cuando se libere, antes de adentrase en el libro, de todos los prejuicios literarios establecidos; pues uno de los primeros rasgos que podremos apreciar en los poemas de Hernández Bravo es su alejamiento absoluto de cualquier moda o modismo, de cualquier lugar común actual o pasado. Verso a verso el lector puede dejarse sorprender tanto por la concisión estética, como por la utilización de algunas figuras retóricas -como la aliteración- que aquí no se usan para conseguir efectos embellecedores, sino para incitarnos o provocarnos cierta extrañeza y atraer nuestra atención. Así:

Lo emboscado condensa mi deseo.
(pág. 65)

Hernández Bravo aúna, trabaja a la perfección sobre el idioma y con el pensamiento, y desarma un entramado en el que la paja ha sido eliminada y queda, sin merma, como si de un cincel se hubiera servido, la forma limpia, exacta, concentrada de la creación, del poema que, al leerlo o abrirlo, se transforma desde la apariencia de extraña flor hermética en inmarchitable valentía por mostrarnos su belleza sin exotismos, como en el monóstico:

Alentamos el don que nos flagela.
(pág, 33)

Al fin, la sed también como concupiscencia, como deseo de agua; en la paradoja del que vive en una isla: rodeado del agua que no puede beber. De esta manera, la poesía sirve en el viaje no solo de la creatividad, sino en la mismísima existencia humana y sin soslayar sus contradicciones, como la sed le sirve al hombre para ser, aunque implique, siendo, también su agotamiento y (auto)destrucción.
Los posos de la sed no nos dejará sedientos sino saciados para emprender una nueva singladura. Felizmente la buena poesía no es obvia y transcurre en libros como éste.

http://proyectodesvelos.blogspot.com.es/2015/03/los-posos-de-la-sed-de-ricardo.html

martes, 24 de marzo de 2015

Bajo el cielo amazónico y Los sultanes del Yemen, dos nuevos libros de viajes

Bajo el cielo amazónico y Los sultanes del Yemen, dos nuevos libros de viajes

dp13Dentro de su colección de viajes Dando pata, Baile del Sol ha publicado recientemente dos nuevos títulos: Bajo el cielo amazónico, de Leoncio Robles, y Los sultanes del Yemen, obra de Enrique Mercado.
Bajo el cielo amazónico es un relato dedicado “a todos los indígenas amazónicos, que resisten a pesar de tanta maldad institucional” y “a los colonos de todas las cuencas amazónicas que han sabido respetar territorios comunales indígenas”. Así mismo, su autor, el periodista Leoncio Robles, se acuerda en su dedicatoria de los líderes peruanos que fueron asesinados en septiembre de 2014 mientras luchaban contra la devastación de los bosques.
Con este preámbulo es de imaginar que no nos vamos a encontrar con un relato amable de viaje sino con una denuncia de la actividades extractivas que devastan bosques, fauna y flora en la amazonia peruana; una mirada a un lugar en el que las aldeas indígenas ven peligrar su modo de vida a causa de la contaminación de los ríos por vertidos petrolíferos y por la minería de oro.
Leoncio Robles, que también rodó un documental sobre este mismo tema, nos describe todas estas situaciones y la violencia que descubre en algunos de los escenarios que visita. Bajo el cielo amazónico nos presenta una serie de personajes fascinantes, ligados a una tradición mágica, que luchan por salvaguardar su entorno vital.

Sobre el autor:
Leoncio Robles (Huaraz, Perú), escritor, periodista free lance, traductor y realizador de documentales de temas sociales y antropológicos en Asia y Latinoamérica. Ha publicado reportajes y fotografías en diversos medios de comunicación de España, como El País, Geo. Motor Clásico y otros. Es autor de libros de secundaria de la editorial española SM sobre temas de cine, fotografía y artes visuales. En 2009 publicó en Ediciones Baile del Sol el libro de relatos cortosCONTRALUCES. En 2014, el libro de viajes BAJO EL CIELO AMAZÓNICO.

dp12Por su parte, Enrique Mercado, en su libro Los sultanes del Yemen, nos acerca un relato autobiográfico basado en el viaje que el autor realizó junto a un amigo en el año 1998 a Yemen siguiendo las huellas del poeta Rimbaud. Aunque no encontraron demasiados rastros de lo que iban buscando, lo cierto es que su viaje se convirtió pronto en una auténtica aventura en la que diversos peligros complicaron su ruta, quizá en toda esa contingencia vital sí hallaron parte del espíritu poético de Rimbaud.
Enrique Mercado consigue también en su relato mostrarnos la personalidad antagónica de dos viajeros impulsados esta vez por la misma idea de mezclar vida y literatura, a la manera de los beatniks. De este modo, el relato se convierte en un recorrido apasionante por un paisaje hostil y poco conocido en el que lo literario y lo vital se dan la mano.

Sobre el autor:
Enrique Mercado, escritor todo terreno, viajero y director de Varasek Ediciones. Su último libro publicado es un ensayo para intelectuales inquietos titulado Cultos de mal asiento (Amargord, 2013). También es autor de las novelas Sangre azul tan roja y Memoria del tiempo breve, así como del libro de relatos 20 estudios de la monotonía y de los poemariosam/pm, Trenes que no pasan de Magritte y La explanada. En palabras de Clara Janés, estamos ante “un escritor extraordinariamente dotado para la escritura”. LOS SULTANES DEL YEMEN(Tenerife, 2014) es su primer libro de viajes.

lunes, 23 de marzo de 2015

Un canto a la cotidianidad

POR MARIO S. ARSENAL , 19 SEPTIEMBRE, 2014
Javier Morales (Plasencia, 1968) / Fuente: Escritura Creativa
Javier Morales (Plasencia, 1968) / Fuente:Escritura Creativa
Sentir la necesidad de escribir cuando se está de vacaciones puede ser algo problemático. Significa que ni en tus días libres eres capaz de estarte quieto o, lo que es peor, que tienes el trabajo por martirio. Mi caso particular es bastante más sencillo y la conclusión es tajante. La necesidad es algo más que una contingencia, qué demonios, es la única forma posible de escribir. Pero como yo no tengo que explicarles nada dado que ustedes me entienden, habrá que seguir delegando en los escritores la responsabilidad de iluminar los postigos de nuestras sombras.
El libro del que quiero hablarles hoy pertenece a un género narrativo que permite puntuales posibilidades expresivas que usualmente la novela no alcanza dada su extensión. No me tiren piedras, existen excepciones. Me estoy refiriendo al cuento como forma concisa que trata de representar una realidad acotada por la acción y el tiempo, no tanto por sus personajes. Javier Morales no es nuevo en este terreno, ya había publicado La despedida (2008) y Lisboa (2011), además de la novela Pequeñas biografías por encargo (Huerga y Fierro, 2013). Su última criatura se llama Ocho cuentos y medio (Baile del Sol, 2014) e incorpora un relato de Gonzalo Calcedo a modo de epílogo. La honestidad me dice que a este libro no le sobra la firma de Calcedo, pero tampoco la necesita. Ocho relatos y medio se sirve de una prosa llana, horizontal, adusta en el mejor sentido de la palabra. Pulsa teclas atrancadas en nuestra realidad como la pérdida de la inocencia, los esbozos de la inmigración, la prostitución laboral encubierta y la búsqueda del sentido de la vida hasta llegar a la soledad aterradora o el brillante conato de una microfobia doméstica.
Las apenas cien páginas de este librito pueden confundirnos, pero se trata de un proyecto ambicioso. Javier pretende sondear la naturalidad del común de los mortales desde la sencillez más noble, la compleja, la que a fuerza de valerse de un vocabulario cotidiano y unas vidas corrientes en grado sumo, acaba por volcar su acento en la quietud de sus acciones, en la inmovilidad de su carácter. De ahí que la hondura de los relatos no recale en otro lugar que en la palabra desnuda y la historia despojada de un ornato que se revela innecesario.
La labor de Javier es tejer pormenorizadamente una retahíla de sucesos que, descontextualizados de la estructura narrativa que ofrece esta escritura, perderían toda su gravedad. Por esto creo que el acierto es doble, primero por no haberse dejado llevar por la mano incierta de la lírica, y después, gracias a ello, por haber sabido revalorizar la cotidianidad desde lo anodino. Confeso admirador de Chéjov, la huella del maestro ruso se hace notar en cada uno de los relatos, pero poco nos importa la influencia, esto sigue siendo cosa de culturetas que no saben qué decir y académicos embarrados en una Literatura Comparada que jamás llegará a concluir en nada. Una nada de la que precisamente se componen estas historias. Por tanto, no hay lugar para la especulación cuentista -tenía muchas ganas de decirlo- sino para el goce puro de la narración desvestida de trascendentalidad. Ocho cuentos y medio tiene la pretensión simbólica de que el medio cuento que falta para componer el número entero de nueve (¿Dante agazapado?) sea cosa del lector. Desconozco si personalmente he logrado armar ese pedacito de historia tambaleante, pero este libro de Javier Morales es como una carretera de historias bajo un horizonte bañado de trigales, extensa aunque reducida parcela de una llanura que despunta a lo lejos de nuestra mirada en la distancia. Desde esa altura, la que permite observar el paisaje desde el camino, van apareciendo los suaves amarillos tostados por el tiempo, los poderosos verdes que anuncian una forma de exuberancia, y se mezclan con el azul de un cielo que amenaza tormenta o con el ocre baldío de la tierra posado en las cunetas. Es curioso que Morales no simpatice con las historias comprometidas y sin embargo haya dado a luz esta hermosa criatura, tan apegada a la realidad, tan misteriosa y tan previsible, tan cotidiana.
Mario S. Arsenal

jueves, 19 de marzo de 2015

David Trashumante: “Vivimos en una sociedad que vive un sistema de muerte”

El Péndulo | Jimmy Entraigües.- David Trashumante es en realidad David Moreno Hernández, un logroñés radicado en Valencia que aúna, en todas sus facetas, la condición de poeta, agitador cultural, creador multidisciplinar,performer… Un espíritu libre y rebelde dispuesto a participar y colaborar en toda propuesta cultural que suponga una bocanada de aire fresco.
Autor de ‘Parole, parole y otras palabras’ (2006), ‘El amor de los peces’ (2014) y ‘Tacto de texto’ (2014), Trashumante acaba de publicar, a través de Baile de Sol ediciones, un poemario titulado ‘A viva muerte’.
Con la disidencia y la desconformidad por bandera David Trashumante nos propone adentrarnos en los territorios de la parca desde varios puntos de vista y desde diversas aproximaciones. Para hablar de la muerte, la disidencia y la poesía, nos reunimos con el autor para conocer hasta qué punto su poemario nos acerca o nos separa del suspiro final
Trashumante ahonda en el tema de la muerte en su nuevo poemario.
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Trashumante ahonda en el tema de la muerte en su nuevo poemario.
El Péndulo: El título de la obra, ‘A viva muerte’, ya juega con un oxímoron que más que un metáfora sobre términos opuestos invoca a la plena vitalidad de la muerte, ¿qué esconden los poemas de este trabajo?
David Trashumante: Es un grito muy vital nacido desde la mayor de las oscuridades. Por un lado, la primera parte del libro que aborda el miedo a la muerte, es donde voy intentando llevarme, a través de la poesía, a ese momento, intento conjeturar cuáles son las sensaciones físicas, fisiológicas, emocionales…, de una persona que fallece y voy pasando de ese punto de ancla por varios aspectos tanto de cómo se muere uno, cómo se mueren los demás hasta echar mano de mi pobre biografía en cuanto a la muerte hasta intentar hablar de ese limbo, de esa zona oscura, de ese punto de no retorno que no sabemos que hay y…, luego ya empiezo a abordar el tema de la muerte desde un plano más político y social. Es decir, cómo concebimos la muerte en la sociedad, como esta sociedad nos impone una muerte en vida…, empiezo a tocar el tema de la eutanasia, la pena de muerte, el aborto…, en fin, voy tocando todos aquellos temas susceptibles que se refieren a la muerte.
E.P.: Pero el simbolismo de la muerte también va asociado al tema de la resurrección y el renacer.
D.T.: Es ese sentido el libro no es nada vital. No hay un consuelo en el que vayamos a desaparecer o no desaparecer o…, no desaparecemos porque somos energía, no hay ninguna pregunta sobre otra salida, no hay solución de continuidad. Aborda la muerte desde un punto más trágico que es la pérdida de la conciencia. Lo que tienes que cogerlo ahora, tienes que empezar desde ya, no creo tanto en ese crecimiento que nos habla del espíritu y…, no, no, no. Tienes que cogerlo ahora, ahora es cuando existen los problemas, ahora es cuando tienes que hacer tu revolución interior, ahora es cuando hay que hacer las cosas. El tema está tratado desde ese punto de vista. De aprovechar el ahora porque luego vas a desaparecer.
E.P.: Incluyes, antes de cada poema, la cita de un poeta o una poeta vinculada a la muerte, un especie de homenaje ante el hecho de la muerte. Citas a Buñuel, Pizarnik, Miguel Hernández
D.T.: Sí, hay como un juego. Pizarnik, en concreto, es una poeta muy potente en ese sentido. He intentado buscar poetas que hayan tratado el tema de la muerte desde su obra o…, su coqueteo con la muerte. Luego hay un juego muy interesante y es que hay un montón de ‘últimas palabras’, de gente conocida, y esas citas me parecían muy interesantes sobre qué se dice en el último momento. Hay una de un poeta alemán…, Heideberg, creo (en realidad se refiere al poeta Jakob Haringer que dijo “Me cago en el mundo”, página 94 del libro) que…, manda un poco a la mierda a la vida en sus últimas palabras. Sus últimas palabras son para decir ‘qué asco’ y…, ese último instante, lo que cada uno dice, me pareció muy, muy interesante de explorar dentro de los poemas.
E.P.: También juegas a un efecto visual, con los textos, muy potente. Variando los tipos de letra, cambiando las reglas visuales de la lectura, incluyendo lecturas forzadas o generando muchos espacios en blanco.
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‘A viva muerte’ es el nuevo trabajo literario de Trashumante.
D.T.: Sí, sí. Tienes toda la razón. El poema propuesta tiene una clara connotación antiimperialista ya que el libro está muy marcado por una ideología como la mía que es anticolonial, anticapitalista y sobre todo antineoliberal y contra la cultura yanqui que tanto daño ha hecho a la nuestra y a Sudamérica y…, esa colonización que nos ha metido el cementerio de Arlington hasta la sopa como esa cosa del patriotismo como si fuera nuestro y…, digo ‘yo también tengo mi patria’ y ‘tengo mis caídos’. Me pareció interesante el proponer al lector que haga una lectura distinta que la de izquierda a derecha… Pusimos los nombres muy chiquititos y…., aunque sean famosos, es la memoria lo que nos puede quedar a la disidencia que es amplia y es global.
E.P.: Pero la poesía puede tener un valor de disidencia y de unión, sea de un signo u otro; también los disidentes se unen y se reúnen, ¿no?
D.T.: Sí, claro, por supuesto. Englobo este libro, en concreto, dentro de una corriente poética que se llama ‘la poesía de la conciencia crítica’ que muchos de los poetas que han firmado el libro de condolencias que hay dentro de ‘A viva muerte’, forman parte de ella. Y, prácticamente, sus postulados vienen a contar es: dejamos espacio, es decir el lugar que debe ocupar la poesía lírica, en estos momentos, se puede llegar a entender que mira para otro lado, a lo que está sucediendo en el día a día real. Que la poesía debe estar un poco más pegada a los problemas y sobre todo a las injusticias, a todo lo que está sucediendo y que el poeta vale para ser un vocero de ese tipo de cosas. Casi me atrevería a asegurar que vivimos tiempos de guerra a nivel dialectal, cientos de palabras se meten en nuestro discurso, está a la orden del día comentarios como ‘pagos en diferido’ y todo este léxico tóxico que nos meten y…, entonces es un momento en que la poesía se pueda posicionar en ese sentido.
E.P.: Pero en la lengua castellana siempre hemos tenido una poesía combativa y no solo en Latinoamérica comoNeruda, Benedetti Gabriela Mistral sino aquí, en España, con Miguel Hernández, Lorca, Pepe Hierro…, siempre hubo una poesía contestataria al poder, ¿vosotros recogéis el testigo de esos poetas?
D.T.: A ver, yo coincido contigo, nunca ha desaparecido la poesía combativa porque el combate existe y luego…, los poetas y las poetas creo que somos profundamente humanistas. Al margen de los partidismos creo que todo ese tipo de energías contestatarias siempre han terminado siendo negativas, que han sido absorbidas por algún tipo de partido, siempre se han politizado y…, ha habido reflotes a lo largo de la historia pero, de un tiempo a esta parte, sobre todo a raíz del nacimiento de la poesía de la conciencia crítica, cogen toda esta poesía y la cosa empezó a banalizarse y la propia experiencia se ha utilizado, salvando excepciones como el poeta Fernando Beltrán dentro de la poesía de la experiencia, y…, esa banalización la estamos viendo a diario. Se usa ‘el rojeras’, ese ‘rojeras’ simpático pero no se usan nombres y apellidos y la ignominia tiene nombres y apellidos y ahí es donde creo que la frontalidad de la poesía de la conciencia crítica da un paso más allá aparte de que, en lo general, propone postulados más libertarios, ácratas, está más a la urgencia de lo que sucede. Creo que es un palo natural del poeta ser crítico y por eso ahonda mucho ‘A viva muerte’. Vivimos en una sociedad que vive un sistema de muerte y creo que el poeta es un glosador de la existencia…, incluso ya sea la tristeza, ya sea el dolor pero lo hace desde esa vitalidad de ‘estamos vivos’. Sin embargo estamos llegando a un punto social en el que la vida, con lo bueno y lo malo, está como abolida, lo único que quieren es gente sumisa, que entregue su libertad por seguridad, estabilidad, que no pase nunca nada, que todo lo que pase, emocionalmente, este controlado por los mass media o…, toda experiencia emocionalmente potente en la vida está relegada ya a espacios espectaculares nada más.
David Trashumante durante un momento de la entrevista.
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David Trashumante durante un momento de la entrevista.
E.P.: Es una poesía que rechaza la homogenización del pensamiento.
D.T.: Totalmente. Desde los años 90’, con el auge de la globalización, que es lo que se pretende. Es decir, abolir la pluralidad cultural. ¿Por qué? Porque cientos de miles de pequeñas culturas son incontrolables y sobre todo cómo se relacionan entre sí y cómo van a evolucionar, sin embargo una sola es mucho más fácil de controlar y…, se ha notado mucho esa manera de apropiarse de todos los espacios, de no dejar de achicar los huecos, de dejarnos relacionarnos desde la pluralidad y desde la libertad.
E.P.: y desde la disidencia según proclama ‘A viva muerte’.
D.T.: Por supuesto, tiene que ser así, desde la disidencia más radical. De hecho, comentaba con un amigo que estamos en un espacio de resistencia. Realmente vivimos en una línea de dificultad y lo único que podemos hacer es resistir y…, contra esa resistencia también se revela este libro, intenta morder y alterar a lo poético y a los poetas. Creo que también tienen gran parte de culpa sobre lo mucho que nos pasa en cuanto que la gente le ha dado la espalda a la poesía.
E.P.: David, muchas gracias por atendernos y que ‘A viva muerte’ abra su espacio entre los lectores de poesía y que otros nuevos también se sumen a tu propuesta.
D.T.: Gracias, de verdad. Mira, es un momento de ir a por las personas. Hay lectores cómplices y busco mucho los espacios de confrontación y si voy a un mercado, una plaza o una calle a leer poesía encuentro que, de las veinte personas que asisten, quince me odian, pero diez están dispuestas a conectar y eso para mí es suficiente, así que…, gracias a vosotros por abrir esta ventana.

martes, 17 de marzo de 2015

Pisadas en la nieve sucia, recorrido por la derrota Entre la desilusión y la melancolía

Publicado el Martes 17 de marzo de 2015, a las 00:05h


Pisadas en la nieve sucia
Portada del libro de Ismael Cabezas.

Título: Pisadas en la nieve sucia
Autor: Ismael Cabezas
Editorial: Baile del Sol (2014)
Páginas: 56
ISBN: 978-84-16320-11-0




Alberto García-Teresa – la República Cultural.es


Entre la desilusión y la melancolía se sitúan la casi treintena de poemas de esta obra. En ella, Ismael Cabezas realiza un recorrido por la constatación de la derrota existencial y social con dicción clara y registro narrativo, aunque mantiene una buena tensión en los poemas gracias al trabajo de síntesis.

Cabezas, quien, según se cuenta en el prólogo, toma como referencia a “la otra sentimentalidad” y las teorías de Juan Carlos Rodríguez (a pesar de que su primer poemario data de 1999), escribe desde fuera, aunque se sumerge en la precariedad laboral hasta afirmar que “ahora pertenezco a los excluidos”. El poeta habla de la gente trabajadora, empobrecida, que queda fuera de la imagen ideal de la publicidad, que malviven con sueldos de miseria o están desempleados.

A pesar de que el autor se refiere a ellos como “gente a la que presto mi palabra”, lo cierto es que el anclaje del “yo” continúa ubicándose en él como sujeto, pues Cabezas retrata, recoge escenas (como la de la oficina del INEM), alza una mirada panorámica para centrarse en esas otras personas que no constan en la imagen pública del Estado del Bienestar o en el de la recuperación económica. El “yo” se acerca, dialoga con ellos y aporta pinceladas de su situación. De este modo, pareciera que el poeta paseara por los suburbios y tomara nota en sus versos de lo que observa. Es por ello que domina una pretensión realista, documental, hasta el punto de que podríamos afirmar que Pisadas en la nieve sucia resulta un poemario costumbrista.

El volumen arranca así, con varios poemas que abordan ese conflicto, aunque paulatinamente se abandona. En efecto, el libro va virando hacia lo autobiográfico, y se acumulan las referencias culturales y las alusiones a la infancia, tanto propia como de otras figuras de su familia. De hecho, varios poemas aparecen escritos dentro de las coordenadas de la “poesía de la experiencia”. En cualquiera de los casos, Pisadas en la nieve sucia se trata de un poemario centrado en las personas. La mirada del autor se detiene en ellas y reconstruye someramente sus vidas.

Sin embargo, en todo el libro persiste una mirada melancólica, de sueños perdidos, de aspiraciones abandonadas, que llega a abrumar. Habla, no en vano, también del movimiento contestatario con desilusión, con desencanto, envolviéndolo en un aura romántica, como si de algo del pasado, sólo sostenido por el ardor juvenil, se tratara. El tono, en definitiva, refleja que se escribe desde la asunción de la derrota, desde la resignación, que desactiva toda posibilidad de rebeldía en el presente.



http://www.larepublicacultural.es/article9952.html

viernes, 13 de marzo de 2015

Los Sultanes del Yemen. «Destellos de las visiones de Rimbaud y de los sueños del reino de Saba»





Gloria Porta 13 marzo, 2015 Responder

Desde allí se ve la roca que debió inspirar a Rimbaud sus mejores pensamientos sobre Adén. A los pies de aquélla, se extiende la ciudad aplanada, gris y polvorienta, imperceptiblemente sacada de su sopor por bandadas súbitas de niños en bicicleta y por los cuervos que no respetan desperdicio y graznan atrevidos desde el minarete de una mezquita cercana.


Guardo un recuerdo fascinado de las versiones hollywoodenses del lejano oriente que en mi infancia eran comunes en la sobremesa de los sábados. Esto era antes de que supiéramos lo que era la tele a color, pero eso era lo de menos, ya que los tonos que no se veían en aquellas teles en blanco y negro de tubo catódico los ponía nuestra imaginación. Aquellas películas sublimaban una imaginería originada por relatos de antiguos viajeros, y que había sido embellecida por aquellos que, aún sin desplazarse allá, adornaron el relato exótico con el producto de sus fantasías. Oriente contemplado desde Occidente tiende a la ensoñación; tal vez por ello es necesario atravesar el velo del estereotipo romántico, y posiblemente nos encontraremos con orientales que a su vez nos contemplan a nosotros desde sus propios lugares comunes.

Tratando de emular a los viajeros de antaño, Enrique Mercado nos narra en Los sultanes del Yemen (Baile del Sol, 2014) su periplo por las tierras del Golfo de Adén tras los pasos deRimbaud, cuando el poeta dejó atrás Francia para convertirse en mercader colonial. Quien compuso versos sería ahora comerciante de café o traficante de armas, como si fuera el anverso y el reverso de la expansión europea por el planeta. El Yemen de 1998 que visita el autor en compañía del taciturno Varasek parece no hacer justicia a los versos de Rimbaud, aunque sí a sus más prosaicos mercadeos. El viajero encuentra un país en el que la antigua influencia soviética ha dejado su impronta en algunos edificios de rancia decoración interior y la omnipresencia de la Pepsi que, junto con el agua embotellada, son la bebida por la que optan los turistas que desconfían de los microorganismos del agua local sin tratar.


Sólo ruinas y fragmentos de casas difícilmente de pie, deshabitadas no sólo por el hombre, sino por la historia. Las piedras talladas a mano y las destalladas por los fenómenos tienden a unificarse bajo un sol vertical, sin tapujos ni sombras.




Autorretrato de Rimbaud en Harar (Etiopía), 1883 (Wikipedia Commons)

En su intención de decidir ellos la manera de desplazarse, nuestros protagonistas acaban viajando con un chófer de costumbres anárquicas y no muy de fiar, llamado Kemal, al que bautizan descriptivamente como «Qué Mal». Hay que decir que la falta de adherencia en los horarios y su resistencia a llevar a sus clientes allá donde deseaban era sin duda frustrante para éstos, no así para el lector, que asiste a una serie de peripecias en las que Richard Burton[1]se encuentra con Abbot y Costello. Sospecho que Enrique y Varasek hubieran preferido viajar en compañía deHassán, que gracias a los antiguos vínculos comunistas del Yemen, había estudiado en Cuba, y a quien encuentran acompañando a un contingente hispano. Hassán presenta una hibridación ideal entre el Golfo de Adén y el Caribe, pero esto es una excepción en donde los beduinos no acaban de aceptar que sus tierras como destino turístico, y no es inusual que la muchachada local se lie a pedradas con los visitantes (y quien sabe si no serían capaces de rebelarse contra ellos a la más radical manera de De repente, el último verano[2]).


A fuerza de no ver nada, uno acaba viéndolo todo. En El Yemen los hombres ven en la oscuridad, como los gatos. De vez en cuando, Qué Mal pisa el freno y silba y lanza piropos a un grupo compuesto por dos o tres bultos oscuros.


El hecho de que una parte del pais estuviera históricamente alineada con la URSS no parece reflejarse en una relajación del más tradicional dogma islámico: durante el viaje de Enrique y Varasek, las mujeres, más allá de las turistas occidentales, no se manifiestan sino bajo la forma de ocasionales bultos negros indescifrables para los visitantes. Los locales, sin embargo, parecen acostumbrados a descodificar la voluptuosidad oculta bajo los pliegues del niqab a partir de aquello que revelan los ojos y los tobillos (e, imagino, la envergadura del bulto). Con todo, soy un poco excéptica respecto a la pericia de los yemeníes a la hora de adivinar la belleza bajo el velo, más que nada por el hecho de que el autor, sólo por llevar pelo largo recogido en coleta, es confundido constantemente con una mujer, pese a que su físico y pilosidad facial desmentirían tal cosa a los ojos del occidental más despistado.



Adén en 1930 (Wikipedia Commons)

El alcohol es otra de las ausencias debidas a la influencia del Corán. Nuestros viajeros lo compensarán con una petaca que les hará más llevadero el omnipresente refresco de cola que vendía Joan Crawford. Ocasionalmente, algún guía pillastre ofrecerá a los visitantes la opción elaborada clandestinamente, que sólo parece aceptable a quienes no han tenido la opción de libar espíritus elaborados con más competencia. Como suele pasar, las prohibiciones estrictas no sólo incitan a su quebrantamiento, sino que decantan a la gente a opciones no prohibidas pero no por ello menos perjudiciales. El autor tendrá ocasión de constatar la desaforada afición de los guías a hacerse con hojas de qat para mascar y Kemal/Qué Mal se desviará más de una vez del itinerario por hacerse con un buen manojo de estas hojas de efecto narcótico.

Aún así, el peligro y el misterio no han abandonado los periplos por estas tierras; el asfalto no llega a todos los lados y tanto las dunas como los pedregales del desierto no se rinden fácilmente a quienes los quieren penetrar. Bajo el humor del relato, y pese la general falta de concordancia entre lo imaginado previamente y lo vivido in situ, y de la banalización de los antiguos ritos para consumo turístico, persisten destellos de las visiones de Rimbaud y de los sueños del reino de Saba.

Notas:

[1] Me refiero en este caso al explorador, claro.

[2] Suddenly, Last Summer, película dirigida en 1959 por Joseph L. Mankiewicz, adaptación de la obra teatral homónima de Tennessee Williams.




http://www.tanyible.com/los-sultanes-del-yemen/

jueves, 12 de marzo de 2015

A viva muerte, del poeta y agitador cultural David Trashumante

s159A viva muerte no es la última colección de poemas del poeta y performer David Trashumante sino que pudo ser la definitiva. Y es que uno puede morir en vida pero sobrevivir a la muerte nunca. Sin embargo, eso es lo que ha hecho David, sobrevivir a una escritura obsesiva y contestataria durante dos años para contarnos qué es eso de la muerte y, sobre todo, a dónde vamos cuando vivimos.
 A viva muerte, se nos aparece como un libro de poemas lúcidos, ácidos y sorprendentes que giran en torno al tema de la muerte desde la imposibilidad de su vivencia física. Morimos solos, pero todos somos cómplices de los que mueren en cualquier parte del mundo por la guerra, la pobreza, la pena de muerte, la enfermedad... Pero para cómplices, poetas como Dionisio Cañas, David Benedicte, Raúl Zurita, Ángel Guinda, Antonio Orihuela, Ana Pérez Cañamares, Enrique Falcón, Pedro verdejo y Alberto García Teresa que acompañan con sus firmas el libro de condolencias que, a modo de prólogo, abre este poemario.
En A viva muerte, el poeta se muestra como es: un navegante de múltiples recursos, un trashumante, en el sentido amplio de la palabra, siempre en busca de buenos pastos. Así transita del poema propuesta, pasando por la crónica de sucesos, a la elegía o el haiku.
 Y no solo trashuma por las poéticas, también lo hace por los soportes. Así este libro tiene también un alma etérea que se materializa en algunos videopoemas que lo acompañan y sobre todo, en un disco online con 14 temas interpretados junto al músico Alejandro de Sousa y grabados en los estudios valencianos de Pares o Nones Records. Un mix para reivindicar que la “lectura” de poesía no debe ser exclusivamente literal.
 Si este libro es cuerpo y alma, el espectáculo homónimo, que se estrenará allá por abril en el teatro Círculo, es la carne. Porque la poesía también es acción, movimiento y todo lo demás.
  
ENLACES

Sobre el autor
dtranshbnwebDavid Trashumante (Logroño, 1978). Heterónimo de David Moreno Hernández. Es persona, poeta, performer, creativo freelance y agitador cultural.  Vive en Valencia.
Ha publicado: Parole, parole y otras palabras (Ed. Trashumantes, 2006), El Amor de los Peces (Unaria Ediciones, 2014) y Tacto de Texto (Ed. del 4 de Agosto, 2014).
Actualmente desarrolla diversos proyectos de poesía.

miércoles, 11 de marzo de 2015

SULTANES DEL YEMEN

por Miguel Baquero

/Autor: Enrique Mercado.
Editorial: Baile del Sol.
Nº páginas: 186

/ Este es el libro de un viaje que, en 1998, emprendieron dos poetas a un lejano país, Yemen, guiados sólo por el incentivo de que en aquellas regiones prácticamente desérticas pasó sus últimos portada sultanes del yemendías, dedicado al comercio y desentendido de la poesía, Arthur Rimbaud, el gran Rimbaud, el mítico Rimbaud. Con el objetivo de conocer por si mismos aquellos lugares, Enrique Mercado, el autor de este libro, y Antonio Cordero, en este texto Varasek —«Cordero» en ruso— emprenden viaje, y apenas pisar aquel apartado lugar del globo, en la primera línea del texto, surgen los primeros problemas…
 Porque Mercado y «Varasek» han decidido ir por libre, al margen de los circuitos turísticos que, entonces —insisto, 1998; hoy seguramente ni eso— les aseguraban tranquilidad y un viaje plácido. Muy al contrario, ellos deciden contratar a un guía —quien, como pronto descubrirán, pese a sus promesas no parece conocer tan bien el país— y circular en todoterreno a su aire… siempre que les es posible, porque cuando no se estropea el vetusto vehículo o pincha en mitad de las dunas, son interceptados por los naturales del lugar, que al ver su aspecto y el poco dinero que podrían sacar, posiblemente, con su secuestro, al final deciden dejarlos que sigan su camino.
 Un camino que es el de dos poetas, ya se ha dicho, dos sujetos extraños —sobre todo uno de ellos, que en medio de esas regiones se recoge el pelo en una coleta y a menudo es confundido por ello con una mujer— que no buscan tanto llegar a su objetivo, Adén, ciudad donde se ubica el almacén comercial en que se alojaba Rimbaud, como mantener los ojos lo más abiertos posibles ante las incidencias del camino: fotografiar a las gentes con las que se cruzan —lo que algunas veces origina que sean apedreados—, observar el cielo por la noche, distinto en aquella latitud, la ropa tendida en las ciudades…
 «La ropa tendida es una de las últimas señales de humanidad que quedan en el planeta. / He visto ropa tendida en los lugares más esquivos del orbe, en ventanas inmundas de grandes urbes, y en el lindero de plantaciones de fresa y algodón»
 …componer poesías súbitas en los momentos de descanso, conocer a tipos extraños, llegar a viejas ruinas, o a ciudades de barro, como termiteros, entrar en baños laberinticos en funcionamiento desde hace siglos, o asistir, impresionados, a la omnipresencia… de la Pepsi-Cola, cuyos cárteles, en 1998, bordean todas las carreteras, se hallan encima de todos los surtidores de gasolina, y contra cuyas latas practican el tiro con pistola o kalasnikov los yemeníes.
 Escrito en un estilo único, de extraordinaria calidad, en que el rasgo rápido y ligero del juego de palabras se alía en el mismo párrafo, en ocasiones en la misma frase, con el aliento sobrecogido de un poeta, «Sultanes del Yemen» es mucho más que un libro de viajes al uso, escrito por un amante de los periplos exóticos y en el que se recopilan múltiples anécdotas. «Sultanes del Yemen» es una humilde, pero sincera, invitación a compartir los pasos, y la mirada, de un viajero admirado por lo que ve, sorprendido por la sorpresa a su alrededor, incrédulo todavía por el milagro de hallarse girando en este extraño globo donde paisajes, tipos humanos y poetas antiguos comparten espacio con él.

viernes, 6 de marzo de 2015

STONER

  
STONER. JOHN WILLIAMS
Editorial Baile del Sol
Martes, 03 de Marzo de 2015 10:49 Daniel Lopez Fidalgo

Esta es la historia de un libro bellísimo, de un libro olvidado durante años que no ha tenido el éxito que merece en nuestro país, pero acabará teniéndolo, estamos empeñados en ello. Gracias a editorial Baile del Sol y a su trabajo inteligente podemos disfrutarlo
Stoner es la historia de un hombre común, un hombre vulgar, héroe de su propia cotidianeidad. Un hombre como los de Capra, un hombre como James Stewart, ese americano medio que renuncia a sus sueños fagocitado por la abrumadora presencia de la vida, pre diseñada, que urde sus hilos invisibles como Aracne. Stoner, cuya presencia es una piedra, una losa en cada página del libro es un hombre de Missouri, labrado a la usanza de la vieja América, siempre tan nueva. Medio rural, granja, padres esforzados y favores debidos. Losa de un esfuerzo de la generación precedente con el que uno parece sentirse siempre en deuda;  esa deuda es la losa, el peso que se transporta sobre la espalda. La lucha por la vida en un ideal casi barojiano, la universidad americana, el esfuerzo. Después la vida anodina, la falta de estímulo, la mujer melancólica que distancia del afecto, luego una hija, más tarde los problemas, la persecución del malo, siempre hay un malo en nuestras vidas, Lomax es el malo de Stoner.
El tedium vitae, el envejecimiento prematuro, la vida que se escapa y no hay quien la detenga. No se puede detener la vida. Después el aire fresco, el nuevo impulso vital, la primavera postrera que llena de ilusión los días de amargura como en una libertad condicional bien merecida. Ecos que luego se verán en Coetzee. Stoner acepta con resignada fuerza los avatares intangibles del destino. Stoner es un estoico.
Stoner es un poco Holden Caufield y un poco Hans Castorp. Stoner presta su carne al drama de la existencia, al pasar de las horas que hieren hasta que la última produce, como en el adagio latino, la necesaria consecuencia. Stoner es un libro inmenso en su simplicidad, una historia que nos suena, tal vez la estemos viviendo o la hayamos vivido. Tal vez seamos Lomax, o la señorita Driscoll, o tal vez seamos Stoner.  

jueves, 5 de marzo de 2015

Brisa que recorre el mundo




Nacho Tajahuerce Sanz
El rostro del mundo
Baile del Sol, Tenerife, 2014


BRISA QUE RECORRE EL MUNDO

Hay libros comprometidos por un mundo más justo y habitable y libros íntimamente ligados a la esencia misma del ser humano. Ambas clases de libros son necesarias en poesía. En El rostro del mundo (Baile del Sol, 2014), el último poemario de Nacho Tajahuerce, estas dos sensibilidades parecen convivir sin necesidad de solaparse ni de darse codazos: el libro del compromiso social no estorba ni predomina sobre el libro de la intimidad. Se suceden, se dan la mano, se complementan. En esto, el poeta parece conciliar dos grandes tendencias, en otro tiempo enfrentadas, de la poesía española: la de los autores adscritos al canon figurativo y la de aquellos otros ubicados en un territorio metafísico de confusa acotación. 

Y es que, por una parte, como Aristóteles, también Tajahuerce sostiene que el ser humano es un zóon politikon (es decir, un animal político) y, por tanto, toda expresión cultural no escaparía a esta idea de que cualquier actividad humana está ligada a una concepción política. Esto, sin duda, suscita una doble pregunta, que el propio autor parece poner sobre la palestra de una manera muy sutil en El rostro del mundo: ¿Qué cometido se le otorga a la poesía contemporánea en esta realidad globalizada que es el siglo XXI? Y en consecuencia, ¿qué papel podrá desempeñar el compromiso en un mundo que no parece capaz de proponer modelos políticos, socio-económicos e ideológicos como alternativas al neoliberalismo capitalista?

Que Nacho Tajahuerce sea un autor comprometido y conocedor de su responsabilidad civil y artística no está reñido con ser consciente de las limitaciones que la palabra padece para incidir de forma efectiva en la sociedad a la que uno pertenece: “las palabras han perdido todo su significado,/ como los amigos inservibles, / como los rayos de sol al atardecer”. Pero también sabe que la exigencia formal va en detrimento de una estética comunicable que supedita ese “arma cargada de futuro” a un lenguaje sencillo y a un tono coloquial. 

Aunque su voz poética no aspira a vivir en los pronombres ni a convertirse en altavoz de quienes padecen las injusticias sociales, el sujeto que está detrás del discurso acepta dirigirse a la segunda persona del singular para que el mensaje sea lo más directo posible, pero siempre dando cuenta de una realidad inestable de la que él también forma parte: “La solución/ disimula detrás de ti./ Lástima que no tengas ojos/ en la nuca”.

Dicho todo lo anterior, resulta obvio que Nacho Tajahuerce valora la poesía como un discurso útil y que esa utilidad se entiende desde unos términos de realismo y verosimilitud: según él, la poesía es necesaria sólo si guarda relación con la vida corriente de un mundo contemporáneo. Por eso, la utilidad de su poesía es más una utilidad ética que política.

En ocasiones, parece que el autor trata de eliminar las barreras entre lo público y lo privado, lo que a su vez implica diluir aquella falsa dicotomía entre “pureza” y compromiso. La evidencia de que toda poesía refleja el tiempo en que fue escrita pone de relieve la oposición artificial entre una estética incontaminada por el mundo y otra atenta a la pulsación cotidiana. 

Pese a que Nacho Tajahuerce es consciente de que el mundo no se puede reinaugurar, sigue confiando en el impulso transformador que supone todo acto creativo. Es la suya, en consecuencia, una poesía abiertamente realista y enraizada en la ética, una poesía desde y para la vida. 

Tajahuerce es una suerte de flâneur posmoderno, un personaje que transita por un mundo contemporáneo lleno de paradojas y sinsentidos: el ser humano como ente social pero que vive en soledad, que busca la cara esperanzadora del progreso pero encuentra la cruz amarga de la marginación. Ante este panorama desalentador, Tajahuerce emplea su mejor arma: la ironía, esa forma distinguida del humor que mejor sortea cualquier atisbo de patetismo. Nacho Tajahuerce sabe bien que el desenmascaramiento retórico es un proceso ineludible para conseguir el desenmascaramiento ideológico. Por ello, ataca, desde dentro del poema, los sistemas de representación del poder y asume que la transparencia de la lengua es la mejor estrategia combativa. 

Existe una dicotomía retórica en su poesía, como antes señalaba: una vía de corte realista que inaugura el libro y otra de ascendencia simbolista, presente en la segunda parte, donde se esgrime un patrón estético fundamentado en el adelgazamiento o en la práctica desaparición de la anécdota: “Somos la brisa que recorre el mundo”.

La desmitificación del arquetipo de poeta es una de las mejores bazas del autor para conseguir esa pátina de “normalidad” en el desarrollo de la actividad poética, como bien refleja este verso sentencioso: “Fermín Cacho fue el mejor poeta de finales del siglo XX”. Es decir, el poeta como un atleta de fondo que practica la soledad para muscular el pensamiento.

Resulta evidente que, para el autor, el compromiso ya no sirve de soporte para un yo heroico, sino que se traslada hacia el personaje común y, en ocasiones, incluso marginal: el hombre de la calle acomoda su máscara rutinaria al rostro del autor (que termina por ser el rostro del mundo), cronista objetivo de las desigualdades e injusticias actuales.

Nacho Tajahuerce, en resumen, concibe el poema como una herramienta susceptible de transformar la realidad que presenta. Esa utilidad resulta el elemento mediador entre la historia y las historias (es decir, entre la Historia con mayúsculas y la intrahistoria o acontecer cotidiano). Poesía como instrumento de protesta ante la pasividad y la injusticia sociales. Poesía como territorio donde atreverse con los conflictos colectivos o reivindicar las utopías comunitarias. Y también, dentro de esa posmodernidad en la que se inscribe El rostro del mundo, poesía como expresión del desengaño derivado de la incapacidad del lenguaje, el discurso o la mirada para dotar de coherencia al mundo. Pero también poesía, al fin y al cabo, como la mejor manera (y la más hermosa) para intentarlo.


Jesús Jiménez Domínguez

[Revista Clarín, nº 114, págs. 66-67]