viernes, 31 de enero de 2014

Mi vida con Potlach



Ediciones Baile del Sol, Tenerife (España), 2013


«Mi Vida con Potlach» es la primera novela de la poeta Inma Luna, antropóloga y periodista madrileña, publicada en 2013 por la editorial tinerfeña Ediciones Baile del Sol.
Relato en forma de diario, iniciado por prescripción facultativa, cuyo protagonista, en puertas de la mediana edad, atraviesa una etapa crítica de su vida, un tiempo de cambios radicales. Luis es un excéntrico personaje, al borde mismo de la locura. Cuando su vida anterior se desmorona, y él mismo se vuelve un juguete roto, decide agarrarse al orden más estricto como tabla de salvación e iniciar una nueva vida.
Su singular remedio consiste en llevar una vida de eremita, pero no en una cueva, sino trabajando como contable en una inmobiliaria y viviendo en un desangelado barrio del extrarradio de Madrid. Sin más compañía que la de un perro, y decidido a esquivar el trato con las personas para evitar todo daño, se empeña en su propósito de tenerlo todo bajo control.

Blogs de INMA LUNA.






Esta novela, hecha de frases cortas, directas, con un lenguaje relativamente sencillo y moderada extensión -poco menos de 300 páginas-, engancha al lector con su poderoso arranque. Tiene forma de diario y su narrador y protagonista coinciden en la persona del estrambótico Luis, informático en una universidad de Madrid. Por prescripción facultativa empieza a escribir su diario en medio de la carísima calma de una clínica psiquiátrica de lujo.

El ritmo narrativo de «Mi Vida con Potlach» sufre importantes cambios. El diario de Luis se ralentiza o acelera de forma paralela a cómo evoluciona la vida de su autor, cuya trayectoria vital, en parte excepcional y en parte muy común, es decir, como una vida cualquiera, como todas las vidas, va desvelándose de forma muy paulatina.

Luis llevaba una vida aparentemente normal, lo que quiera que ello signifique y de pronto aquella, como su cabeza, se desmorona, revienta por la presión. El desencanto con el trabajo, la decepción en el amor, el estrés provocado por una vida a la que Luis parece no adaptarse o con la que no se conforma, el mundo, en general, al que encuentra absurdo y sin sentido, lo suman en “estrés patológico”. Tan parco y genérico diagnóstico tiene, sin embargo, un elevadísimo coste.

Su diario es inconstante, como el propio Luis. Se interrumpe durante largos períodos, en los que no obstante intuimos que no ocurren grandes cosas. De forma acorde con su hastío vital y extrema apatía, la escritura de Luis no se mantiene como un propósito constante y el hallazgo casual del ya olvidado diario da lugar a su reanudación.

En «Mi Vida con Potlach» hay una vida vieja y una vida nueva,  un antes y un después del internamiento de Luis, hasta cierto punto voluntario, y del que acaba dándose a sí mismo el alta. Se vuelve demasiado consciente de que a los médicos, como a los hoteleros, les beneficia, una prolongada estancia del paciente-huésped y, sobre todo, pierde la fe en la utilidad del tratamiento, entre otros descreimientos que le van llegando a nuestro protagonista en su avance por la vida. Llega a la conclusión de que sólo él puede curarse o salvarse a sí mismo.

Comienza una nueva vida, que es sin embargo una deliberada no vida, en la cual el narrador-protagonista quiere ante todo protegerse de un mundo que percibe insatisfactorio, amenazador y hostil. Pretende la salud, un mínimo equilibrio, imponiéndose un orden de tal calibre que paradójicamente pide a voces el adjetivo enfermizo. Sus mecanismos de defensa son el aislamiento, la rutina, el orden y la meticulosidad. Luis aspira a vivir como un eremita en medio de un inhóspito barrio obrero de la periferia de Madrid, y ejerciendo su nuevo oficio de contable en una inmobiliaria cochambrosa y en pleno hundimiento. A sus compañeros y jefes los encuentra en el fondo despreciables, por vulgares, imbéciles y alienados y, por ello, socialmente adaptados.

Pero se trata de una quimera, de un propósito imposible, delirante incluso. Como el agua o el aire, lo imprevisto, la relación con los otros, las emociones y sentimientos , encuentran indefectiblemente algún hueco por donde colarse. El tupperware ­­–fetiche del protagonista y motivo de la portada de la novela– es un objeto y el ser humano, que respira, que transpira, que produce fluidos y secreciones, come, digiere, huele, no puede emularlo. La risa, el llanto, la ira, los afectos, la excitación sexual terminan por hacer siempre su aparición en escena. Los humanos somos seres sociales, seamos o no individualmente sociables y somos, ante todo, sentimientos. Por mucho que se planifique sobrevienen siempre hechos o circunstancias imprevisibles e incontrolables que nos conducen, incluso a rastras, a lo que es propio de nuestra naturaleza. Vivir es sentir y lo de morir en vida no pasa de ser una frase hecha.

En «Mi Vida con Potlach», a través de las ideas, lúcidas y originales, e incluso tan excéntricas a menudo como el propio protagonista, asistimos a una disección poco misericordiosa de la sociedad entera, en la que se van desgranando aceradas opiniones, por completo alejadas de los tópicos y lugares comunes. El bisturí de Luis abarca cuestiones tan diversas como los tratamientos y clínicas psiquiátricos, las relaciones entre padres e hijos, el amor, el sexo, las relaciones del mundo del trabajo, tanto entre jefes y empleados, como entre compañeros, el abuso, la explotación, las diferencias económicas, la lucha de clases. Incluso el lenguaje y los argots merecen alguna reflexión, como por ejemplo la redicha cursilería de la correspondencia comercial y el perifrástico, críptico y eufemístico del ámbito administrativo y legal. El funcionamiento de la justicia, del Estado y de la burocracia, en general, también son objeto de la implacable y sincera observación de Luis, en el polo opuesto del pensamiento desiderativo (“wishful thinking”), lo políticamente correcto o la mentira piadosa. Esas visiones nos enfrentan al absurdo, la injusticia y la fealdad que frecuentemente nos rodean. Hay alguna que otra referencia incidental a la antropología, ligada a uno de los personajes esenciales en la vida de Luis. Y también reiteradas alusiones a las tareas domésticas, como la limpieza y la compra, con marcada reiteración a la cocina, pasión confesada de la autora, habilidad en la que el protagonista nos cuenta, por excepción y con no disimulado orgullo, su progreso.

Espigadas por las páginas de la novela se encuentran también referencias a esta época de crisis económica en que el empleo precario, el trabajo-basura, ha adquirido increíblemente la condición de privilegio. Lo que antes motivaba la protesta social, y cada cual trataba de evitar para sí  mismo como buenamente pudiese, es ahora considerado como un bien que debe protegerse con uñas y dientes, un bien envidiado y que mirado en retrospectiva por quienes lo han perdido y no tienen mucha esperanza de recuperar es añorado como una situación vital lindante con lo idílico. Algo a lo que adjetivar como basura parece un sacrilegio, un acto de ingratitud, una muestra de falta de sentido de la realidad y una prueba de intolerable insensibilidad hacia quienes ni siquiera tienen eso, ni parece que lo vayan a “conseguir”.

Luis es un juguete roto, un desencantado total, un derrotado por la vida. Al no esperar ya nada de ésta, al estar o considerarse, al menos, de vuelta de todo, no teme perder nada. Apenas tiene preocupaciones económicas. Su nivel de subsistencia, al menos, está prácticamente asegurado para el resto de sus días y carece por completo de ambiciones materiales. Todo eso, junto con su decisión de ser radicalmente asocial, lo sitúan en un plano que le permite opinar con libertad absoluta, sin miramientos, ni cortapisas. Es un frío observador de la realidad circundante. Muy a resguardo de las turbulentas aguas de la crisis económica y por completo indiferente a lo que los demás opinen de él, habla con la sinceridad del que ha abandonado la partido del juego social y ha decidido evitar todo fingimiento o, cuanto menos, con la crudeza de alguien convencido de que se encuentra en esa posición.

Pero surge la paradoja, la contradicción, el conflicto interior, ya que al mismo tiempo siente el aguijonazo de la envidia del hombre común. Anhela vivir sin pensar, sin cuestionárselo todo, el conformismo, la intrascendencia, la superficialidad. Querría zambullirse en la banalidad de los actos sociales repetidos y en las conversaciones vacuas que sin embargo sirven para llenar el vacío de la vida y para ahuyentar la angustia y el desasosiego que brotan de los pensamientos profundos. Luis es consciente, quizá exageradamente, de su diferencia y con frecuencia querría ser uno más, el hombre de la calle, uno del montón, no ser tan lúcido y consciente de todo. Íntimamente se duele de ser el que ve en un mundo en el que la masa ha optado por la ceguera. Le intriga cómo será eso de representar bien un papel en el gran teatro del mundo, actuar con convicción en la función de la vida, caminar como sabiendo a dónde va y no sin rumbo fijo. Se diría que añora ser actor, aunque sea de reparto y hasta mero figurante incluso, en vez del espectador, el observador, el antropólogo que interpreta al grupo humano o el biólogo que disecciona la rana y sabe ya lo que hay en su interior, el que ve lo que los otros parecen no ver o no querer ver.

No se respeta un juego en el que no se aspira a ganar nada, ni a divertirse siquiera. Hay en Luis claros elementos del anti-héroe, que por momentos recuerdan al célebre Ignatius J. Reilly de “La Conjura de los Necios”, aunque Luis tiene un núcleo de valores y de dignidad personal, alguna creencia en la persona concreta y no es rastrero, ni miserable, ni aprovechado. Incluso intuimos que por su aspecto físico debe resultar bastante atractivo para las mujeres, a pesar de su manifiesta ineptitud social, su desgana existencial, su carácter esquivo y su incapacidad para afrontar muchas situaciones de la vida corriente.

En «Mi Vida con Potlach» se desvela también el engaño de las apariencias, el timo o falsedad de la felicidad de anuncio, de revista de decoración, de fin de semana en “casa rural con encanto” y resulta que lo más bello, lo más deseable y necesario es lo intangible, lo que no puede comprarse, lo que se da y se recibe por generosidad o amor. En esta novela todo eso sucede, junto con a lo heroico cotidiano, esto es, el día a día de muchas personas abocadas a una vida muy dura y a la que Luis era antes completamente ajeno. El "milagro" ocurre en medio de la fealdad de un desangelado barrio del extrarradio de la gran ciudad, descuidado por las autoridades, y se manifiesta acompañado del defecto físico, de la minusvalía de algunos personajes. Personas que viven en la escasez de medios, en la estrechez física y económica, rodeados por lo vulgar, e incluso en situación de grave riesgo de perder lo más querido. Y ese riesgo lo encarnan quienes, a su vez, creen estar obrando bien, imbuidos de ese fetichismo de la imagen, del bienestar material como condición necesaria para una vida feliz y casi sinónimo de ésta. Con Luis vamos descubriendo la rapidez con que juzgamos y etiquetamos a los demás y la hostil desconfianza que nos genera todo aquello que desconocemos, frente a lo que reaccionamos nerviosamente, con un despectivo y airado rechazo apriorístico, como de niño al que le sobreviene una pataleta.

La novela puede quizás incurrir en algún que otro desliz hacia lo tópico, exhalar esporádicamente un cierto aire de enseñanza moral, así como perder momentáneamente cierta verosimilitud por la aparición de escenas rocambolescas, con un nítido olor a comedia cinematográfica. Asimismo, presenta algunas derivas o giros de guión cinematográfico de película romanticona, bastante previsibles y algunos personajes secundarios pueden resultar algo acartonados y estereotipados, como arquetipos o clichés de determinados ambientes, clases sociales, países o épocas. Pero lo estrambótico, lo grotesco y hasta esperpéntico también ocurre y muy rara vez se cuenta, cosa que sí hace esta novela, que relata varias de esas situaciones en las que para evitar el embarazo propio o el ajeno hacemos como que no vemos, como si jamás hubiesen ocurrido.

A mi juicio, la narración pierde algo de fuelle e interés en su conclusión respecto de su poderoso arranque y más que aceptable parte media o nudo. En su desenlace resulta menos genuina, como lastrada por algo de impostura frente a su autenticidad precedente; pero antes de ese desfallecimiento o ataque de dudas arquitectónicas de su autora ante el abanico de posibilidades -¿quién sabe?-, «Mi Vida con Potlach» se enriquece con un progresivo entrelazamiento de una pluralidad de historias que la van haciendo más compleja, crecientemente viva, como a su narrador-protagonista.

(Fotografía de Inma Luna, autora de "Mi Vida con Potlach")

Aunque en esto de la literatura todo es opinable y habrá, seguro, quienes hubieran preferido el mundo cerrado del diarista con su propio pensamiento o conciencia y la abstracción y generalidad de las experiencias vividas por el personaje, mediante su despersonalización, mediante la elipsis de su biografía y hasta de su identidad, al modo de algunos de los relatos de Kafka, por ejemplo. Diría que su autora, Inma Luna, ha coqueteado en algún momento con esa forma de contar una historia. Parece haber sentido la tentación de la supresión de toda información contingente y no esencial para la comprensión de los hechos, forma narrativa que genera misterio e intriga al lector; pero que después la ha abandonado, para entregarse a formas narrativas más convencionales, de mayor aceptación por el público contemporáneo, mediante la aclaración, la supresión de incertidumbres, el relleno de los vanos o lagunas; pero lo ha hecho sin caer, afortunadamente, en temáticas tópicas. La historia es muy original y tiene el valor de presentar una gama de personajes de grupos sociales y oficios de los que rara vez se ocupa la literatura (una limpiadora minusválida, una cajera de supermercado, un curandero inmigrante, los empleados de una inmobiliaria de barrio, etc.). Un verdadero contrapunto a la felicidad publicitaria de la era de la imagen. 

Tras haber descartado la autora esa forma narrativa, según esta conjetura, bien avanzada la novela se van desempolvando hechos bastante sorprendentes del pasado, que nos trasladan brevemente hasta el Berlín actual, al de los tiempos de la construcción del famoso muro, y también a la fría ciudad castellana de Burgos en los tiempos de la dictadura del General Franco. Esos hechos le hacen replantearse al lector varias de las asunciones que había realizado bastantes páginas atrás sobre el narrador-protagonista y algunos otros personajes cruciales en la vida del mismo, de forma que completado el puzle se produce una cierta reinterpretación del conjunto del relato. El lector se descubre jugando inopinadamente a psicoanalista y basando su interpretación de la forma de ser y el comportamiento del protagonista en las experiencias vividas durante su infancia.

Es muy probable que el lector de «Mi Vida con Potlach» se descubra a sí mismo acercándose y alejándose de Luis, alternativamente entendiéndolo a la perfección o no comprendiendo en absoluto su comportamiento; oscilando entre la identificación y la extrañeza; entre el rechazo y la comprensión; entre la lástima y hasta la envidia por el narrador-protagonista. El acierto en la construcción de este personaje constituye, qué duda cabe, una prueba de talento literario por parte de su creadora, Inma Luna.

Otra idea interesante, no sé si machista o feminista o si incluso ambas cosas a la vez, es el evidente paralelismo entre el ánimo de Luis y las reacciones de su pene. Su ánimo y su pene llevan vidas paralelas. Ambos pasan del abatimiento absoluto al resurgimiento, de la atonía a la excitación, a pesar de que el sexo es aparentemente muy secundario para Luis, así como en cuanto a su presencia cuantitativa en los hábitos y preocupaciones de casi todos los personajes que pululan por la novela. Pero una vez más las apariencias engañan. Hay  fuerzas que aunque ocultas siempre están ahí, en estado de latencia, y su influencia es crucial.



«Mi Vida con Potlach» —publicada en 2013 por la editorial canaria Ediciones Baile del Sol, ópera primera en el campo de la novela de Inma Luna, quien ya había publicado una colección de relatos cortos, titulada «Las mujeres no tienen que machacar con ajos su corazón en el mortero», pero que hasta el momento se ha dedicado de manera muy principal a la poesía— es una buena “inversión lectora”, expresión que por mercantil y reductora viene a ser a la literatura como “la marca España” a una nación entera; pero que ahí se queda, pues también el crítico desfallece, duda, y no da con la expresión que quisiera.

Se trata, en definitiva, de una narración que atrapa pronto al lector, que en su mayor parte lo incita a ir devorando páginas, y que en determinados pasajes o escenas resulta francamente divertida. A la vez, esta novela estimula su sentido crítico al ponerlo frente al espejo de nuestra colectiva aceptación, pasiva y confiada, de muchas cosas que tomamos por serias, fiables, lógicas, fundadas, como elementos de un orden necesario; pero que, miradas con ojos nuevos, con un poco de rigor y perspectiva, resultan absurdas, ilógicas, infundadas, contingentes o arbitrarias, en verdad partes de un conjunto más bien caótico y casual. Y, lo que es peor, con demasiada frecuencia ese supuesto orden social produce hechos o situaciones intolerables por su radical injusticia.

Es, por tanto, un prometedor debut en el campo de la narrativa larga, tal vez el despegue de una novelista de largo recorrido y altos vuelos, Inma Luna, a la que habrá que seguir de ahora en adelante con atenta mirada e interés. Tal y como le pasa a Luis de forma inopinada con una protagonista femenina, la visión de cuyo apetecible cuerpo, lo asalta y enardece en el más inoportuno de los momentos y en el menos erótico de los entornos; pero así es la vida y así se cuenta en “Mi Vida con Potlach». ¿No les parece?

jueves, 30 de enero de 2014

Cuaderno de interior (Diarios 2003-2004), de Ricardo Virtanen

Cuaderno de interior (Diarios 2003-2004)
Ricardo Virtanen
Baile del Sol, Tegueste, 2013


A la literatura autobiográfica le viene bien la luz natural, esa claridad justa para percibir una dimensión adecuada de las cosas sencillas que conforman el entorno. El primer volumen de los diarios del poeta, músico y profesor universitario Ricardo Virtanen desprende esa sensación desde el comienzo. La escritura no compone el gesto; comparte pormenores de una biografía al paso que tiende más a caminar hacia dentro que hacia fuera.
En su ejemplar currículo profesional, Ricardo Virtanen conjuga dos facetas artísticas, la música y la escritura, abordadas con perseverancia. Nacido en Madrid e hijo de un músico de jazz profesional, Santiago Pérez, desde sus días infantiles comenzó a tocar varios instrumentos y es una costumbre mantenida. Cuando las tareas docentes languidecen acude a los ensayos o toca en conciertos dispersos por una geografía que reclama los grupos musicales donde actúa como batería, o guitarra. Y además escribe poesía, novela, ensayo, reseñas y diarios, como si los días del autor tuviesen un ritmo temporal distinto, más intenso y más pleno.
Desde hace una década el autor se trasladó a vivir a Rivas-Vaciamadrid con su familia. La ciudad del este de Madrid es su reducto doméstico y está presente en el círculo relacional y en las inquietudes literarias del  momento vital en el que surge este diario. Esos años, la punta de lanza era Prima Littera y a los nombres que impulsaban la revista dedica variadas reflexiones. De igual modo, están presentes algunos ciclos literarios en los que visitaron la localidad poetas como Joan Margarit, Luis Alberto de Cuenca o José Cereijo. Además se describen convocatorias de la capital y encuentros con amigos del gremio; la sociología escritural ocupa un tramo grande de esta autobiografía..
El cauce introspectivo del diario tiene por norma transcender la anécdota para apuntar una consecuencia moral. Cada ser lleva en su acontecer algunas preguntas claves como el sentido existencial, o la condición fugaz del ser. El ejercicio de vivir impone sus gravámenes.
Hay acontecimientos que convulsionan el solipsismo del yo y le conminan a definirse desde el nosotros. El 11 de marzo de 2004 Madrid sufrió el mayor atentado terrorista de su historia. Fue un día para la mudez –el escritor deja esa fecha en blanco-:”el poeta –y no pienso en el escritor panfletario-tiene que reflexionar en voz baja, padecer lo ocurrido, tragarlo, y un día, cómo no, vomitarlo.” Aquella masacre tuvo una inmensa marea en las calles y es tarea de todos, también del escritor de diarios. Junto a esas muertes del fanatismo totalitario emergen las otras, las que separan de seres queridos o de figuras del jazz que dejan un hondo hueco en el ánimo del escritor.
Cuaderno de interior es la imagen fija de una soledad que sólo a veces se cura con los analgésicos del afecto, que tienen en la pequeña Sofía –la hija del escritor- el mejor remanso. Nos deja subrayados  y anotaciones que conforman el carácter de una sensibilidad que casi siempre mira con melancolía. Es sabido que el diario no es más que una propuesta para deambular de un asunto a otro sin que ese recorrido diverso pierda el interés y la complicidad del lector. Y eso sólo lo consigue el talento. De buena, de excelente literatura está hecho Cuaderno de interior. El libro descubre un diarista de estatura.

Redacción: José Luis Morante

miércoles, 29 de enero de 2014

‘Graceland’, el valor variable de la vida humana

chris abani2
Del variable valor que cobra la vida humana según donde uno haya nacido habla el nigerianoChris Abani en Graceland (Editorial Baile del Sol), una novela cuya lectura no le dejará indiferente
En un mundo donde nada es lo que parece, en el que abundan las mistificaciones, deberíamos agradecerle su sinceridad a Marijn Dekkers, consejero de la multinacionalfarmacéutica Bayer. “No producimos medicamentos para los indios. Los producimos para los pacientes occidentales que pueden permitírselos”, ha declarado esta semana Dekkers a la revista Bloomberg Business Week. Como siempre que a uno le puede el inconsciente, luego se ha retractado. Supongo que para Dekkers la vida humana no vale lo mismo en Alemania que en India, en Occidente que en África, pongamos por caso. Y no le falta razón.
Del variable valor que cobra la vida humana según donde uno haya nacido habla el nigeriano Chris Abani en Graceland (Editorial Baile del Sol), una novela cuya lectura no le dejará indiferente y de la que dimos algunas pinceladas hace unos meses en esta Área de Descanso.
Decía Joyce que el arte no es un modo de huir de la vida, sino al contrario, la expresión suprema de la vida. “Y el artista no es un tipo que ofrece al público el señuelo de un cielo mecánico: eso es lo que hace el sacerdote. El artista parte de la riqueza de su propia vida para crear”, escribió en Stephen Hero.
Abani, nacido en el sur de Nigeria, en Afikpo, ha sufrido en su propia carne la persecución política y desde años vive exiliado en Estados Unidos. Abani, por tanto, sabe de lo que habla cuando escribió Graceland, publicada por primera vez en España y que tuvo una buena acogida al otro lado del Atlántico.
Estamos en 1983, en Lagos, en una Nigeria postcolonial machacada por sucesivos golpes de Estado. Asistimos al paso a la madurez de Elvis, un adolescente empeñado en ganarse la vida como imitador de su ídolo, Elvis Presley. Se maquilla, hace largos trayectos en autobús –a veces jugándose la vida– desde su chabola en un arrabal de Lagos hacia la zona donde pernoctan los turistas, en busca de unas monedas. Sin éxito.
Elvis, huérfano de madre, comparte la chabola con su padre, la pareja de éste y los hijos de ella, pero no siempre vivió en el inhóspito Lagos. Tanto Elvis como su padre nacieron en Afikpo, la tierra de los igbo. Ellos mismos lo son.  El contraste entre la cultura tradicional, la de los igbo, la del propio Abani, y un país sin identidad y sin futuro, gobernado por una casta militar enriquecida con los negocios –legales o no– con Occidente y cuyos despojos habitan en la ciudad de Lagos, son los dos espejos donde puede mirarse Elvis.
Fracasado en su intento de ganarse el sustento como bailarín, inmerso en una encrucijada vital, Elvis tendrá que explorar otros caminos: el de su amigo Redemption(los nombres no están elegidos al azar en la novela), un superviviente de la calle sin demasiados escrúpulos; la surrealista resistencia política junto al Rey de los mendigos; o la huida hacia Estados Unidos, la tierra promisoria.
Graceland recrea con veracidad la Nigeria de los años ochenta, la mísera vida cotidiana, envuelta en una violencia gratuita, el conflicto con el poder corrupto, la relación con un Occidente hipócrita (de ahí el valor que cobra la sinceridad de Marijn Dekkers, volvemos al principio). Durante las horas que empleemos en la lectura de la novela compartiremos la mirada de quienes viven allí, algo a lo que no estamos acostumbrados. Pero Graceland es algo más, una historia de aprendizaje, la de Elvis. Si crecer ya es complicado, imagínense en un país gobernado por una tiranía, un lugar donde la vida de la mayoría de sus habitantes no vale nada. La conflictiva relación de Elvis con su padre, un hombre que ahoga los sueños perdidos y sus fracasos en el alcohol. La vista atrás del chico hacia su propio pasado. La imposibilidad de amar en un país enfermo. Son logros de una novela escrita con eficacia y cierto lirismo y que, a pesar de su crudeza, no carece de momentos hilarantes.  Si de verdad quieren leer algo distinto,atrévanse con Graceland.

martes, 28 de enero de 2014

Momentos estelares, por Javier Cánaves

Editorial Baile del Sol. 71 páginas. 1ª edición de 2013.

De Javier Cánaves (Palma de Mallorca, 1973) ya he comentado en el blog cuatro libros: sus tres novelas editadas por Baile del Sol y su poemario Limpieza y absorción (2011), editado porDelirio. Ya he contado también aquí que Javier y yo somos amigos, y que antes de conocerle había leído sus poemarios Al fin has conseguido que odie el blues (Premio Hiperión, 2003) y El peso de los puentes(Premio Ciudad de Palma Rubén Darío, 2005). En diciembre de 2013 Baile del Sol ha editado su último poemario, Momentos estelares, y Javier Cánaves tuvo la gentileza de hacérmelo llegar a casa por correo ordinario.

El propio Cánaves nos cuenta en su prólogo que con este nuevo libro se rompe el orden cronológico en el que hasta ahora se han ido publicando sus poemas. Aquí se incluyen composiciones que están escritas antes de la publicación en 2011 de Limpieza y absorciónMomentos estelares está formado por cuarenta poemas escritos entre 2008 y 2013. Cánaves, en correos electrónicos, me comentaba que le preocupaba que los poemas de este libro no terminaran de cuajar como una unidad con entidad propia. Pero, como le dije a él en privado y hago ahora en público: en realidad no hay ninguna sensación de discontinuidad en el libro, y ciertamente la variedad de enfoques y temas le da fuerza y consistencia.
De hecho, y lo digo desde ya, Momentos estelares me parece, junto con Al fin has conseguido que odie el blues, el mejor poemario de Javier Cánaves hasta la fecha. Y posiblemente, el tono de desencanto de Momentos estelares, su suave ironía y la nostalgia por la juventud hacen de él una obra de gran madurez.

El tema principal de Momentos estelares sería el de la juventud que nos dejó y la asimilación de la vida adulta con sentido de pérdida, pero también tras haber conquistado la lucidez de una mirada más sabia sobre el mundo.
El poema Sed puede ser un buen ejemplo para mostrar el tono del poemario:

Sed


La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos y qué triste es todo
ahora. No me dejes esta noche
beber más. Todo brilla y todo duele
en un temblor descontrolado. Bebo
y no debiera. ¿Qué se hizo, dime,
de tanto amor y tanta sed? Aquella
sed era diferente, era sagrada,
sed de gigantes en la cuerda floja,
sed de Clyde Chestnut y de Bonnie Parker,
sed de un fulgor violento, irrepetible
como mi cuerpo de los dieciocho
años, como tu risa que ya nunca
escucho. Todo brilla y todo duele.
En esta noche inmensa, no me dejes
beber más. No me dejes. Tengo miedo.
Mi sed es diferente, es más oscura.
La vida y sus momentos estelares.
Qué grandes fuimos, Dios, qué grandes fuimos.


El poeta vuelve continuamente la mirada hacia el pasado, mientras se adentra con incertidumbre en las sombras del futuro. Me gustaría destacar también el poema Sobre las primeras veces:

Sobre las primeras veces


Como la primera vez que viste a una mujer desnuda,
de carne y hueso, a tan solo un descuido
de tus dedos temblorosos;

como la primera vez que pisaste la nieve acumulada
y el campo y las montañas y tu vida entera
parecían la misma cosa
pura e inviolable;

como la primavera vez que leíste aquel poema
de Charles Bukowski, GERTRUDE ESCALERAS ARRIBA, 1943,
y supiste que todo momento mágico, irrepetible,
guarda en su reverso una imagen de la decrepitud
y la derrota;

como la primera vez que escuchaste aquel tema
de Damien Rice mientras una Natalie Portman de pelo rojo
avanzaba entre la multitud a tu encuentro
y fuiste consciente de que, pese a su belleza,
lo hubieses dado todo por escribir aquella canción
antes que por dormir a su lado.

¿Cuántas veces nos quedan
como aquellas primeras veces?


Y, como es habitual en la obra de Cánaves, el poeta habla del amor y de la belleza, mezclando el tono celebrativo con la inminencia de la pérdida, de la grandeza que sabemos que sólo va a perdurar en nuestro recuerdo. Me gustaría incluir ahora el poema que más me ha gustado del libro, posiblemente uno de los poemas que más me han gustado en los últimos años:

El trueque


La verdad siempre tuvo un aire triste,
sobre todo después de limpiarse la cara.
Prefiero mirar por la ventana o centrar mi atención
en la curva perfecta de tu culo.
Dios bendiga los gimnasios de barrio, la fe en la perdurabilidad,
los domingos a partir de las ocho, después del Apocalipsis
y antes del telediario.

Quiero desmenuzar tu existencia
bajo la vigilancia imparcial del aire acondicionado. Quiero pensar
que recordaremos este momento con una precisión maniática
y no me refiero a tus palabras, sino a los detalles,
los detalles que después nos apuñalarán con su dulzura:
los libros apilados en la mesita de noche,
la lata de Kas Limón a medio beber, la persiana entreabierta
a una calle con muchos números para convertirse, al fin,
en la calle más triste y asesina del mundo,
una calle en la que zambullirse en pelotas,
con una copa de vino tinto en la mano,
después de haber brindado por todas las cosas rotas
que fuimos apilando a lo largo de nuestras vidas.
Pero esto es un primero y carecemos de vino,
debemos conformarnos con el Kas Limón
de los figurantes anónimos.

Te veo caminar desnuda por el pasillo.
Morirás siendo esclava, ciega y sin dientes, sola,
lejos de todo lo que un día amaste,
pero ahora mismo (y lo sabes ) eres una diosa,
la más grande entre todas las diosas que los hombres inventaron.
Tus pechos son lágrimas de cera viva.
Deja que queme mis labios en ellos, deja que me olvide de todo
por unos minutos, no, no prepares todavía la ensalada,
no me preguntes si estoy bien porque nunca he estado mejor,
necesito contártelo todo pero no puedo hablar,
sólo puedo abrir la boca para lamer tus pezones,
el vello de tu ombligo, para darte las gracias
con esta especie de quejido tonto,
como un perro salvado de la lluvia,
como un reo indultado en el último instante.

Ya te dije, cosas de poetas.
A veces se nos va la cabeza y andamos días, meses enteros,
sin nada sobre los hombros.
Decapitados que le aúllan a la luna,
a los letreros luminosos de las ciudades,
al culo de la primera que se arriesga a acogerlos en su cama
y les da de comer y de beber,
y les baila desnuda hasta que caen dormidos
o se tiran por la ventana.

La verdad es terrible, ¿lo sabías?
Al final la verdad es un juguete roto en manos de los pobres,
es esta música sonando en tu portátil mientras troceas el tomate
y mis ganas de arrancarme el corazón y entregártelo
sin condiciones ni plazos
y qué triste es la vida,
qué grande, ¿no la sientes?, ¿no escuchas sus pisadas,
el desplazamiento de tropas bajo la cama deshecha?
Mientras le añades pipas a la ensalada, y pasas, y cuadraditos de pavo
y no sé cuántas cosas más, yo me agacho y vigilo,
escruto el sideral abismo hecho de ausencias, sandalias
y cajas de cartón.

Todas las cosas rotas de mi vida, las que me empeciné en romper
y las que me llegaron así, ya rotas, sin posibilidad de ser devueltas.
Objetos hechos trizas, frases partidas y olvidadas en la guantera del coche
o en el cajón de los cubiertos.
El material de que está hecha mi ternura, la poca que logré salvar,
la que te entrego a cambio de tu cuerpo y tu alma
y unas hojas de lechuga
y un tomate.

El trueque me parece justo.
No debes preocuparte. Nadie
sabrá que nos vendimos por tan poco.



Y no me resisto a mostrar aquí el poema que Javier Cánaves me dedica de Momentos estelares, lo que me hace sentir un gran orgullo. Según me comenta Javier, me dedica el poema Hambreporque se acercó a este libro de Knut Hamsun tras leer sobre él en mi novela Acantilados de Howth.


Hambre


Para David Pérez Vega


Me pasé el día leyendo Hambre, de Knut Hamsun.
El sol quemaba mis hombros y yo leía y veía a Hamsun
abrazado al cabronazo de Joseph Goebbels.
Aquella novelita me tenía hipnotizado.
Le di gracias al cielo por no haberla leído
con 18 años. De haberlo hecho,
probablemente me hallaría bajo tierra,
muerto por inanición artística,
como un aspirante a maldito
sin otro mérito que su propia defunción.

Mientras leía y dejaba que el sol
hiciera su trabajo, el hambre crecía en mi interior
como una víbora borracha.
Hambre, sí, pero hambre de qué.

Terminado el libro, lo cerré y me zambullí
en la piscina. Nadé con la esperanza de ser sólo
tormento muscular. El verano crepitaba.
Mi actividad acuática no hacía más que aumentar
el hambre que sentía,
que me devoraba por dentro como un ácido.

Ya en casa, recordé
que la gran novela del hambre
había sido escrita por un españolito anónimo
del siglo dieciséis. Pues sepa vuestra merced,
ante todas cosas, que a mí me llaman Lázaro de Tormes.
Pensé en un rostro áspero, con los dientes partidos,
repleto de cicatrices,
en Joseph Goebbels quemando la vieja Europa,
en todo lo que había hecho falta
para el surgir de la Literatura.

Tuve un instante de terror,
un segundo de vértigo inmedible.

Tenía que tranquilizarme,
el verano no había hecho más que empezar.
Quedaban muchos meses por delante
para intentar recomponer
la ciudad posnuclear
que era mi vida.

Pero el hambre, joder, no remitía.
La víbora mordía en lo más hondo.



Así que, como ya he señalado al comienzo de la entrada,Momentos estelares me ha parecido un poemario de una gran madurez y hondura, que me ha hecho disfrutar mucho, que entroncaría de forma directa con la poesía que siempre ha sido mi favorita: la poesía narrativa que pretende encontrar el lirismo en la experiencia cotidiana, como ya hicieron antes que Cánaves poetas como Jaime Gil de Biedma o Juan Luis Panero, y a cuya tradición Javier Cánaves se suma con voz propia.